“Hay que persuadir a los censores de que no hay nada peligroso en el libreto que pueda atentar contra el poder político o la religión, y de que deben dejar intactas todas las palabras, escenas y acciones. La ópera tiene que ser representada sin ningún cambio, sin ser castrada…” Estas palabras mandaba Giuseppe Verdi a su editor Ricordi en enero de 1851 poco después de recibir una oferta de La Scala para escenificar “Stiffelio” estrenada en el Teatro Grande de Trieste el 16 de noviembre de 1850 donde se enfrentaron con la abierta oposición de la censura que obligaron a introducir numerosas modificaciones en el libreto. Este describe las dificultades conyugales de un ministro evangélico alemán a principios del siglo XIX. Su esposa cometió adulterio y hay muchas intrigas y consideraciones acerca del honor. Finalmente la mujer es perdonada desde el púlpito por su marido ultrajado.
En el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México se presentó esta ópera, una de las más desconocidas del compositor italiano, que permaneció olvidada y fuera del repertorio por muchísimos años, con una propuesta creativa muy atinada que resultó perfecta para el asunto abordado. Pensada originalmente como ópera concierto posteriormente se anunció como una función “semiescenificada”, horrenda palabra que deja a medias a lo que se conoce como obra de arte total. Contradicción de principios atroz que no permite distinguir entre la “chicha y la limonada” pues no es ni una cosa ni la otra, escena a medias o mitades. Afortunadamente el montaje de la ópera fue en verdad una ópera con todo lo que esto implica. El drama musical presentado reunió todas las características y cualidades artísticas para satisfacer al público más exigente. Hubo música de alto nivel, excelente elenco de cantantes solistas y una puesta en escena con los mínimos recursos pero manejados con un concepto inteligente, riguroso, inspirado, sobrio y lleno de belleza y dignidad. El resultado obtenido cuenta como un gran logro de la actual administración dirigida por el inteligente director de la Ópera el maestro Alonso Escalante quién apostó, arriesgó y gano. Una propuesta original y coherente que convence y emociona.
Para ello contó con un equipo de trabajo preparado, joven, experimentado, surgido de las fuerzas nuevas que están haciendo cosas importantes en este mundo del teatro y de la música. Encabezados por la directora de escena Daniela Parra con carrera de actuación y licenciada en Ciencias de la Comunicación, el diseñador de espacio escénico e iluminación Rafael Mendoza, iluminador de muchísimos años, y la participación de otras mujeres talentosas y preparadas, diseñadoras experimentadas, Estela Fagoaga en el vestuario, Érika Gómez, mobiliario, Cinthia Muñoz, maquillaje, todas ellas ya con experiencia previa en estas propuestas en varios títulos donde han participado. Muy bueno el trabajo de Juan Carlos Remolina, como director de combate escénico. Privilegiando el drama y la actuación en un estilo clásico, poderoso, elocuente. donde la cámara negra y la luz comulgan en beneficio de la acción dramática y las emociones exacerbadas de los personajes de la tragedia.
El elenco de cantantes fue selecto y adecuado: Stiffelio, ministro protestante, el tenor mexicano Luis Chapa, en su triunfal debut en este primer recinto. Con experiencia internacional en papeles poderosos de su cuerda dramática y heroica, poseedor de una voz cálida, de bello timbre varonil, con presencia y proyección, es buen actor e intérprete dotado, de emocionante sentimiento, brinda a su pastor pasión, dolor, sufrimiento conmovedor. Lina, su esposa, hija de Stankar, lo canta Violeta Dávalos creando a su personaje de gran dulzura y elegancia, de sensibilidad exquisita. Su padre, viejo coronel, conde del imperio, lleno de la tradición del honor, ultrajado en sus convicciones, conservador a ultranza, vejado en sus sentimientos, lo caracteriza el barítono Alfredo Daza, sufriente y pleno de dignidad. Raffaele, el noble de Leuthold, seductor a quien nada le importa causar tantas penas tiene en el tenor Andrés Carrillo, un interprete perfecto. Jorg, viejo ministro protestante, tiene en la oscura belleza de la voz del barítono Enrique Ángeles, un sobrado y sobresaliente artista. Completan el reparto Ángel Ruz, Federico di Frengel, Rocio Taméz, de bello instrumento mezzosoprano como Dorotea, prima de Lina y el sirviente mudo Fritz, muy bien actuado por Brandon Carmona.
Brillaron la Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes. Desde que empezó la obertura escuchamos una música estructurada a plenitud, con belleza tímbrica, afinación y armonía, dirigidas con conocimiento en sus conjuntos y partes solistas por el maestro concertador alemán Felix Krieger. Hay que destacar el formidable trabajo del coro, con concepto clásico griego, testigo y participante, espectador y actor, cuyas cuerdas matizaron sus importantes partes, con colores y matices, con tiempos y ritmos precisos, sabiamente dirigidos por su director huésped, a quien conocen perfectamente y respetan, el tijuanense radicado en Europa, Pablo Varela.
Hemos tenido una muy grata y enriquecedora experiencia al asistir a esta ópera que nunca habíamos visto representada en escena y constatar cabalmente la riqueza de este género que nunca podremos abarcar. Es digno de aplauso reconocer que cuando se logran conjuntar el talento, la creatividad, el esfuerzo en afrontar y resolver los problemas, el trabajo entregado y apasionado, la humildad de reconocer las carencias y solventarlas con inteligencia y creatividad se logran éxitos como este “Stiffelio” que queremos volver a disfrutar.