El maestro italiano Gianandrea Noseda expresó no hace mucho tiempo, que “lo que puede acabar con la ópera son las locuras que se hacen”. Esa “pazzía” no es patrimonio exclusivo de la inmortal Lucía y las palabras del gran director de orquesta descienden como proféticas sobre algunas puestas en escena de óperas de la actualidad. He escrito ya otros artículos en operaworl.es y no me arrepiento de ellas.
Con todo respeto considero a Alessio Pizzech, como un director de escena que posee en su haber meritorio un número considerable de trabajos con el teatro de prosa y también con la ópera. Por eso, me resulta difícil realizar un comentario aislado a uno de sus últimos aportes. Me refiero a “Rigoletto” de Verdi, dado recientemente en Bolonia.
La labor de Pizzech en “Rigoletto” de Verdi, me ha llevado a pensar nuevamente en todo aquello que aprendí en “The Benjamin T. Rome of Music” de Washinton D.C. Fueron muchas horas de estudio con unos profesores magníficos. Recuerdo que, al tratar la ópera en los siglos XIX y XX, debíamos seguir algo así como un programa de trabajo. Ese programa comprendía: “Una ópera en los siglos XIX y XX. El mundo en el cual vivían los personajes. Los medios de comunicación. Las cartas. Los entretenimientos. Las fiestas, El duelo. La danza. Las fiestas. El papel de la familia. La Iglesia Católica y la moral. El régimen político de gobierno que imperaba. Cómo era desde el punto de vista arquitectónico el lugar donde se desarrollaba la ópera. Tomar el libreto de la ópera y estudiarlo a fondo. Lectura en voz alta del libreto”. No era sin duda un trabajo abarcativo y definitivo. Sin embargo, era una gran ayuda para conocer a cada uno de los personajes de una ópera de estos siglos. Lo estudiábamos y, como la cosa más lógica, lo exponíamos en clase. Pizzech, pensó mucho para su “Rigoletto”. No lo dudo.
No puedo desdeñar la labor del joven director de escena italiano. Surge de inmediato y, en primer término, el tratamiento que da a los personajes de Rigoletto y de Gilda. El ha manifestado que ha rescatado el conflicto que se esconde entre la máscara que utilizamos en nuestro trato en sociedad y aquello que percibimos de nosotros mismos y de los demás. Aquí está quizá una dualidad con la cual encara a padre e hija. ¿Cómo es posible encarnar los personajes?
Hay en Pizzech una consideración a la “eterna infancia” y, por eso, se recrea en ella y nos muestra a una niña llamada Gilda. Razón lleva pero en parte e introduce la figura del Mantua bajo la apariencia de Gualtier Maldé. Sorprendentemente se acerca a ella con un canasto de dulces. En cambio, en la partitura Verdi juega de una manera diferente con sus sentimientos. Por otra parte, Rigoletto, viudo, deforme y bufón, lleva dentro el recuerdo de una esposa muerta que se unió a él por compasión. Le llaman Rigoletto, aunque no tiene apellido. Gilda no posee una familia, pero ama a su padre. El la protege. Es su tesoro preciado. Por eso, no son enfermizos los cuidados y desvelos hacia su hija.
Verdi se ha recreado al pintar magistralmente los personajes de Rigoletto y Gilda. Teme el bufón por su hija y se sobrecoge al pensar en un posible rapto. La idea de una muchacha que sale de casa únicamente para ir a la iglesia, le produce ideas fatales. Gilda no es una niña tonta. Es una joven bonita y de ella se ha prendado el conde de Mantua. Como estudiante pobre, se presenta y ella guarda en el corazón su fingido nombre de Gualtier Maldé. Sin embargo y muy pronto le confía a Giovanna que ha mentido a su padre y le acosa el remordimiento. Es aquí cuando lo de la eterna infancia se esfuma. “Giovanna hò dei rimorsi” expresa sinceramene y una niña no puede llegar a problemas de escrúpulos.
Estas, mis palabras, no pueden considerarse una crítica despiadada a Alessio Pizzech. Hoy me puesto en la carne de los cantantes. Una cosa es la lindeza y otra es llegar a trasmitir con la voz humana el meollo de un drama como lo es “Rigoletto”.
Roberto Sebastián Cava