«L’Orfeo» canta baila Real Sasha Por María del Río
Piezas perfectas para un rompecabezas imperfecto
No sabemos con absoluta certeza cómo fue la primera representación del L´Orfeo de Claudio Monteverdi. Sí que tuvo lugar en Mantua, en el carnaval de 1607, y que se puso en escena ante los miembros de la Accademia degli Invaghiti en una sala muy reducida, en la que los numerosos músicos y los cantantes compartían un escaso espacio. Según algunos estudiosos, es probable que en esa primera representación hubiese más personas sobre el escenario que en el público. Y, por cierto, no hubo ninguna mujer entre los intérpretes ni entre los espectadores. «L’Orfeo» canta baila Real Sasha
Aunque se considera tradicionalmente que L´Orfeo es la primera ópera, otros compositores como Jacopo Peri y Giulio Caccini ya habían intentado algo parecido con menor fortuna en el seno de la Camerata Bardi de Florencia. De hecho, parece que Vincenzo Gonzaga, el duque de Mantua, encargó a Claudio Monteverdi la composición de su obra con la intención de que emulase a la Euridice de Jacopo Peri, que había visto representar en 1600 en la boda de María de Médici y Enrique IV de Francia.
A pesar de ello, quizás lo que distingue a la obra de Monteverdi de las de sus antecesores puede ser su vocación de totalidad: la compleja, delicada y cuidadísima instrumentación que dota a cada situación dramática de su propio color tímbrico, las danzas, el canto de los solistas contrastado con los coros (algunos homofónicos, pero otros más bien polifónicos, a pesar de que era un estilo ya denostado en la época). En la rueda de prensa previa al estreno, Leonardo García Alarcón, director musical de esta producción, aseguró que, si Monteverdi fuese un compositor actual, probablemente reuniría en sus obras “rap, blues y flamenco”. Toda esta variedad está puesta al servicio de la palabra: los intérpretes “hablarán musicalmente”, se anunció. La nueva ópera nace para que la música aporte al teatro la fuerza de las emociones. «L’Orfeo» canta baila Real Sasha
El libreto de L´Orfeo se debe a Alessandro Striggio el Joven, que se inspiró con cierta libertad en Ovidio y Virgilio. No es casual que sea el mito de Orfeo el núcleo de esta favola in música: la Camerata Bardi buscaba la inspiración en las tragedias griegas, en la hipótesis de que seguramente fueron más cantadas que habladas. Por otra parte, Orfeo representa el poder de la música sobre las pasiones humanas y, finalmente, su intento de triunfar sobre la muerte.«L’Orfeo» canta baila Real Sasha
El argumento es bien conocido. Después de un prólogo protagonizado por el personaje alegórico de la Música, hay dos actos centrados en las bodas de Orfeo y Eurídice. Al final del segundo, llega la Mensajera con la terrible noticia de la muerte de Eurídice a causa de la picadura de una serpiente. En el acto tercero, Orfeo, resuelto a rescatar a su amada del Hades, consigue burlar a Caronte y cruzar la laguna Estigia. Al principio del acto cuarto, Proserpina, que se confiesa conmovida por el amor entre Orfeo y Eurídice, persuade a Plutón para que les permita reunirse. El dios infernal solo pone una condición: Orfeo no debe volverse para ver si su amada le sigue. Sin embargo, el protagonista no puede resistir la tentación y gira la cabeza en el último momento, condenando a Eurídice a volver al inframundo para siempre. El quinto acto es un epílogo en el que Orfeo se reúne con su padre, el dios Apolo, que le propone llevarlo al cielo (el final del mito clásico era mucho más oscuro, ya que Orfeo moría despedazado por las enloquecidas bacantes tracias, pero parece que Monteverdi le pidió a su libretista un “lieto fine”, un desenlace menos trágico). «L’Orfeo» canta baila Real Sasha
La impactante propuesta que presenta Sasha Waltz en el Teatro Real los días 20, 22, 23 y 24 de noviembre encaja perfectamente con la visión monteverdiana de romper las fronteras entre música, danza y teatro. Esta coreógrafa alemana, además, ha trabajado en distintas ocasiones en el marco de la ópera y, más concretamente, de la ópera barroca: sin ir más lejos, presentó en 2019 en el Teatro Real la ópera de Purcell Dido y Eneas. Su Orfeo, que creó en 2014, funciona en cierto modo como un rompecabezas de enorme complejidad.
Quizás la pieza más perfecta de este sea la orquesta. Bajo la dirección enérgica, ágil y precisa de Leonardo García Alarcón, la Freiburger Barockorchester hizo honor a su excelente reputación y sonó maravillosamente en todo momento, a pesar de la dificultad añadida de estar dividida en dos secciones a ambos lados del escenario y de que los músicos, e incluso el propio director, tuviesen que desplazarse en ocasiones silenciosamente de un lado al otro. Como la orquesta no tocaba en el foso, el espectador también pudo disfrutar no solo escuchando, sino también viendo la belleza de instrumentos barrocos como las tiorbas o el arpa.
Perfecto también el sonido del Vocalconsort Berlin, cuyos integrantes parecían tan acostumbrados a moverse entre bailarines que a menudo se confundían con ellos. Porque quizás lo más llamativo del Orfeo de Sasha Waltz es que los bailarines cantan y los cantantes bailan, o, al menos, los bailarines fingen cantar y los cantantes saben dar algunos pasos de baile. Hay momentos en los que verdaderamente cuesta distinguir entre unos y otros. En todo caso, el efecto es increíble, igual que el nivel de exigencia necesario para lograrlo.
Me resulta imposible, por falta de conocimientos técnicos, juzgar el trabajo de la compañía de danza Sasha Waltz & Guests, pero, desde el punto de vista del espectador de ópera, parecían excelentes. Resultó muy interesante el que en dos ocasiones los bailarines evolucionaran sobre el escenario sin música. En primer lugar, al final de la primera parte, cuando los bailarines dejaban caer agua sobre el escenario, produciendo un curioso efecto sonoro. En segundo lugar, cuando se representó el rapto de Proserpina, que no aparece en la ópera de Monteverdi y ha sido insertado justo antes de la escena en la que esta habla con Plutón. La belleza de la danza quedaba enmarcada en un silencio sobrecogedor. Lástima que le restaran emoción las inevitables toses…
En un escenario que en ciertos momentos estaba verdaderamente repleto de cantantes y bailarines, fue un acierto más la sobriedad de la escenografía de Alexander Schwarz: al fondo, una especie de gigantesca caja de madera con paneles giratorios que, de vez en cuando, dejaban ver proyecciones como la laguna Estigia o el paisaje tracio. Del mismo modo, el vestuario, diseñado por Bernd Skodzig e inspirado en los años 30 y 40, resultaba agradablemente sencillo, elegante e intemporal. En la primera parte de la obra, la que se sitúa en el mundo de los vivos, predomina el color blanco; cuando la acción se traslada al mundo de los muertos, los trajes son de color negro.
Desgraciadamente, hay una importantísima pieza del rompecabezas que claramente podía haber estado mejor: el elenco de cantantes solistas. Dicho de forma llana, algunos de ellos no sonaban barrocos, quizás por no cuidar suficientemente la pronunciación del italiano o por usar un vibrato más propio de la ópera de épocas posteriores. Es imprescindible cuidar el estilo, o el canto sonará como si la parte de tiorba la interpretase una guitarra.
Orfeo, cantado por el barítono George Nigl, estuvo bastante bien, aunque en ocasiones su voz parecía acusar el cansancio y sus movimientos y gestos resultaban algo exagerados. Entre las voces femeninas, en mi opinión, las mejores fueron la soprano francesa Julie Roset, que interpretó a la Música y a Eurídice con precisión y exquisitez (ella sí sonaba barroca) y la mezzosoprano Luciana Mancini, Proserpina, cuya voz profunda y conmovedora deslumbró en el dúo con Plutón al principio del cuarto acto. También merecen mención aparte el bajo Alex Rosen, que hizo un impresionante barquero infernal, y el contratenor Leandro Marziotte (Pastor 2 y Espíritu).
Con todo, resulta difícil juzgar a unos solistas que, además de cantar, tienen que actuar, moverse con elegancia e incluso danzar en un escenario por el que están cruzando decenas de bailarines en todas direcciones. La exigencia del montaje coreográfico de Sasha Waltz es, sin ninguna duda, enorme. Quién sabe, quizás Konstantin Wolff hubiese podido dotar a su Plutón de mayor energía y profundidad si no lo hubiese tenido que cantar con Proserpina encaramada sobre sus costillas.
En fin. El Orfeo de Sasha Waltz fue maravilloso en conjunto, pero sus piezas no siempre estaban perfectamente ensambladas. Los dos primeros actos, en mi opinión, resultaron excesivamente sobrecargados: el desorientado espectador se veía obligado a dividir su atención entre los cantantes solistas y los bailarines y coristas, todos ellos en perpetuo movimiento, de modo que la excesiva acción distraía de la bellísima música de Monteverdi. La cantidad de personas sobre el escenario produjo incluso un resbalón de uno de los bailarines (¿o sería un cantante?), afortunadamente sin consecuencias serias. Todos sabemos que en las bodas, incluso en la de Orfeo y Eurídice, hay cierta inclinación a los excesos y desmanes.
En el resto de la obra, la danza y la música estaban mucho mejor equilibradas, con momentos bellísimos de compenetración entre ambas artes. Así lo reconoció el público del Teatro Real con el entusiasmo de su prolongado aplauso.
20 de noviembre de 2022, Madrid (Teatro Real). L’Orfeo de Claudio Monteverdi (música) y Alessandro Striggio (libreto).
Solistas: Georg Nigl, Charlotte Hellekant, Julia Roset, Luciana Mancini, Alex Rosen, Leandro Marziotte, Konstantin Wolff, Cécile Kempenaers, Julián Millán, Fabio Trümpy, Hans Wijers, Florian Feth
Leandro García Alarcón (director musical), Sasha Waltz (directora de escena y coreógrafa)
Freiburger Barockorchester, Vocalconsort Berlin, Sasha Waltz & Guests