Debut de Goldmund Quartet en el Palau de la Música Catalana

Por Robert Benito

Goldmund Quartet en el Palau de la Música Catalana
Goldmund Quartet en el Palau de la Música Catalana

Un éxito rotundo el debut de este joven cuarteto de cuerda en el Palau de la Música Catalana. Su sonido y musicalidad recorrieron en un concierto sin pausa tres siglos de música reafirmando de nuevo como la formación clásica del cuarteto de cuerda es un universo musical inabarcable de expresividad.

Presentado por la Philharmonie-Cité de la Musique de París y el Festspielhaus Baden-Baden dentro del programa ECHO Rising Stars, este joven pero a la vez reputado cuarteto de cuerda formado por los violinistas Florian Schötz y Pinchas Adt, el violista Christoph Vandory y el violoncelista Raphael Paratore ha debutado en el escenario catalán con tres composiciones de Haydn, Mendelssohn y Tabakova. En un arco temporal que va desde el Clasicismo hasta nuestros días pasando por un abatido espíritu romántico, estos jóvenes intérpretes reconocidos por su calidad en muchas de las principales salas de conciertos del mundo nos dejaron sin palabras por su perfección técnica y una expresividad a partes iguales.

El Cuarteto Op.20 n.5 de Haydn abrió este concierto bajo las normas de seguridad sanitaria impuestas desde las instancias políticas y reforzadas por un Palau ejemplar con mascarillas obligatorias, separación de asientos, comprobación de temperatura en la entrada y programas de mano digitales.

La elegancia de Haydn considerado como el padre de los cuartetos de cuerda se manifiesta en esta obra con sus otras características principales, como el equilibrio entre las cuatro partes instrumentales jugando, a pesar del modo menor, con ciertos momentos de luz en el Minueto bajo una atmósfera melancólica. La claridad de la forma, a veces de clara melodía acompañada como en el adagio, contrastaba con un complejo contrapunto del último movimiento con un chelo absolutamente de lujo.

El compromiso con la música contemporánea se dio con la presentación de la obra The smile of the flambeyant wings, de la compositora búlgara Dobrinka Tabakova, compuesta especialmente para este cuarteto dentro de los encargos que la organización ECHO ha hecho a diferentes compositores para sus artistas en gira. Esta obra en un solo movimiento de unos nueve minutos está inspirada en una obra pictórica de Joan Miró, la cual recrea a su vez la inspiración del arte rupestre. Dicha inspiración es más interna que descriptiva de la obra pictórica. Formas, direcciones, contrastes son lo que le sirve a la compositora para delinear una obra interesante, intensa, moderna y a la vez de atracción del oyente más clásico. Comienza con un interesante diálogo entre el segundo violín y la viola a la que se incorporará el chelo con una célula obstinadamente rítmica sobre la que sobrevolará el primer violín con una melodía cantábile que compartirá posteriormente con el chelo. Un discurrir continuo con cierto aire heavy o del rock sinfónico en pequeño formato con elementos arcaizantes del folclore del país de la compositora nos abre a una segunda sección más tranquila y pacífica, al modo de una elegía o canto religioso. La última sección concluye con una rememoración del primer material temático más vivo. Interesante partitura muy bien servida por unos intérpretes que se sienten con el deber de darla a conocer como casi coautores de la misma y que podemos reescuchar en este enlace.

A veces cuando pensamos en algunos compositores nos vienen a la mente y al oído unos prejuicios que su música se encarga de romper y resituar en un espectro más amplio. Eso sucede con Felix Mendelssohn, que a priori podemos categorizar como músico amable del primer romanticismo con sus sinfonías italiana y escocesa o su música incidental, pero nunca pensamos en un compositor de inspiración trágica como lo desvela este cuarteto en fa menor op.80, hermando en tonalidad con la obra de Haydn que abría el concierto, el cual constituye un canto fúnebre y desesperado ante la muerte de su hermana Fanny Mendelssohn y una premonición o canto del cisne, ya que él moriría a los pocos meses.

El primer movimiento no concede respiro con esos trémolos dramáticos que recorren desde el registro grave al agudo en los cuatro instrumentos. Estos intérpretes supieron ponernos en tensión desde el primer ataque con una gran riqueza en intensidades y articulaciones. El segundo movimiento, con un carácter de vals patético, evoluciona a una segunda sección fugada desarrollada con un bajo ostinato de un destino imposible de vencer personificado en el chelo que nos vuelve a la reexposición del tema inicial con un equilibrio, empaste y musicalidad perfectas, como si se tratara de un instrumento solo más que de cuatro músicos. En el adagio se hace un poco la luz, se insinúa la esperanza a través de una nostálgica melodía más cantabile pero vencida por un finale: allegro molto en el que vuelve la desesperación ante el sinsentido de la muerte con unas disonancias que no resuelven, unas escalas virtuosas del primer violín para acabar en los acordes fatídicos de fa menor que cortaron la respiración de los oyentes ante una interpretación golpeadora y contundente como pocas habíamos escuchado en una formación de este tipo.

Ante los aplausos insistentes del público nos regalaron unos bises para salir de ese estado catatónico con una vuelta a la elegancia clásica y unas danzas llenas de humor y alegría que nos hicieron volver a la realidad de una noche de verano mediterránea.

Ojalá que pronto podamos volver a escuchar a estos artistas con un nuevo programa.