La Seattle Symphony Orchestra dedicó el concierto del pasado jueves a Richard Strauss, en un programa que incluyó a la soprano alemana Gun-brit Barkmin en las Cuatro Últimas Canciones y la Sinfonía Alpina. El concierto estuvo comandado por el director Thomas Dausgaard, que ciertamente no tuvo su tarde.
Gun-brit Barkmin, a la que los aficionados de Madrid pondrán cara tras aparecer en el Teatro Real en El Público de Sotelo es una soprano dramática de ancho registro medio y extremos algo más flojos. El timbre de Barkmin es más bien mate, pero en esa ausencia de brillo encontramos sugerentes ribetes que enriquecen su canto con irisaciones dramáticas.
Su estilo se centra en un condensado juego de vibratos y apoyos no siempre canónicos. En las Cuatro Últimas Canciones de Strauss que ofreció en Seattle, demostró poca finura en el legato,así como una falta de intención en la prosodia. Basten como muestra de todo ello las dificultades para expresar los versos de Herman Hesse en Frühling o la esforzada línea de September. Un Dausgaard voluntarioso dirigía a una SSO irreconocible en una interpretación muy discreta.
La tercera canción, Beim Schlafengehen, trajo momentos de mayor disfrute. Tanto la orquesta como la soprano parecían más relajados que en las anteriores, lo que dio lugar a un sonido más natural. Aparecieron por fin detalles de mérito, aunque en la estrofa final, tras la bonita frase para violín solo, Barkmin estuvo algo gritona y dejó un portamento más bien feucho feo en la palabra Seele (alma).
Im abendrot, el maravilloso lied con letra del poeta Joseph Eichendorff, cierra el ciclo de las Cuatro Últimas Canciones. Se trata de una música elevada, trascendental, donde cada palabra se tiene que cantar de una manera madura y artesanal hasta conseguir la expresión precisa. La SSO ofreció una introducción bien temperada, pero de nuevo Gun-brit Barkmin acusó cierta falta de expresividad, como si no fuera capaz de conectar el texto con su significado en el marco de la música de Strauss. Le salió bonito el ascenso al agudo en la frase So tief im Abendrot , pero en conjunto faltó misterio, emoción y equilibrio en una canción nocturnal e íntima que quizás pedía una artista trazo más fino. Dausgaard, por su parte, no pudo evitar cierto desbarajuste en un cierre orquestal que tampoco se recordará en Seattle.
La soprano alemana cantó Morgen, del mismo compositor, a modo de bis, aunque la reacción del público no lo anticipaba en absoluto. La concertino Cordula Merks emocionó en su intervención solista, pero no era la noche de Barkmin, que una vez más cosechó tímidos aplausos de un público habitualmente generoso.
La segunda parte trajo consigo la Sinfonía Alpina de Richard Strauss, una obra que permite el lucimiento orquestal pero que solo permitió disfrutar del talento de los profesores de la SSO en oleadas. La interpretación fue mejorando progresivamente, cuando poco a poco la SSO se deshacía de los errores de afinación y los ataques poco limpios del inicio. En la sección con la que Strauss describe el glaciar o la llegada de los montañeros a la cumbre, asistimos a la mejor versión de la orquesta. La SSO nos tiene acostumbrados a mejores productos, por los que la fiereza con la interpretaron la escena de la tormenta o el gozoso cierre de la sinfonía no fueron suficientes para colmar las expectativas del público.
La semana siguiente daremos cuenta aquí del último concierto de la presente temporada de la SSO en Seattle, con una Quinta de Mahler dirigida por el batuta titular Ludovic Morlot.
Carlos Javier López