Rosita Amores levitando sobre una paella: homenaje a la revista musical y las variedades

la revista musical y las variedades Por Majo Pérez

Este verano arrancó con una buena noticia para los amantes de la revista musical, las varietés y el arte en general. La imagen de Rosita Amores sobre una paella, obra del artista Luis Montolio, volvía a sobrevolar el cielo, esta vez, de la localidad alicantina de Moraira. Desde 2014, el fotomontaje, de grandes dimensiones, había lucido en el lateral de un edificio de la calle Corretgeria del valenciano barrio de El Carmen, pero la lona sobre la que estaba impreso tuvo que ser retirada, supuestamente, por razones de seguridad. Un verdadero disgusto para muchos fans de la vedette y una gran pérdida, sin duda, para los miles de turistas que ya no podrán hacerse un selfi con ese singular ovni de fondo, epítome de la alegre y excesiva idiosincrasia levantina.

Rosita Amores levitando sobre una paella, obra del artista Luis Montolio
Rosita Amores levitando sobre una paella, obra del artista Luis Montolio la revista musical y las variedades

Rosita Amores, al igual que la revista musical y las variedades, pasaron de ser una china en el zapato de la sociedad biempensante a representar la caspa de una época que teníamos que enterrar en pro de la modernidad. En tiempos del reggaetón, conviene recordar que a la censura nunca le gustó que en este país se hiciera revista, ese teatro malicioso importado de París, de modo que los autores, desde el inicio, se las ingeniaron para encontrar denominaciones más ambiguas para salvaguardar sus obras: «pasatiempo cómico-lírico», «humorada cómico-lírica», «zarzuela cómica-moderna», «opereta cómica», «opereta bíblica», «fantasía musical»… Para colmo de contradicciones, el carácter folclórico y costumbrista que encerraban algunos de estos espectáculos, sumado al hecho de que el régimen franquista terminó auspiciando una nueva revista de corte españolista y tradicional, hicieron que los mismos que antaño calificaban el género de sucio y depravado fuesen los primeros nostálgicos en reivindicarla cuando su popularidad comenzaba a decaer.

Con un poco más de perspectiva temporal, es lícito preguntarse qué de bueno nos aportó este género híbrido, pariente y heredero de la zarzuela, la opereta, el music-hall, el cabaret, el sainete y el vodevil. No siempre fue bien recibida por la crítica especializada, y los poderes civil y religioso nunca la vieron con buenos ojos, pero la revista musical gozó de una gran popularidad durante al menos un siglo. El profesor Juan José Montijano Ruiz, de la Universidad de Granada, explica que “la Revista como género teatral, consistente en dar un ligero repaso a los acontecimientos más notables sucedidos durante un año, nació en 1864 de la mano del escritor andaluz José M.ª Gutiérrez de Alba [quien llevó a Madrid] una extraña obrita titulada 1864 – 1865, obra sin apenas intriga, ni enredo, ni amores enajenados por una devastadora pasión… antes bien, se trataba de una mera excusa para poner en escena aquellos sucesos que habían sido relevantes para la sociedad madrileña de esos años”.

Estas características son reconocibles en la que algunos consideran la primera obra importante del género, La Gran Vía (1886), con música de Chueca y Valverde y libreto de Pérez González, quienes la denominaron “revista lírico-cómica, fantástico-callejera en un solo acto”. Un suceso de actualidad como la proyección de una gran avenida en el centro de Madrid es la excusa para poner en juego varios cuadros donde no faltan el casticismo y el humor. Con el tiempo y siguiendo la senda marcada por el “pasaje mitológico-lírico burlesco” El Joven Telémaco (1866), con música de José Rogel y libro de Eduardo Blasco, a la crítica sociopolítica y el costumbrismo se unirán otros ingredientes del gusto del público como el romanticismo, el exotismo y, sobre todo, el erotismo, gracias a lo cual, la revista irá evolucionando. Francisco Arderius fue el primero en representar con su compañía teatral la obra de Rogel y Blasco, y no dudó en emplear a bellas señoritas en paños menores para que cantasen aquello de “Suripanta, la suripanta, macatrunqui de somatén, sun faribún, sun faribén, maca trupitén sangasinen”. Tal fue la acogida del público que el término «suripanta» fue incorporado al diccionario de la RAE en su edición de 1925.

Durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX se sucederá una gran cantidad de títulos que repiten estas fórmulas, si bien La Corte del Faraón (1910), con libreto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios y música de Vicente Lleó, marcará un nuevo hito en cuanto a éxito de público y crítica, permaneciendo en cartel casi dos años. Esta obra viene a ratificar la preferencia del público, sobre todo del público masculino, por los temas de carácter sicalíptico tanto en los diálogos como en los bailes, en detrimento de la crítica política.

La Gran Vía y La Corte del Faraón son obras muy diferentes en todos sus aspectos, pero en ambas trasluce un espíritu de transgresión que, en mi opinión, es inherente a todo el género de la revista española. Si Nietzsche quedó asombrado al presenciar en Turín una obra que encumbraba a un trío de bribones (jota de los ratas) o a una criada que se jactaba de engañar a sus amos (tango de la Menegilda), si los cuplés babilónicos fueron prohibidos durante la dictadura franquista es porque, ya se tratara de crítica sociopolítica o de bailarinas ligeritas de ropa cantando indecencias, estos espectáculos transmitían mensajes potencialmente peligrosos para la sociedad de la época, los cuales, no obstante, eran recibidos con agrado y entusiasmo.

Las tramas atrevidas y picantes serán una constante en la primera mitad del siglo XX. Las Corsarias (1919),  con libreto de Enrique Paradas y Joaquín Jiménez y música de Francisco Alonso, puso sobre las tablas a un grupo de mujeres que acosan y seducen a los hombres, los cuales quedan reducidos a meros objetos de deseo (tópico del mundo al revés). El Príncipe Carnaval (1920), con libreto de José J. Cadenas y música de José Serrano, trajo consigo el primer desnudo integral del teatro español, a cargo de una bella muchacha que cantaba: “Yo adoro el desenfreno, mi reino es la locura y salgo de una orgía y emprendo una aventura…”. Las castigadoras (1927), también de Alonso y con texto de Francisco Lozano y José Mariño, encierra el que llegó a convertirse en auténtico himno de la mujer trabajadora y empoderada, el célebre chotis de «Las taquimecas»: “Con la falda muy cortita, muy cortita / ajustadita, luciendo el talle / y el pelito muy cortito, muy cortito / yo, muy airosa, voy por la calle” (Y después se permite piropear a un «guayabo» que se cruza).

En Las Leandras (1931), otro gran éxito del maestro Alonso y de los escritores Emilio González del Castillo y José Muñoz Román, una joven vedette de revista intenta hacer creer a su tío que se dedica a la formación académica de señoritas en lo que otrora fue un burdel. Incluso en lo más crudo de la dictadura franquista, cuando los argumentos giran por imposición hacia la comedia romanticona y el sainete regionalista, reventará las taquillas de toda España La Blanca Doble (1947), con libreto de Enrique Paradas y Joaquín Jiménez y música del maestro Jacinto Guerrero, una historia de enredos que gira en torno a un matrimonio que regenta una tienda de lencería.

A partir de los años 50, los títulos de revista pierden chispa paulatinamente. Ya hemos hecho alusión al papel que juega la censura en esta época. Además, hay que tener en cuenta dos datos. En primer lugar, los grandes maestros del género (Alonso, Serrano, Guerrero, Padilla…) fueron desapareciendo y en segundo lugar, el cine empezó a comerle terreno al teatro (la zarzuela corre el mismo destino). Por último, hay que considerar que la revista dio paso a otros espectáculos afines como las varietés, que se perfilan como un lugar más adecuado para la subversión, especialmente a medida que el régimen franquista se flexibiliza. La versatilidad y la menor exigencia de medios de las variedades permiten que los espectáculos «frívolos” salgan de los denominados teatros estables y recorran toda la geografía española de la mano de compañías ambulantes como la del Teatro chino de Manolita Chen, el Argentino de Manolo Llorens, el Chino de Antonio Encinas, el Rex-Condal, el Teatro Lido o el Teatro Apolo, entre otras. Y es justamente en el cabaret erótico a mediados de los 60, junto a figuras como Rafael Conde (El Titi), donde Rosita Amores se perfilará como la entrañable artista que conocemos.

Tengo la sensación de que aquellos que consideran la revista musical y las variedades arrevistadas como algo casposo y de mal gusto solo tienen en cuenta una pequeña parte de este fenómeno cultural. O quizá simplemente sean estrechos de mente. Se puede criticar el hecho de que algunas producciones hayan contribuido a cosificar el cuerpo de la mujer o que buena parte de los argumentos no tomen en serio a los personajes femeninos. De ahí la necesidad de actualizar los libretos y las puestas en escena de ciertos títulos a fin de su exhibición en la actualidad. Sin embargo, en un número considerable de revistas vemos a mujeres empoderadas que defienden su autonomía, su derecho al trabajo, a divorciarse de sus maridos infieles y tiránicos, a estudiar y trabajar, que luchan por zafarse de la oprimente autoridad paterna y que se reivindican como agentes de deseo sexual.  A pesar de que el interés de algunos autores residiera en señalar los peligros que conllevan las mujeres libidinosas, a pesar de que la acción se trasladase a lugares o épocas lejanos y se aderezara con elementos bufonescos, no son pocas las historias sobre mujeres libres que lanzan un poderoso mensaje a la sociedad.

A diferencia de otras mujeres de la farándula –aunque antiguamente la reputación de todas ellas peligraba independientemente del género al que se dedicaran-, las artistas de revista y cabaret no podían dejar de serlo al bajarse del escenario. Por un lado, debían pagar el precio de participar en espectáculos que atentaban contra la moralidad establecida. Una vez que habían tomado esa profesión no había marcha atrás; la sociedad biempensante ya las miraría con recelo para siempre. Por otro lado, dudo que ellas se sintieran realizadas llevando una vida convencional. Este no fue quizá el caso de las primeras figuras; ya se sabe lo que la fama, y sobre todo el dinero, pueden conseguir. Pienso más bien en la cantidad de chicas guapas y valientes que tuvieron que marcharse de su casa y de su pueblo para poder dedicarse a la revista y a las variedades bajo una nueva e irreversible identidad. Y aunque su actuación en el escenario no persiguiera más que regalar un colorido momento de alegría y diversión, sin más pretensiones, ya se han ganado todo mi respeto.

Capítulo aparte merecen los homosexuales, travestis y transexuales que, como el mencionado Rafael Conde, actuaban al lado de las chicas. Charles Aznavour tiene una canción, “Comme ils disent” (1972), que describe muy bien el ambiente de camaradería que se creaba entre ellos: «Tengo un número muy especial / que termina en desnudo integral / después de un strip-tease / Y en la sala veo que / los machos no creen lo que ven / ¡Oh, soy un hombre! / como dicen» [···] «Hacia las tres de la mañana / de mil amores y sin complejos / vamos a cenar entre amigos / de todos los sexos / en cualquier bar-estanco». Como se puede comprobar en el último vídeo, el papel de estos artistas fue decisivo a la hora de visibilizar y normalizar realidades que muchos no querían (ni quieren) admitir. Contribuyeron decisivamente a flexibilizar los tradicionales estereotipos de género tan injustos y oprimentes para tantas personas, y tan empobrecedores para la sociedad. Vaya también para ell@s toda mi admiración.

No me gustaría terminar sin abordar la cuestión de la vigencia de la revista y las variedades hoy en día. Para no extenderme, me limitaré a dar tres datos. En primer lugar, gracias al excelente trabajo que está realizando el Teatro de la Zarzuela, en los últimos años hemos presenciado la recuperación de algunos títulos del género, como Luna de miel en El Cairo en 2015 o 24 horas mintiendo en 2018, y la próxima temporada llegará el turno de El sobre verde, del Maestro Jacinto Guerrero. En otros coliseos, como el Reina Victoria, pudimos ver títulos como Las Leandras en 2010 y La Corte del Faraón en el Festival de Mérida en 2019, aunque estas obras nunca han dejado realmente de representarse, ya fuese de manera parcial. En segundo lugar, las variedades han conocido su particular revival con el espectáculo The hole, que según la web de la compañía ya han visto más de dos millones y medio de personas en nuestro país. Y por último, y salvando las distancias, aprecio algunas de las características de las variedades en el fenómeno cultural denominado petardeo, pero eso da para otro artículo… Feliz domingo.