La maravillosa ópera de Dvorak, Rusalka, llegó finalmente a Buenos Aires en una deliciosa versión para escuchar, aunque penosa de ver.
La compañía Buenos Aires Lírica (BAL) ha estrenado para la Argentina la bellísima obra de Dvorak acercando al público un título que aún no podemos entender cómo permaneció por tanto tiempo ajeno a nuestros escenarios. En este sentido, es de destacar la convicción con la que la compañía elabora, año a año, una programación en la que los títulos más amados por el público -y los más representados, por cierto- conviven con otros que no por menos frecuentes son menos valiosos.
El desafío de incluir obras en checo, ruso o alemán es ya casi una constante para BAL y los resultados musicales son, en general, prueba de con cuánto compromiso se afronta la tarea, lo que demuestra que no sólo los teatros oficiales con cuerpos estables son capaces de alcanzar un nivel destacado cuando al talento de nuestros artistas se suma el trabajo, el estudio y la innovación en la conducción.
En el caso de la obra que nos convocó al Teatro Avenida, podemos decir que los resultados nos dejaron tan fascinados como decepcionados… y esto, que parece en principio una contradicción, tiene sus razones… y a ellas vamos:
Rusalka es una pieza estrenada en 1901, en Praga, que cuenta con una inspiradísima partitura, bello exponente del post romanticismo, con delicadas armonías y un desarrollo melódico arrobador. A lo largo de la ópera los pasajes vocales resultan equilibrados con una orquestación importante la que, desde luego, alcanza sus mejores logros en los momentos puramente sinfónicos.
Obra exigente por la suma de delicadezas y de cualidades vocales que requiere a la par, fue servida en esta ocasión por un elenco que supo brindar una versión de primer nivel en lo musical.
Daniela Tabernig fue una Rusalka memorable que cantó con una voz que supo manejar con gusto y expresión. Buena línea, excelente fraseo, bello timbre… todo se combinó para que su voz fuera la soñada para esta desdichada náyade. Su versión de la célebre «Canción de la luna» permanecerá por mucho tiempo en nuestra memoria y en nuestro corazón.
Homero Pérez Miranda puso su buena voz al servicio de Vodnik, cantándolo con entrega y convicción. Bello timbre y un caudal que se impone a la par que la ductilidad para hallar matices que enriquezcan las frases fueron las armas en las que se sustentó su triunfo.
Marina Silva mostró buen caudal y un timbre frío y acerado a la hora de encarnar a la Princesa extranjera.
Elizabeth Canis hizo gala de talento en su creación de Jezibaba, la que sirvió con un registro de mezzo oscuro y expresiva línea.
Un tanto por debajo del nivel general hallamos a Eric Herrero como el Príncipe. Su registro resultó desparejo, y se percibieron algunos problemas de emisión que deslucieron su canto.
Muy bueno fue, por otra parte, el resultado alcanzado por Oriana Favaro, Rocío Giordano y Vanina Guilledo como las tres ninfas del Bosque.
El Coro tuvo una lucida labor y otro tanto puede decirse de la Orquesta que fue conducida con sapiencia y escuela por el Mtro. Carlos Vieu. Su lectura resultó inspirada y de buen cuño. Dúctil a la hora de explorar los detalles y de acentuar los matices dramáticos.
Como notará el lector, hubo más de una razón para disfrutar de la música…
Ahora bien, esta obra que, según el libreto, narra la historia de una náyade que, enamorada de un humano busca poder materializarse para gozar de su amor plenamente, aunque la traición del amado desencadenará su trágico final. Esta obra, decíamos, en la que el texto hace referencia cada tres palabras al agua y a lo inmaterial de la protagonista… Esta obra donde el simbolismo sutil del texto permite que el espectador sea tocado por versos de innegable profundidad a la par que mantiene en cada uno de sus actos su perfume de cuento fantástico… Esta obra en la que el compositor trabajó su partitura teniendo en cuenta carácter, lugar e imagen… pintando desde los rayos de la luna al fluir del agua… desde la romántica alma de Rusalka a la vanalidad del Príncipe… Esta obra recibió un planteo escénico tan desafortunado que nos dejó con la triste sensación de volver a preguntarnos ¿hasta dónde llegarán los regisseurs en su afán de superar las ideas de los autores?
Mercedes Marmorek ambientó el primer y tercer acto de esta historia en un burdel de principios de siglo XX y el segundo en un jardín de palacio, con lo que la náyade soñada por Kvapil y Dvorak devino en una vulgar, aunque soñadora, prostituta que trabaja en el local regenteado por Jezibaba – que ya no es la bruja de la historia- y del que es propietario Vodnik, que de Duende del Agua pasó a ser el ebrio proxeneta que explota a sus hijas…
Comprenderá, amigo lector, que la variación despojó totalmente a la historia de su carácter fantástico y simbolista volviéndolo insustancial pues resulta difícil concebir cómo se habla de agua constantemente en un burdel… cómo se puede conservar el sueño cuando el lago se redujo a bañera… cómo entender la furia de Vodnik contra los humanos que han contaminado… ¡un prostíbulo!
Tal vez, y sólo tal vez, este desaguisado se deba a la confusión de la puestista que asoció «náyade» con «sirena». Triste error que se hubiera evitado leyendo un poco sobre mitología… Una náyade es el «espíritu» del agua, es decir un ser incorpóreo que existe más allá de no ser percibido por los humanos, y que, por su carencia de materia, es todo pureza… mientras que una sirena es un animal mitad mujer, mitad pez – por lo tanto bastante corpóreo – que suele asociarse con la irresistible seducción que lo femenino ejerce sobre los hombres desde Ulises a tantos otros…
Triste error el cometido, como decíamos antes, pues una prostituta si algo no es, es precisamente, etérea… ya que su arma de seducción es el placer sexual y si Rusalka es una prostituta y así seduce al príncipe que la encuentra en el burdel, ¿con qué arma podrá seducirlo la princesa extranjera en el acto siguiente?
Esta falla de comprensión del mensaje profundo de esta historia desnaturalizó el sentido del simbolismo que la trama y los versos encierran dejándonos además algunas conclusiones de dudoso gusto, sobre todo en una sociedad donde la trata de personas y los femicidios son temas candentes… En ese contexto resultó difícil de deglutir la idea de la felicidad de la prostitutas que trabajan en el burdel o la visión de que ese antro, aunque elegante, es más puro que el afuera… o que Rusalka prefiere volver a ese oficio con el que era, según esta versión, más feliz…
La puesta, como decimos perdió interesantísimas oportunidades de aprovechar esta historia fantástica cargada de símbolos para explorar significaciones profundas dentro del alma humana: El existir pero no ser percibido… el durar en un no-lugar… el amar lo imposible… el desear aquello que, por ajeno a nuestra naturaleza, puede ser razón de nuestra desdicha…
Mercedes Marmorek trabajó con detalle la marcación actoral que resultó cuidada y efectiva aislada del texto original, aunque desafortunada en resultados por la concepción general.
Por otra parte, la producción contó con una elegante escenografía – diseñada por Luciana Fornasari – y un bello vestuario – firmado por Lucía Marmorek – como de una muy bien pensada iluminación -obra de Alejandro Le Roux – cuya belleza no logró superar la inadecuación del ambiente con la historia.
El público tras aplaudir efusivamente a los cantantes y al Mtro. Vieu. dejó la sala embriagado por la música de Dvorak, feliz de haber escuchado una bellísima interpretación musical, y deseando tener la oportunidad de descubrir una versión escénica que le haga justicia a esta obra maestra. La responsable de la puesta no salió a saludar.
Prof. Christian Lauria