Sorprendente Trovatore en Diano Marina

Il Trovatore en Diana Marina
Il Trovatore en Diano Marina

En el verano la mayoría de los teatros italianos echan el cierre y es el momento en que muchos festivales, algunos internacionalmente conocidos y otros con arraigo únicamente en la zona en donde están emplazados, tomen el relevo de las producciones operísticas. No deja de sorprenderme la capacidad de pequeñas localidades costeras para ofrecer, al mismo tiempo que la diversión de playa, unas representaciones de ópera, la mayoría de ellas al aire libre. En la costa de Liguria, desde Ventimiglia, pasando por San Remo e Imperia, hasta Rapallo (preciosa localidad a un costado de Portofino) he visto carteles de espectáculos de ópera en este caluroso mes de agosto. Precisamente de Rapallo es la producción de Il trovatore que recaló en la ciudad de Diano Marina, dentro de la programación del Verano Musical Dianese. Uno de los motores de ambas citas veraniegas, la del Festival de Rapallo y la del Verano Musical Dianese, es el conocido cantante Roberto Servile, autor de la dirección de escena de ésta propuesta de la ópera de Verdi. El reparto, asunto espinoso en Il trovatore, estuvo bien defendido en nombres poco conocidos en el panorama internacional pero que no desmerecen a las voces que se pueden escuchar en muchos teatros que programan este título y otros semejantes.  

El tenor mexicano Héctor López es un cantante con personalidad, de los que llenan la escena y cumple con eficacia y valentía en este dificilísimo repertorio. No tuvo una ejecución del todo limpia, a veces atropelló el lirismo pero se mostró efusivo y remató la temible Pira con un brillante agudo que fue vitoreado por el público asistente. También mexicana, Enivia Murè es una soprano lírico-spinto a la que le acompaña la presencia escénica. Es dueña de un instrumento seguro, que resulta homogéneo y maneja con musicalidad – bella su interpretación de “D’amor sull’ali rosee” – además de tejer el conjunto de su canto con un elegante fraseo. Su voz fue ganando con el paso de la representación y tuvo un memorable dúo con el barítono venezolano Pedro Carrillo, un Conte de Luna discreto, digamos que instalado en una exquisita corrección que dejó entrever un buen material vocal que podría permitirle brillar más en este tipo de personajes. El dramatismo, casi desmelene, fue de la mano de la mezzosoprano Sakuray Majuko, una voz con cierta entidad, tendente al entubamiento y que se ganó los aplausos del público por su sincera y voluntariosa entrega al complejo personaje de Azucena.

Stefano Paradiso fue un Ferrando adecuado y Carlotta Vichi una Inés suficiente. El coro hizo gala de músculo vocal. En su escaso y torpe movimiento escénico mostraron fortaleza y acompañamiento al equipo de solistas. La Orquesta Jean Sibelius mantuvo una sonoridad gruesa, acorde a la lectura pasional, arrebatada y llena de furia del director Aldo Salvagno, aportando brío y pasando de puntillas en los matices. Cuestiones menores en una representación al aire libre, en el jardín de una villa, y servida por una propuesta escénica, firmada por Roberto Servile, en la que primó el vestuario (de época, muy atractivo visualmente) y una pantalla de fondo en la que se proyectaban imágenes, demasiadas imágenes, más o menos acordes a lo que nos estaban narrando los cantantes. Pocos elementos corpóreos, los cuales a veces dieron más problemas por las interrupciones causadas para meterlos al escenario que aquello que aportaron al desarrollo de la trama. En breve, una narración tradicional desde el punto de vista actoral con un transfondo minimalista que no siempre tuvo un buen maridaje, sin ser esto un obstáculo imbatible para que salieran a flote las pasiones de la ópera. ¡Qué grande es Verdi!

*Federico Figueroa.