Il Turco in Italia, segundo título de la temporada de la Ópera de Oviedo, arranca las carcajadas del público con un reparto encabezado por Sabina Puértolas, Simón Orfila y Alessandro Corbelli, con el debut en el foso de Iván López-Reynoso, nuevo principal director invitado de Oviedo Filarmonía, y una deslumbrante escena firmada por el trío Sagi, Bianco y Bravo.
Emilio Sagi vuelve a consquistar Oviedo con Rossini. El director asturiano y su equipo habitual (escenografía de Daniel Bianco e iluminación de Eduardo Bravo) presenta en el Campoamor una escena para Il Turco in Italia con reminiscencias a otras producciones (especialmente a su icónica La del manojo de rosas) reutilizando elementos ya característicos de su vasto repertorio, y de nuevo introduciéndolos con acierto en una nueva producción. El nivel de detalle en cada plano escénico es altísimo, con cada miembro del reparto, figurantes e incluso coro desarrollando un rol individual y pleno de caracterización.
Sabina Puértolas construye una Fiorilla de extrema pulcritud en las agilidades, consiguiendo la máxima claridad en el paso por cada nota. Puértolas se vacía en el escenario en un papel exigente tanto en lo vocal como en lo actoral y físico sin perder en ningún momento el gusto musical ni sacrificar por ello la vocalidad. A su lado Simón Orfila supo combinar la potencia vocal y la imponente presencia escénica a las que nos tiene acostumbrados con una técnica en la coloratura que, al igual que su compañera, destaca por la claridad y la afinación. Alessandro Corbelli constituye en sí mismo una eminencia rossiniana, y aquí demuestra un pleno dominio de un personaje buffo, tanto en las rapidísimas declamaciones como en sus intervenciones más líricas en los conjuntos.
Il Turco es una ópera que necesita un extenso reparto, y donde no hay papel pequeño, todos presentan una gran dificultad y exigen un alto nivel a los intérpretes. Así lo demostró Manel Esteve como el poeta Prosdocimo, catalizador de la acción y siempre sorprendente figura metateatral dentro del libreto firmado por Romani. David Alegret presentó un aseado Don Narciso, con algunas dificultades en los agudos por lo abierto de su emisión, funcionando mejor en los conjuntos. Laura Vila interpreta a Zaida yendo de menos a más en la función, terminando en un alto nivel vocal, y David Astorga como Albazar se mostró seguro en sus breves intervenciones e incluso tuvo oportunidad de lucirse en su aria di sorbetto.
La función estuvo dedicada, además de a la recientemente fallecida Montserrat Caballé, a Alberto Zedda, auténtico experto rossiniano que tantas veces dirigió en el teatro ovetense. E Iván López-Reynoso supo honrar la memoria del maestro italiano dominando en todo momento la partitura, jugando con el color de los timbres orquestales, imprimiendo siempre agilidad a la partitura, y, sobre todo, desarrollando unos crescendi rossinianos que demuestran el dominio del director mexicano sobre una Oviedo Filarmonía siempre dispuesta, receptiva e impecable en su interpretación.
El coro de la Ópera de Oviedo, bajo la dirección de Elena Mitrevska, fue como siempre un valor seguro en lo vocal, a lo que hay que sumar la capacidad actoral, con una gran vis cómica, con muchos de sus miembros en una presencia casi ininterrumpida en el escenario.
Alejandro G. Villalibre