She Persisted: un nuevo triunfo de Tamara Rojo y el English National Ballet en el Teatro Sadler’s Wells de Londres

Katja Khaniukova como Frida con artistas del ENB en el ballet de Annabelle López Ochoa, Broken Wings. Foto- Laurent Liotardo
Katja Khaniukova como Frida con artistas del ENB en el ballet de Annabelle López Ochoa, Broken Wings. Foto- Laurent Liotardo

Este triple bill continúa la línea del programa estrenado en 2016, She Said, con ballets firmados por tres coreógrafas y donde también son mujeres las protagonistas, una verdadera joya en la actualidad escénica de la capital británica.

Cristina Marinero

La directora y primera bailarina del English National Ballet, Tamara Rojo, se dio cuenta un día que, después de más de dos décadas bailando títulos clásicos, neoclásicos y contemporáneos, nunca había interpretado uno creado por una coreógrafa.

Eso desvelaba cuando la compañía londinense que dirige desde 2012 preparaba el ambicioso programa She Said, con el que la célebre bailarina española cambió, en 2016, esa dinámica y protagonizaba el ballet Broken Wings, sobre Frida Kahlo, creado para ella por la coreógrafa colombiano-belga con residencia en Amsterdam, Annabelle López Ochoa.

En She Persisted, que ha estado en el Sadler’s Wells Theatre de Londres, del 4 al 13 de abril, se ha presentado por primera vez, además, Nora, basado en Casa de muñecas, de Ibsen, con la que se estrena en la coreografía la bailarina de la compañía, Stina Quagebeur, y la reposición de la histórica versión, de 1975, de Pina Bausch, Le sacre du printemps, cuando va a cumplirse, el 30 de junio, el 10º aniversario de su fallecimiento.

Presentada ya en 2017, el English National Ballet es la única compañía británica que tiene los derechos para bailar esta icónica coreografía. Es de aplaudir la línea que Tamara Rojo sigue dando a la formación, ofreciendo un amplísimo abanico de obras de todas las épocas y estilos, con los coreógrafos aprovechando las elevadas condiciones técnicas de los bailarines, aún cuando deban añadir a sus lenguajes variaciones más técnicas -es como se debe trabajar cuando tienes artistas de esta talla-, senda por la que toda compañía de base clásica actual debe caminar.

En esta reposición de Broken Wings, que López Ochoa ha revisado y alargado, ha sido la ucraniana Katja Khaniukova la protagonista del ballet que narra de forma muy sintética la vida de la pintora mexicana. Con música de Peter Salem, dramaturgia de Nancy Meckler y diseños de Dieuweke van Reij, enfoca a la protagonista con elipsis cuasi-cinematográficas, desde su niñez y su fatal accidente, deteniéndose en forma de pasos a dos en su importante relación con Diego Rivera (interpretado por el artista invitado y ex estrella del Bolshoi, Irek Mukhamedov), ofreciendo su mundo de color y surrealismo folklorista bellísimo.

En la reciente emisión en cines de Giselle de Akram Khan, nos fascinó la interpretación de Stina Quagebeur como Myrtha, reina de las Willis, por su frialdad expresada a través de su delgado físico y sus punzantes pies, encarnando con gélida no-emoción a la dictadora del reino de sombras al que llega la protagonista convertida en espíritu.

Crystal Costa y bailarines del ENB en Nora, de Stina Quagebeur. Foto Laurent Liotardo
Crystal Costa y bailarines del ENB en Nora, de Stina Quagebeur. Foto Laurent Liotardo

Esta bailarina belga ha recibido el apoyo de Tamara Rojo para estrenarse como coreógrafa con Nora, donde la protagonista de Casa de muñecas, magníficamente interpretada por Crystal Costa, nos introduce directamente en la acción: rodeada de cinco bailarines -entre ellos el español Francisco Bosch, quien también interviene en Broken Wings–  que simbolizan su estado emocional, entrega el documento firmado para el famoso préstamo que acelerará el drama y su marcha del hogar final con el histórico cierre de puerta, aquí visualizado en la ruptura de las escuadras que dan forma a la casa.

El Tirol Concerto de Philip Glass parece compuesto a medida de la trama que la coreógrafa desarrolla en la media hora de ballet y es todo un subrayado emocional, representando perfectamente el oleaje psíquico en que se ve envuelta Nora. Da la sensación de que la música de Philip Glass se mimetiza y toma siempre la forma de las historias que enmarca.

Costa baila con Jeffey Cirio, que interpreta a Torvald, su marido, quien combina perfectamente la ductilidad de sus movimientos con la fuerza que el personaje adquiere según transcurre la trama, y con Junor Souza, cuya altura y amplitud de extremidades aportan significado poliédrico para su papel de Krogstad. El lenguaje de movimiento neoclásico de Quagebeur proporciona a Nora una tensión psicológica que nos llevó a pensar en muchos momentos en Antony Tudor, el eminente coreógrafo inglés famoso por esa cualidad de su lenguaje de movimiento con que dotó a sus ballets, como a su obra maestra Jardín de lilas (1936).

El English National Ballet en Le Sacre du Printemps de Pina Bauschs. Foto-Laurent Liotardo
El English National Ballet en Le Sacre du Printemps de Pina Bauschs. Foto-Laurent Liotardo

Y qué decir de Le Sacre du printemps de Pina Bausch. No se asiste a su representación, en realidad, te engulle con su poderoso realismo, es más que una ficción bailada, es un «aquí y ahora» de carne y hueso que sobrecoge… Ha sido una gran oportunidad poder verla en vivo y sentir la carne de gallina con la fisicalidad descarnada de la que está compuesta.

Estrenada el 3 de diciembre de 1975 por el Tanztheater Wuppertal de la legendaria coreógrafa alemana, La consagración de la primavera, como aquí es conocida, es una de las más monumentales obras de arte de la danza contemporánea de raíz expresionista. Y, lo mejor, es que pertenece a la etapa en que la Bausch más baile puso en sus creaciones, donde es evidente su educación en ballet, con esos distinguidos pasés en plié y los brazos en cuarta, los saltos y elevaciones de piernas perfectamente amortizados en el turbulento «sinparar» de los intérpretes.

Cuando la autora de Café Müller la creó, todavía no se había realizado la reconstrucción del año 89 de la coreografía original de Nijinsky, quien elaboró la pieza en 1913 mientras Stravinsky componía la obra que de alguna manera da inicio artístico al siglo XX por la trascendencia de su eco. Béjart había estrenado su versión dieciséis años antes y la Bausch fue más allá, realizando todo un rito humano marcado por el miedo aterrador a ser la elegida -y vestirse con el traje rojo que una bailarina deja en la tierra al principio-, apoyándose en la lucha por sobrevivir presente en cada nueva secuencia.

El escenario está lleno de arena rojiza, no demasiado seca, y en ese inhumano paraje aparecen las catorce mujeres y catorce hombres para bailar hasta casi extenuarse, en un rito donde la elegida (una muy entregada y vulnerable Precious Adams, en la función que vimos, la última) desfallecerá tras su enérgica y angustiosa intervención. Los 28 bailarines, entre ellos, el español Aitor Arrieta, que sigue madurando como artista, exponen toda su verdad en cada movimiento –esta obra no se puede bailar si no es así- intensificados por esa partitura magnífica que te sumerge en la locura de la acción. Rebozándose en la tierra, parecía que les iba a envolver completamente, hasta acabar en total simbiosis con ella.

Antes, con el telón subido, los técnicos del teatro procedieron a la transformación del escenario volcando contenedores con el granate albero y alisando sus volúmenes. Fue sólo cuestión de segundos para que adquiriera la imagen de un lugar inhóspito donde no había donde esconderse y todo podía suceder. Magnífica Pina y felices de haber presenciado su poderosa Sacre