Una Salome de pesadilla: Claus Guth convierte el Met en un thriller psicológico
La termporada de ópera en Nueva York da sus últimos coletazos en esta nueva producción de Salome en el Metropolitan Opera, firmada por Claus Guth. El director de escena alemán deja de lado cualquier tentación de exotismo bíblico o simbolismo expresionista para ofrecernos una lectura profundamente psicológica, casi freudiana, de la tragedia de la princesa de Judea. Frente a la fealdad decadente de producciones recientes —como la célebre versión de Luc Bondy, donde el hedonismo y la amenaza convivían en una estética aséptica y brutal, o la crudeza rural y física de su Jenůfa—, esta Salome neoyorquina es una pesadilla íntima y desquiciada, habitada por fantasmas infantiles, traumas familiares y una opresiva sensación de encierro moral.

Aquí, Salomé no es una figura mítica ni una femme fatale al uso, sino una víctima directa del abuso: el Herodes de Gerhard Siegel —representado como un pedófilo decadente y enfermizo— ha marcado con fuego la psicología de una joven a medio camino entre la psicosis y la regresión infantil. La Herodías de Michelle DeYoung, ambiciosa pero ambigua, queda relegada a un segundo plano, cómplice silenciosa del horror doméstico, más ausente que activa. La lectura de Guth, en la que la danza de los siete velos no es seducción sino catarsis y repetición del trauma, nos remite más al diván del psicoanalista que a las lujosas cortes orientales.
La coreografía de Sommer Ulrickson acierta al no buscar la belleza sino el efecto. Sus movimientos espasmódicos, asimétricos y nerviosos parecen brotar directamente del subconsciente de la protagonista. El cuerpo de Salomé no seduce: se sacude, se retuerce, se niega. El resultado es más inquietante que sensual, pero inteligente y al cabo coherente con la visión propuesta.
La escenografía de Etienne Pluss sitúa la acción en una tierra de nadie y un tiempo común, donde las referencias religiosas de Juan Bautista, aunque bien apuntadas, pierden su capacidad de redención. Es un mundo sin Dios, sin ley, sin salida. Las proyecciones de Roland Horvath contribuyen a esa atmósfera alucinada, envolviéndose sutilmente en la densa orquestación de Strauss como si fueran emanaciones visuales del subconsciente colectivo que habita esta corte disfuncional. El vestuario de Ursula Kudrna, que huye del esplendor orientalizante, propone una Salomé entre lo infantil y lo perturbador, no particularmente favorecedora para la soprano pero congruente con el perfil psicológico del personaje. Las bailarinas secundarias, ellas sí más sugerentes y en segundo plano, parecen acentuar el contraste y recalcar el victimismo con el que la producción viste a la protagonista.

La iluminación de Olaf Freese fue uno de los grandes aciertos de la velada: invisible, cruda, despiadada, penetrante. En su juego de sombras y cegadoras ráfagas de luz, parecía diseccionar sin piedad la psicología de cada personaje, como la propia música de Strauss, disonante, hiriente y reveladora.
Y en medio de este universo febril, la batuta de Yannick Nézet-Séguin se alzó como un timón firme, consciente del carácter orgiástico y letal de la partitura. Su dirección fue intensa, refinada y segura: no hubo lugar para la complacencia sonora ni para sus veleidades habituales. Entendió que en Salome, más que en casi cualquier otra ópera, la orquesta es el verdadero protagonista: un torrente polifónico donde se entrelazan la lujuria, el fanatismo, el deseo de redención y la muerte. Con gusto por el detalle y sin ceder al efectismo, Nézet-Séguin nos ofreció por tanto una lectura profunda, bien articulada y técnicamente sólida.
Elza van den Heever triunfa como una Salomé herida y feroz en el Met
En el terreno vocal, brillaron con luz propia los dos grandes intérpretes protagonistas. Peter Mattei, como Jochanaan, ofreció una caracterización profundamente conmovedora del profeta. Si bien su voz puede percibirse como algo ligera para el rol en términos puramente volumétricos, su proyección fue más que suficiente para imponerse sobre la densa orquestación de Strauss. Con un fraseo pulcro y expresivo, una línea impecable y un timbre cálido, Mattei encarnó una santidad sin afectación, una fuerza de voluntad serena, casi serafínica. Fue un Bautista de carne y alma, fuerte pero no cruel, sereno en su condena y firme en su fe. Escucharle fue un privilegio, una verdadera delicia.

Por su parte, Elza van den Heever compuso una Salomé incontestable: carnal y espiritual, herida y feroz. Su presencia escénica fue magnética, incluso en los pasajes más delirantes de la propuesta de Guth, y logró sostener con aplomo la enorme exigencia física y emocional de un personaje que apenas abandona el escenario. Su canto fue natural, brioso, y de un fulgor incandescente, capaz de eclipsar incluso los excesos escénicos de la puesta en escena. Van den Heever cantó por encima del personaje, trascendiéndolo, y al hacerlo nos permitió sumergirnos en la tempestad psicoerótica que define a esta Salomé: su deseo, su culpa, su rabia, su ansia de redención imposible.
El resto del elenco cumplió con creces. Gerhard Siegel ofreció un Herodes solvente, repulsivo y patético a partes iguales, como corresponde a esta figura enferma y decadente. Michelle DeYoung, por su parte, delineó una Herodías punzante y resignada, ambigua en su rol de madre y cómplice silenciosa del horror doméstico. Aunque su presencia escénica fue más contenida, logró dotar al personaje de un peligro latente, de una tensión sorda que amplificaba la atmósfera opresiva del conjunto.
Entre los papeles secundarios, destacaron también interpretaciones de gran mérito. Piotr Buszewski, como Narraboth, ofreció una lectura sensible del capitán sirio, de voz clara y bien timbrada, muy adecuada para el lamento del enamorado condenado. La mezzosoprano Tamara Mumford fue un Paje de Herodías de punzante expresión y excelente dicción, aportando con su presencia una tensión constante en las escenas de corte. Y el barítono Le Bu, como Primer Nazareno, volvió a confirmar que es un lujo contar con su instrumento: redondo, resonante y generoso, incluso en papeles breves.

Con esta Salome, el Met se ha atrevido a ofrecer una lectura incómoda y desafiante de una de las óperas más perturbadoras y apasionantes del repertorio. No será del gusto de todos, pero es sin duda un trabajo de alto nivel artístico, coherente en su visión y valiente en su ejecución. La ópera, como el teatro, sigue siendo un espejo cruel: y esta vez, Guth nos obligó a mirarnos sin filtros ni consuelos.
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Metropolitan Opera de Nueva York, a 13 de mayo de 2025. Salome, ópera en un acto de Richard Strauss con libreto en alemás del compositor, basado en la traducción de Hedwig Lachmann de la obra homónima de Oscar Wilde.
Dirección Musical: Yannick Nézet-Séguin. Dirección de escena: Claus Guth. Escenografía: Etienne Pluss. Vestuario: Ursula Kudrna. Iluminación: Olaf Freese. Proyecciones: rocafil/Roland Horvath. Coreografía: Sommer Ulrickson. Dramaturgia: Yvonne Gebauer..
Reparto: Piotr Buszewski, Tamara Mumford, Harold Wilson, Richard Bernstein, Peter Mattei, Jeongcheol Cha, Elza van den Heever, Scott Scully, Gerhard Siegel, Michelle DeYoung, Bille Bruley, Thomas Capobianco, Alex Boyer, Bernard Holcomb, Robert Pomakov, Le Bu, Yeongtaek Yang.