Scottish Opera: Ariadne auf «Glasgow»

Daniel Norman, Lancelot Nomura, Elgan Ilyr Thomas y Alex Otterburn en Ariadne aud Naxo (Scottish Opera, 2018). Foto: Richard Campbell
Daniel Norman, Lancelot Nomura, Elgan Ilyr Thomas y Alex Otterburn en Ariadne aud Naxo (Scottish Opera, 2018). Foto: Richard Campbell

La Scottish Opera estrena Ariadna en Naxos de Richard Strauss en el Teatro Real de Glasgow. Un estreno que ha estado marcado por un espectacular incendio en la ciudad escocesa, que obligó a suspender la representación del jueves pasado.

Así pues, una vez que el humo se hubo disipado, en la noche del sábado pudimos asistir no sólo a esta primera Ariadna de la temporada sino también a un estreno mundial, Grace Notes. Se trata de un intermedio lírico con música del compositor titular de la Scottish Opera Samuel Bordoli y libreto de Bernard MacLaverty. Es una obra de circunstancias, de partitura esquemática pero efectiva, en la que la mezzosoprano Catherine Backhouse interpreta a una joven compositora momentos antes de presentar en directo a medio mundo una de sus obras más personales. Sin duda, un trasunto innegable del personaje del compositor de Ariadne en Naxos, que en Grace Notes tiene tintes más políticos y actuales. La dirección de Kally Lloyd-Jones y la presentación escénica de Marian Sharkey renuncian al escenario y hacen que los espectadores se codeen en el foyer con los intérpretes y estos se muevan creando una atmósfera muy radiofónica. Los presentes disfrutaron la experiencia. Sin embargo, cundió la sensación de que la obra tal vez necesitara una aproximación interpretativa más limpia, en todo caso alejada de frugalidad casi masoquista del joven director de orquesta Patrick Milne.

La versión de Ariadna que ofrece la Scottish Ópera es una coproducción con la compañía de ópera londinense Investec Opera Holland Park, que se podrá ver este verano en la capital del Reino Unido. Tal vez por ello, los creadores decidieron presentar el prólogo en inglés, con una respetuosa e incisiva traducción de la libretista holandesa Helen Cooper. Tiene mérito que la chispa de von Hofmannsthal no se perdiera del todo.

La dirección escénica y la escenografía corren a cargo de Antony McDonald, que consigue un resultado apreciable con pocos medios. La producción sería más floja de no ser por la intuitiva iluminación de Wolfgang Göbbel. También ayudó el esfuerzo de los intérpretes en la faceta circense, apartado en el que el director de circo Joe Dieffenbacher tuvo mucho que ver. Como borrones de la producción, podríamos mencionar lo extremado del personaje de la compositora, presentada como una lesbiana enamorada de sí misma, o la reiteración de los tics suicidas de Ariadne. El vestuario resultó tan poco novedoso como el resto del diseño escénico.

La orquesta titular de la Scottish Ópera se fue recuperando a duras penas de un comienzo muy irregular, con serios desbarajustes en las cuerdas y con la batuta de Brad Cohen, director artístico de la West Australian Opera que debutaba en la compañía, tratando de coser los rotos en la línea orquestal. La alambicada orquestación straussiana pide orquestas con temperadas y precisas. Por desgracia, el pasado sábado se nos ofreció un sonido más bien deshilvanado y carente de pulso dramático. Así, momentos clave como el aria de la compositora del final del Prólogo o la escena de amor entre Ariadne y Baco pasaron casi desapercibidas.

En cuanto lo vocal, todos los artistas salvaron con aseo sus partes, si bien la soprano Jennifer France destacó con lucimiento en las agilidades al interpretar con gusto e intención el papel de Zerbinetta, con más aristas interpretativas que las habituales. El duelo de divas se decantó claramente a su favor, por la convencional Ariadne de la soprano dramática Mardi Byers, de bonito color vocal y asentada línea, pero que no supo imponer su instrumento sobre las veleidades de la orquesta.

El personaje de la compositora fue servido con energía y empuje teatral por la mezzosoprano sueca Julia Sporsén, con una línea más bien liviana y amable expansión lírica. El tenor dramático holandés Kor-jan Dusseljee estuvo cauto y adusto, quizá algo distante. Quizás movido por el mal tono general, flaqueó en algunos ataques en la zona alta, escurriendo el sonido en exceso.

El espectáculo aguantó a flote en parte gracias a la experiencia aportada por dos veteranos durante el Prólogo. El experimentado barítono británico Sir Thomas Allen se echó a los solistas a la espalda en su papel de Maestro de Composición, mientras que las cómicas intervenciones de la actriz Eleanor Bron fueron también muy celebradas. También hay que celebrar la compenetrada actuación de los cómicos, encomendados a Lancelot Nomura (Truffaldino), Daniel Norman (Scaramuccio) y Alex Otterburn (Arlequín). Las tres ninfas de Naxos, Laura Zigmantaite (Dryad), Elisabeth Cragg (Naiad) y Lucy Hall (Echo) estuvieron cuidadosas aunque menos seguras en sus cometidos.

Pese al esfuerzo de los intérpretes y la generosidad del público, no podemos considerar la Ariadne del pasado sábado en Glasgow un éxito en absoluto. No obstante, los mimbres de mejores cosas están presentes. Los directores deberán hacer que todo encaje antes de las visitas a Edimburgo y Londres.

Carlos Javier Lopez