Sinfonismo operístico en el concierto de estío del Palau Valenciano

Sinfonismo operístico en el concierto de estío del Palau Valenciano
Sinfonismo operístico en el concierto de estío del Palau Valenciano

«L’Estiu al Palau» es una denominación que sirvió para designar un concierto a cargo de la Orquesta de Valencia en su sede, con propósito de inicio de la temporada veraniega. Ramón Tebar, titular de la formación y de otras muchas  en EEUU, eligió un programa que si bien tenía poco de estival sí tenía mucho de importante, con un repertorio de gran calado formado por oberturas e intermedios de óperas. El maestro supo darle variedad a la antología; carácter a cada una de las piezas, con profusión de matices, contrastes y ductilidad en el fraseo, siendo su gesto, preciso e inspirado siempre, acatado por todos y cada uno de los componentes de la sinfónica, que se creció en sobremanera a medida que trascurría el desarrollo del programa.

El director valenciano hizo valer el imperio de su dicción con la batuta en todo momento. A título de curiosidad convendría referir el hecho, especialmente manifiesto, en el inicio del allegro de «Der Freischütz», en que la orquesta no se acopló de inmediato a la prescripción de la batuta, que mantuvo el pulso con autoridad y calibrado estilo, recuperando la unidad en cuatro compases. En la reexposición todo anduvo como un reloj suizo. El tema de Agathe, resultó fascinante.

Previamente, la agrupación ofreció una versión ágil y mozartiana de la obertura de «DieZauberflöte», con las cuerdas y los cobres doblados lo que le dio casi un talante beethoveniano, postulado que permitió enlazar con «Fidelio», con un arranque a lo Bernstein y un recitado de las trompas y las maderas muy Böhm, hasta el crescendo, que la batuta aceleró con ímpetu en el heroico final de la redención.

Tebar no se las da de buen rossiniano y este modesto comentarista piensa que se equivoca. Su lectura de la «Gazza ladra» (tan incluida en bandas sonoras cinematográficas) tuvo el carácter festivo que va implícito en las obras de Rossini, con una elegancia matizada y radiante siempre y más particularmente en el allegro conclusivo, antes de la coda, llevado sorprendentemente a uno con gran precisión.

Los tres picaportazos repetidos que inician la obertura de «La forza del destino», tuvieron una osada determinación que dio paso al furibundo vendaval que caracteriza el sino de Alvaro el protagonista. Frente a estos compases iniciales truculentos, embelesó el tema de amor. Intenso el matizado motivo del desafiante duo de tenor y barítono, con un inspirado clarinete. Preciso el fugado que antecede al procesional y soltura de los primeros y segundos violines en el festivo allegro conclusivo con la batuta pendiente del contracanto de los cellos y las violas.Un intenso sentido sinfónico tuvo el lúgubre comienzo de «I vespri siciliani», antecediendo al heroico y vehemente tema libertario y al relato que con enamorada voz refirieron los cellos el bello tema verdiano.

El doliente dúo de cello y viola que inicia el intermedio de «Manon Lescaut» dio paso al sensorial tema enamorado del decadentismo de la estrella de la protagonista. El maestro retuvo el tiempo subyugando el aire de la sala, para desembocar en la pasión vehemente, acelerando el compás a medida que crecía la intensidad orquestal. Sorprendente y litúrgica lectura del intermedio de «Cavalleria rusticana» sin el concurso de los contrabajos tal y como lo escribió Mascagni que muy pocas veces se ofrece de esta guisa en concierto. Contrastó el acento retozado del preludio de «Il segretto dei Susanna» pocas veces llevado a la sala de conciertos, expuesto con cierta intención camerística, sobre todo en los arcos, huyendo de las convencionales y habituales opulencias.

El vorspiel de «Die meistersinger von Nürnberg» constituyó siempre una dogmática lección de contrapunto, en sus tres temas cardinales, pero sobre todo en el alegato de Sachs que cierra la obra y que es el «leiv motiv» del preludio sinfónico, expuesto con germánico arresto en la conclusión.

La obertura de la opereta «Die Fledermaus», tuvo lirismo y desenfado sobre todo en el popularísimo vals, para cuyo ataque el maestro detuvo el tiempo casi una parte de compás (llevado a uno) a fin de darle una plena propiedad muy gratificante.

Muchos bravos acompañaron a fuertes ovaciones de un público (para nada habitual de los ciclos de abono) que salió exultante de la sala.

Antonio Gascó