‘Salomé’ en el Auditorio Nacional o el éxito de la ópera semistage

                                Salomé Auditorio Nacional éxito Por Federico Figueroa

Una versión semiescénica con “Salomé” no es nada descabellado. Por el contrario, si se presenta como esta que vimos en el Auditorio Nacional de Música, con la firma de Susana Gómez, el público en general sale ganando: aunque la propuesta de la directora, por economía de medios, pone en juego elementos simbólicos en algunas escenas (como en el suicidio de Narraboth o en la presentación del deseado “trofeo” sobre la bandeja de plata), ello no menoscaba la comprensión de la trama por parte del público, sino más bien al contrario. El vestuario, de Gabriela Salaverri, tan sencillo como eficaz lució sobre todo en las tres mujeres que aparecen en la ópera. Las butacas del coro y el órgano de la sala, iluminados convenientemente por Manuel Fuster, constituyeron, junto al resto del escenario, un espacio escénico en el que no se echó en falta nada para desarrollar, y muy bien, el argumento. Salomé Auditorio Nacional éxito

La batuta de David Afkhan desentrañó todo el rico tejido tímbrico de esta obra maestra de Richard Strauss. La Orquesta Nacional de España sonó compacta al tiempo que fluida a lo largo de toda la partitura, si bien podría habérsele pedido al director alemán moderar más el volumen, teniendo en cuenta que los músicos no tocaban desde el foso. Las voces de algunos de los solistas terminaron prácticamente sepultadas por el opulento caudal sonoro de la orquesta, aunque no fue el caso de los cuatro protagonistas, todos poseedores de una voz con la potencia necesaria para imponerse al bellísimo muro de sonido que conformaba la enorme plantilla de la OCNE. 

La californiana Lise Lindstrom cantó e interpretó a Salomé con esa pizca de ingenuidad que se transforma en infame perversidad al final de la ópera. Su voz tiene ese afilado metal, dúctil y brillante, capaz de transmitir a la vez el deseo y el desprecio que se puede llegar a sentir por un ser humano. Espléndido y rotundo fue también el Jochanaan del bajo-barítono Tomasz Konieczny, cuya atronadora voz deslumbra, aunque por momentos careció de cierto refinamiento en su canto que le restó puntos a su interpretación del Bautista. El tenor Franz van Aken fue un Herodes meticulosamente cincelado, a veces ridículo; otras, profundo, y temeroso al final, cuando tiene que ordenar la muerte del profeta. Siempre es especial ver sobre las tablas a un «animal escénico» de esa categoría, que puede reflejar todos los registros humanos y va más allá. Violeta Urmana demostró que sigue siendo una estupenda mezzosoprano al interpretar a Herodías, personaje clave en el avance del argumento y que la lituana debutaba en su carrera.