Rule, Britannia Por Majo Pérez
Llevaba tiempo pensando escribir sobre un tema que ha cobrado actualidad en los últimos días por la decisión de la BBC de suprimir en el concierto de cierre de los Proms de este año la versión cantada de Rule, Britannia! y Land of Hope and Glory, dos populares melodías que exaltan el orgullo nacionalista británico y que algunos tachan de supremacistas. Y digo bien “melodías” porque, contrariamente a lo que algunos medios de comunicación nos han podido hacer creer, la mayoría de los ciudadanos del Reino Unido desconocen la letra de estos himnos extraoficiales.
No debemos pasar por alto que a principios de esta semana, el Reino Unido aún contaba con la segunda tasa de mortalidad por coronavirus más alta de Europa (solo precedida por Bélgica y seguida muy de cerca por España), ni que Boris Johnson ya ha reconocido que no habrá acuerdo comercial posbrexit con la Unión Europea, lo cual dibuja un escenario ciertamente complicado para la economía de su país. Ante este panorama, alimentar una polémica que apela al instinto patriótico y crea una cortina de humo sobre otros temas parece una buena estrategia…
La prensa ha interpretado el cambio de programa en los Proms como una respuesta a las presiones de movimientos como Black lives matter. Asimismo, hay quienes interpretan en clave feminista el nombramiento de la finlandesa Dalia Stasevska como principal directora invitada de la Orquesta Sinfónica de la BBC. Sea como fuere, es obvio que las reglas del juego están cambiando en muchos ámbitos de la vida, y esto obliga a llegar a nuevos acuerdos de convivencia, empezando quizá por el ámbito de la cultura. La polémica de las canciones de los Proms se puede ver como un eco de lo que sucedió hace dos meses con la retirada de Lo que el viento se llevó del catálogo de WarnerMedia y un anticipo de todo lo que queda por venir.
El mundo de la lírica no es en absoluto ajeno a esta tensión entre tradición y modernidad. La soprano Sondra Radvanovsky, en una entrevista concedida al diario ABC a principios de esta semana, advertía de que “la ópera tiene que cambiar” haciéndose “más diversa no solo en la concepción de las mujeres sino de las personas de color” y más asequible para facilitar “que vengan los jóvenes”. Por otro lado aunque también esta semana, en las redes sociales no faltaron las voces discrepantes tras publicitar el Teatro de la Zarzuela de Madrid el plantel de directores musicales para esta temporada, entre los que no figuraba ninguna mujer.
Las tradiciones no se basan en la ética, sino que reposan sobre los valores y las creencias de una sociedad. Lo que sucede es que nuestras sociedades occidentales son cada vez más heterogéneas, y por otro lado y como es propio en tiempos de crisis profunda, los cambios en los valores que hasta hace poco dábamos por sentados se producen con mayor rapidez, de modo que aumentan los choques de intereses entre diferentes grupos sociales. Además, las tradiciones y los rituales hacen la cultura menos abstracta, brindándonos la oportunidad de afianzar nuestra identidad de manera sencilla, por lo que, para muchos, los cambios en esta materia son difíciles de encajar si la alternativa no está clara.
Boris Johnson se ha mostrado perplejo y rotundamente en contra de la decisión de la BBC de incluir solamente versiones instrumentales de Rule, Britannia! y Land of Hope and Glory en los Proms de este año. Pero esta decisión también se puede ver como una oportunidad de reforzar la identidad y la unión de los británicos gracias a nuevos himnos, más honestos con el pasado y más incluyentes. De hecho, muchos usuarios de las redes sociales han empezado a sugerir canciones que en su opinión podrían reemplazar las ya citadas. No soy del Reino Unido pero me daría mucha pena que las más de 5000 personas que puede albergar el Albert Royal Hall dejasen de disfrutar de ese fantástico fin de fiesta cantando al unísono. En el contexto de crisis económicas y devaluación de derechos sociales en el que vivimos, necesitamos unión, y para muchas personas el patriotismo y el nacionalismo exacerbados son la única vía para conseguirla, algo bastante anacrónico en nuestro mundo globalizado e hiperconectado. El intercambio cultural y la cooperación ecologista, sin embargo, nos pueden ayudar a desarrollar una conciencia universalista más acorde con nuestros tiempos, y menos peligrosa.
En lo que respecta a la ópera, también me parece estimulante y enriquecedor llevar a cabo una revisión de lo que nos vale y lo que no, recogiendo el guante lanzado por Sondra Radvanovsky en el ABC. Estoy de acuerdo con ella en que la supervivencia de este arte pasa por realizar ajustes en la manera tradicional en la que se han venido haciendo algunas cosas, desde la enseñanza musical en escuelas, institutos y conservatorios hasta la gestión de los teatros, pasando por el papel que desempeñan las agencias de artistas. Dicho esto, la contradicción también vive en mí, y a pesar de haber asumido esta necesidad, añoro ciertos aspectos del pasado que ustedes podrían juzgar de anacrónicos. Pondré un ejemplo.
A los largo de los casi veinte años que llevo trabajando como profesor de Secundaria, he presenciado los cambios que se han producido en la asignatura de música en España. Actualmente, el currículo es más sólido y diversificado, hay un mayor equilibrio entre teoría y práctica y el enfoque didáctico se ha vuelto más cercano y motivador para los alumnos. Sin embargo, al mismo tiempo que constato la imparable proliferación de batucadas con materiales reciclados –actividad divertidísima que sin duda permite una amplia variedad de aprendizajes significativos–, no puedo evitar sentir nostalgia por el enfoque, más tradicional, de esta asignatura en un instituto húngaro en el que trabajé durante un curso académico.
En dicho gimnázium, quizá los alumnos no hacen tantas batucadas, pero hacen más butacadas, ya que van al teatro varias veces al año en virtud a un acuerdo entre la orquesta sinfónica de la ciudad, el conservatorio, el teatro y el departamento de educación y cultura municipal. En estas ocasiones especiales, el repertorio, siempre clásico, y la duración de los conciertos se adaptan al público, y siempre hay un maestro de ceremonias que ofrece claves para apreciar mejor lo que se va a escuchar y dinamiza la matinée, igual que hacía Fernando Argenta en El conciertazo. A diferencia del pum-pum del tambor, una ópera, un ballet o un poema sinfónico soportan narrativas profundas y variadas, capaces de explicar no solo quiénes somos, sino también de dónde venimos, qué queremos, adónde anhelamos ir. Y a los nacionalistas como Boris Johnson les puedo decir que, si hay algo genuinamente europeo de lo que todos nos podemos sentir orgullosos sin ningún tipo de reservas ni remordimientos, esto es sin duda la música clásica y la ópera.
Este enfoque experiencial, que también se lleva a cabo en muchas ciudades españolas con algunas diferencias, se aplica a otros momentos solemnes de la vida académica de los centros educativos húngaros. Por ejemplo, todos los alumnos entonan el himno del instituto en las ceremonias que así lo requieren y, en las graduaciones, los del último año se despiden de sus profesores recorriendo ceremonialmente los pasillos de la escuela mientras entonan tradicionales canciones de tema estudiantil. En España, desgraciadamente, la inmensa mayoría de colegios e institutos públicos ni siquiera tiene himno, y pocos son los estudiantes universitarios capaces de evocar los cuatro primeros compases del Gaudeamus Igitur con letra.
En conclusión, no todos los himnos merecen un lugar de honor en nuestra memoria. No es coherente fomentar en las escuelas una cultura de la paz y hacerles aprender a los niños letras de tono belicista, ni supremacista ni contrario a los derechos humanos. Pero cantar al unísono es una actividad divertida y saludable que ayuda a cohesionar un grupo. Y una bonita melodía es el vehículo ideal para transportar nuestros valores y aspiraciones como sociedad.