Rusalka de Dvórak: vacua burbuja de agua en su reestreno en Bellas Artes

Rusalka de Dvórak. Foto: Lourdes Herrera
Rusalka de Dvórak. Foto: Lourdes Herrera

Manuel Yrízar

Ocupamos nuestro lugar en la luneta para presenciar la cuarta y última función de la ópera Rusalka de Antonin Dvórak, en su re-estreno en México en la primera función del año 2018 celebrada este domingo 6 de mayo. Ya habíamos asistido a esta misma producción en su estreno en México en marzo de 2011.

La historia de la ninfa acuática o náyade, Rusalka, límnade emergente del lago, según aprendimos, que es una subdivisión de esa categoría de seres mitológicos, según su hábitat, en este caso los lagos, que para su desgracia se enamora de un ser humano -un Príncipe por supuesto, que como la mayoría de los pérfidos de su raza mortal y voluptuosa, es infiel y veleidoso- por el cual sufrirá los horrores de la imposibilidad de realizar el, desde antes, imposible amor, pues su condición de divinidad inmaterial jamás lo permitirá. El cuento de hadas checo fue convertido en ópera por Antonin Dvórak y estrenada en 1901 en Praga.

En realidad, es un cuento de hadas con bella música, aunque la historia deviene en la tristeza que la cierva blanca de cabellos rubios sufrirá durante toda la acción dramática por no poder consumar el amor que en ella nació cuando como una onda etérea de agua insustancial abrazo al Príncipe cuando se bañaba quedando enferma de deseo de convertirse en mujer verdadera y realizar su amor en cuerpo y alma. Al final esa pasión imposible concluirá, como sucede en el romanticismo, con la muerte y el dolor.

Un cuento de hadas requiere una puesta de cuento de hadas. Y aquí fuimos testigos de que atrás de esas fantasías aparentemente triviales y hasta cursis afloran algunos elementos que retratan nuestra cruel condición. He de confesar que la puesta en escena de la obra produjo en mi sentimientos encontrados por la factura bastante infantil, por no decir pueril, del asunto. Acorde a la definición que da Francisco de la Maza de lo CURSIcomo “lo exquisito fallido”, no es nada sencillo no caer en ese estilo almibarado, fútil y sobrepasar al plano del logro estético deseado. Me sentí agobiado y abrumado a veces con la manera como se nos contaba la historia dentro de una escenografía semejante a una telaraña devoradora que bajaba y subía engullendo a los personajes de caricatura que casi se veían sepultados en esas falsas olas acuáticas. No creo que sea lo mejor que haya hecho en su carrera el talentoso escenógrafo Jorge Ballina. La propuesta de esa red de polietileno vuelto acordeón o bandoneón arrabalero que quería parecer ondulante lago enseñaba el truco fácil y nunca logró producir en mí la “ilusión”. Recuerdo que aprendí de Juan Ibáñez que en el teatro no deben “enseñarse los calzones”. Y aquí resaltaban un poco impúdicos pues los alambres colgados muy visibles que subían y bajaban la oruga, las rampas que subían y bajaban cada transición me parecieron repetitivas y cansadas. Los cómicos caricatos en que se transformaron los personajes más preocupados por no resbalar en tan incómodo espacio. La luna “grandota como una pelotota que alumbra el callejón”, las ramas secas silueteadas, los horrendos barandales cuadrados del segundo acto que rompían el estilo de curvas y elipses con esa intromisión ajena al concepto original. Sobre iluminada la escena deslumbraba a veces ese exceso de luz.

Rusalka de Dvórak. Foto: Lourdes Herrera
Rusalka de Dvórak. Foto: Lourdes Herrera

Bien se desempeñaron las fuerzas musicales y canoras superando las escénicas que me parecieron muy fallidas. La Orquesta del Teatro de Bellas Artessonó con rigor y lució afinada y coherente bajo la batuta de su titular el servio Srva Dinicque llevó el drama y las acciones con batuta segura y elocuente. El Coro, preparado por el director huéspedCarlos Aranzay cumplió con sus partes sin aparecer en el escenario cantando sus partes en internos o en los palcos de la sala. Sobresalieron los cantantes solistas en los principales personajes de este cuento checo de seres mitológicos, mágicos y fantásticos. Rusalka fue la soprano argentina Daniela Tabernigquien lleva sobre si toda la carga emocional del protagónico que tiene la parte más compleja y fuerte de la obra. Hacer creíble a ese ser contradictorio de origen arcano y mítico, por lo mismo inmortal, que por el amor que siente por un ser humano quiere convertirse también en un ser finito sujeto a la mortalidad. Su trabajo fue notable y creíble. El bajo Kristinn Sigmundsson, de poderosa voz y grande instrumento y presencia, logra un fiel retrato del Padre Vodnik, Espíritu de las Aguas. Su oscura voz resonaba con gran belleza y presencia lo mismo presente que desde la lejanía ausente. La mezzo mexicana Belem Rodríguez, la bruja Jezibaba, brilló extraordinaria creando un personaje fantástico que trasciende, ilumina y admira felizmente. El tenor ruso Khachatur Baladian, no estuvo a la altura de sus compañeros y solamente cumple con discreción su papel del Príncipe que enamora, no sabemos porque, a la sufrida heroína. Los comprimarios muy bien. Las tres ninfas, Lucia Salas, Edurne Goyarsuy Nieves Navarro, a quien aplaudimos en el estreno y repitieron ahora, son notables por su disciplina y gracia escénica y canora. Celia Gómezcomo la Princesa extranjera, rival de amores de la doliente Rusalka, Antonio Duque, el Guardabosques, Carla Madrid, un joven cocimero, Edgar Gil, Cazador, Jorge Ronson, Anguila, estuvieron correctos y a buen nivel.

Es loable que se haya vuelto a presentar Rusalka en México. Muchas funciones más necesitamos para salir del barranco. Es posible hacerlo si hay voluntad política para lograrlo.