Sigurd, de Reyer, en el Theater Erfurt

Sigurd, de Reyer, en el Theater Erfurt
Escena de Sigurd, de Reyer, en el Theater Erfurt

Han tenido que pasar más de 130 años desde el estreno de ésta ópera del compositor francés Ernest Reyer (1823-1909) se viera en algún escenario alemán. La recoleta ciudad de Erfurt, situada en el corazón de Alemania, se ha anotado el punto. Es significativo que esta capital de provincia atraiga la atención del mundo operístico con frecuencia por su interesante cartelera. En las últimas cinco temporadas han llevado a la escena obras muy escasamente representadas (I Medici de Leoncavallo y Robert le Diable de Meyerbeer, por ejemplo) o han promovido estrenos mundiales (Das schwarze Blut de François Fayt y Die Frauen der Toten de Alois Bröder, por mencionar dos ejemplos) o desempolvado alguna partitura del siglo pasado (como Lady Magnesia de Mieczysław Weinberg). Sigurd está apoyado argumentalmente en los wagnerianos Siegfried, Götterdämmerung y Tristan und Isolde; y musicalmente en Berlioz, la grand opèra de Meyerbeer y más lejanamente en Wagner. Yo le llamaría un “historicismo” musical, como lo hubo en arquitectura y otras artes.

Reyer vivió junto con Sigurd los avatares de la historia. Los primeros esbozos del libreto de la ópera probablemente los realizó en 1862. Lo que sí está documentado son las especulaciones en la prensa parisina del posible estreno de este título en 1866. La guerra franco-prusiana (1870-1871) creó un fuerte sentimiento anti-germánico en tierras galas y desaconsejó cualquier intento de exhibir una obra basada en una leyenda “alemana”. Finalmente Sigurd fue estrenada, en 1884, en el Teatro de la Moneda de Bruselas. Un año más tarde fue exhibida en escenarios parisinos, con tanto éxito que el año en que muere su compositor ya se había representado más de doscientas veces en París y ha sido representada en varias ciudades de Francia. Hoy permanece, como tantas otras obras de muy buena factura, en esa nebulosa llamada olvido. Hace un par de años tuve la oportunidad de escucharla en una estupenda versión en concierto en Ginebra. Desconozco si hay grabación de aquellas representaciones donde Anna Caterina Antonacci se erigió en la heroína en su interpretación de Brunhild. En Erfurt se han esforzado más y la han llevado a la escena. El suizo Guy Montavon, director artístico del teatro, firma esta propuesta escénica con, al parecer, la intención de convencer a los wagnerianos que estos “Nibelungen à la française” merecen ser puestos en circulación. Su inteligente propuesta separa en dos planos el argumento. Hilda, hermana de Gunther (el rey de Burgundia) está secretamente enamorada de Sigurd, el héroe capaz de rescatar a la bella Brunhilde y con esta hazaña conseguir casarse con ella. Pero éste lo hace por mandato de Gunther. Bruhild terminará descubriendo que fue Sigurd quien la libró del círculo de fuego y rechaza casarse con Gunther. Montavon toma a Hilda como ariete para contarnos la parte mítica del argumento. En la boca del escenario tenemos una habitación de hostial. Hilda está traumatiza por la guerra. En segundo plano las ruinas de una ciudad alemana tras los bombardeos de los aliados durante la II Guerra Mundial. Es aficionada a leer novelas de héroes legendarios. Una escena nos explica que fue atacada sexualmente por un grupo de soldados y Sigurd apareció para salvarla, quizá sólo en sus confusos pensamientos.

Sigurd, de Reyer, en el Theater Erfurt
Escena de Sigurd, de Reyer, en el Theater Erfurt

La propuesta es redonda pero la realización no siempre estuvo a la par. El vestuario rayaba en la cursilería (Fraunke Langer) y la escenografía (Maurizio Balò) hacía aguas desde una mirada estrictamente funcional. La iluminación (Montavon/Florian Hahn) sí logró efectos de gran belleza plástica. En cualquier caso, la propuesta narró con suficiente claridad los hechos y eso, hoy día, hay que agradecerlo. Al frente de la orquesta, la directora Joanna Mallwitz se las arregló para darle la aparatosa pomposidad de la partitura sin dañar a los solistas, con brío y fino acabado en los contornos. El grupo de solistas, casi todos miembros de la compañía de ópera de la ciudad, fue homogéneo y notable en calidad. Destacó el tono cálido e incisivo de la soprano griega Ilia Papandreou (Brunhild) y la potencia radiante del tenor Marc Heller (Sigurd). Ambos se enfrentaron a papeles muy difíciles, con frecuentes visitas a la zona más aguda de sus instrumentos y constantemente expuestos en el zona de paso. El barítono Kartal Karagedik no fue, en absoluto, un débil Gunther pero la voz un tanto rígida y la brusca emisión no ayudaron a que luciese más su parte. La soprano Marisca Mulder (Hilda) fue la de menor caudal sonoro entre los cuatro mencionados, sin embargo la posición en el escenario y su inteligencia para abordar musicalmente su parte consiguieron llevarla hasta el final sin altibajos. El bajo Vazgen Ghazaryan cumplió, con voz redonda bien proyectada, como Hagen, consejero de Gunther.

Federico Figueroa