La temporada porteña se inició con una regular producción de una de las obras más populares de Verdi
Rigoletto es un título caro a los amantes de la lírica. Su partitura reúne algunas de las arias que reconocen aún quienes nunca pisaron un teatro de ópera y su argumento conmueve a generación tras generación desde su estreno en la Venecia de 1851.
El Teatro Colón decidió inaugurar su temporada 2019 con esta obra mayor de Verdi, sabedor de que lograría con ella un éxito de público y esto hubiera sido muy loable si la calidad del espectáculo lograra hacer plena justicia a la calidad de la obra… Pero el resultado final nos dejó el amargo sabor de la insatisfacción.
La puesta de Jorge Takla resultó convencional, carente de ideas y casi nula en la marcación actoral, al punto de que ninguno de los intérpretes parecía creerse su rol… y, lógicamente, si el intérprete no se lo cree, el público…
Los movimientos rutinarios y previsibles, la falta de conexión entre los artistas, las innovaciones tan insustanciales como caprichosas…
Por citar algunos ejemplos: Utilizar el preludio de una obra para acompañar un movimiento escénico es ya un recurso muy trillado, pero si a ello le sumamos una escena de violación en masa de una jovencita desnuda en medio del escenario y terminamos colgando a la víctima dentro de una jaula en medio de la escena, el resultado es innecesariamente desagradable.
Como si necesitáramos resaltar al desprevenido público que la corte de Mantua era decadente, Colocamos en el centro de la escena dos columnas caídas y un torso impactante por su patetismo (inspirado en un eventual Laocoonte) pero los movimientos de los cortesanos y de los figurantes resultan tan artificiosos por lo esquemático y previsibles, que lo poético se torna decididamente aburrido.
Si en la escena en la casa de Rigoletto la acción se desarrolla en la plaza y no en el interior (teniendo en cuenta la bastedad del escenario del Colón, y eso que se redujo, como viene siendo costumbre de un tiempo a esta parte, puesta tras puesta) se pierde la intimidad del encuentro padre-hija y carece de efectividad la entrada subrepticia del Duque y de los cortesanos.
Si en la última escena también tendemos a presentar los hechos al aperto, no hay puerta para golpear, ni sorpresa en el asesinato de Gilda, ni posibilidad de que los personajes que se supone se ocultan unos de otros, logren esa impresión.
Los diseños escenográficos de Nicolás Boni resultaron bellos y, en algunos casos, hasta impactantes. El problema es que, o eran redundantes o no se adaptaban a lo que la tensión dramática requiere. Puntualizar que por momentos eran básicamente simbólicos y por momentos absolutamente realistas, poniendo en tensión la coherencia de la concepción escénica, sería hilar demasiado fino…
En resumen, una puesta carente de emoción, de pasión y de convicción salvo contadas excepciones, demuestra qué lejos se puede llegar cuando faltan ideas que hasta Rigoletto nos deja fríos.
En el plano musical, Maurizio Benini dio prueba de su talento, dirigiendo la orquesta con destreza y matices. Lástima que pareció no haber llegado a convencer a los intérpretes y por lo tanto se percibían aquí y allí desconexiones entre el efecto del foso y el canto o el movimiento escénico. Más allá de este reparo, fue de lo más rescatable.
Fabián Veloz cantó eficazmente, pero su convicción dramática estuvo a la altura de los requerimientos de la obra sólo en ciertos momentos clave: el dúo con Gilda del 1° Acto (primer pasaje que fue saludado con un aplauso por la sala); su “Cortiggiani…” del 2° Acto y el posterior dúo con Gilda; y el dúo final con el que se cierra la obra. Allí lució su talento, buen fiato, bella línea y fraseo.
Pavel Valuzhin desilusionó en toda la línea.
Su canto fue irregular, su fraseo errático. Carente de magnetismo y de seducción, su Duque resultó puro cartón-piedra. Ajeno al texto y a las sutilezas de la interpretación esperó ganarse el aplauso con algún agudo y el público, generoso por demás, lo recompensó moderadamente al final de la función. Su “Questa e Quella” pasó sin un aplauso, su “Donna e Movile” apenas ganó algún saludo… Triste velada para Verdi.
Ekaterina Siurina cantó una Gilda convencional, sin intención ni riqueza. Fue más que avara en los sobreagudos y otro tanto puede decirse de los matices. Trabajó, pero el Arte pide algo más…
George Andguladze parecía más un empleado público que va al trabajo por un sueldo que un artista interpretando un personaje verdiano.
Su voz de registro más que irregular y carente de proyección en determinados pasajes no pudo darnos un Sparafucile digno del recuerdo.
Muy efectiva, casi un derroche para el rol, Guadalupe Barrientos entregó una Maddalena toda pasión, compromiso escénico y voz de timbre oscuro, decir convincente y musicalidad.
Muy bien el Coro Estable que bajo la dirección del Mtro. Miguel Martínez, cantó como Verdi manda.
A estas alturas, Amigo lector, tal vez creas que el Rigoletto reseñado fue de aquellas cosas que queremos olvidar muy pronto… pero no.
Lo peor de este Rigoletto es que es olvidable sin esfuerzo… y eso es un crimen con una obra de Arte.
Prof. Christian Lauria