Un arco de poco más de 200 años separan las tres obras que este fin de semana ha ofrecido la OBC en un interesante programa. Las primeras audiciones por esta orquesta de la obra de Magrané y el Concierto n.2 de Shostakovitch para celo con la gran intérprete Alisa Weilerstein, y acabar con una quinta de Beethoven bajo la mirada venezolana del joven director Diego Matheuz.
Como oyente del siglo XXI creo que es nuestra obligación recibir con ansia y agradecimiento los estrenos o como en este caso las primeras audiciones de las obras que los compositores contemporáneos nos ofrecen y a partir de ahí contextualizar las obras de repertorio, como en este programa se ha hecho al ofrecer las dos obras de la primera parte con la quinta sinfonía del compositor de Bonn. Como escribió el gran poeta T.S.Eliot en 1921, “lo que ocurre cuando se crea una nueva obra de arte es algo que ocurre simultáneamente a todas las obras de arte que la precedieron” Y esta ha sido la sensación en este viaje cronológico hacia atrás que nos han procurado los programadores de la OBC este fin de semana: Escuchar de nuevo a Beethoven desde los parámetros no ya de la complacencia de un concierto al uso sino con el revestimiento y el núcleo acústico de dos obras mucho más cercanas a nosotros, las obras de Magrané y Shostakovitch que a su vez rinden homenajes a diversos compositores e instrumentistas con ellas. Es esa cadena misteriosa del arte que siendo invisible nos transporta, redibuja y nos reinterpreta los sonidos creados en el pasado a un presente nuevo y diferente.
Joan Magrané Figuera, nació en Reus (Taragona) en 1988 y tras pasar su período de formación primero en Barcelona y después en diferentes centros musicales europeos es uno de los compositores jóvenes catalanes con una mayor actividad y proyección de la actualidad, con estrenos y primeras audiciones constantes en estos últimos años. A esta actividad musical se le ha de añadir los reconocimientos y premios como el de la obra presentada en este concierto “Secreta desolación” su primera obra para gran orquesta y “Premio Reina Sofía de Composición 2014”.
Su fuente de inspiración fueron los primeros versos de la poesía de José A.Valente (1929-2000) “Serán ceniza”:
Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre./El corazón tiene la sequedad de la piedra/y los estallidos nocturnos de su materia o de su nada……
Y la otra fuente de inspiración es la música de Wagner para su Parsifal como el mismo compositor explicó ante el público de una manera cercana.
Esta obra de casi quince minutos de duración nos acerca al sugerente universo sonoro de este compositor que bebe de la poesía y de la música antigua con un espíritu más humanista que científico. Con una gran preponderancia de la tímbrica sobre la armonía y la melodía sabe crear ambientes que evolucionan hacia un clímax sonoro orquestal que se vuelve a diluir mezclando la incisión de una percusión férica con los armónicos del concertino.
La prestación de la solista Alisa Weilerstein para la primera audición del Concierto n.2 para celo y orquesta de Shostakovitch por la OBC ha sido una muy buena elección después de su interpretación del Dvorak de hace dos temporadas.
Este concierto dedicado y estrenado por Rostropovich siete años después del estreno del n.1 tuvo un carácter muy oscuro y dramático casi deprimente pero precisamente ahí radica su compleja ejecución ya que el compositor abría con esta partitura su última etapa al cumplir los sesenta años. Hay que felicitar por la interpretación además de a la virtuosa y musical solista a la sección de percusión, verdadero motor de este concierto desde los inmensos y dramáticos golpes de bombo a las diminutas células melódicas del xilófono del primer movimiento. Tras un momento de relativa apacible calma en el allegretto del segundo movimiento con la magnífica decostrucción de la canción “Bubliki, kupitye, bubliki” por el celo solista nos enfrentamos a un último movimiento lleno de efectos e ironías del compositor ruso con magníficas intervenciones del metal, la presencia del arpa que sorprendentemente en la partitura marca que sean dos al unísono y aquí se prefirió una sola. Un portentoso cíimax en el que se retoma la fanfarria de las trompas junto con el tema del segundo movimiento para acabar en una disolución sonora entre el celo solista y la caja china. Un final inesperado de un concierto sorprendente y con una ejecución muy meritoria.
La segunda parte del programa nos ofreció una quinta de Beethoven que fue de menos a más en su interés tras un primer movimiento en que el dramatismo se diluía tras el primer tema en fuerte, se dio paso a un Andante mucho más expresivo y con una interpretación de los dos Alegros finales llenos de fuerza y energía a pesar de algunos accidente de las trompas y una presencia excesiva del clarinete solista.
El director venezolano Diego Matheuz destaca por un gesto claro, a veces excesivamente marcado y repetitivo en motivos iguales pero nos ha sorprendido más en el repertorio sinfónico que en el operístico cuya prestación para el Don Pasquale que cerraba la última temporada del Liceu fue bastante decepcionante. No así este concierto donde ha demostrado una presencia y personalidad interesante sabiendo ofrecer del Beethoven su propia versión.
Un concierto duro para el público en su primera parte que se compensó con el bis de Alisa Weiterstein al interpretar la Sarabande de la Suite n.3 de J.S.Bach donde su musicalidad junto con el dominio del arco para conseguir unos increíbles pianos, junto con un perfecto legato nos hicieron tocar el cielo.
Por último reiterar la felicitación por el compromiso de la OBC con el repertorio del s.XX y XXI tanto en su programación como en su buena ejecución.
Robert Benito
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