Tebar dirige a un inspirado Buchbinder en el primer concierto de Brahms

Tebar dirige a un inspirado Buchbinder en el primer concierto de Brahms
Tebar dirige a un inspirado Buchbinder en el primer concierto de Brahms

El autor de este comentario se quedó un poco pasmado, al percibir el poco intenso ímpetu sonoro de la orquesta de Valencia, ante la brava anacrusa del maestro Ramón Tebar en el arrebatado inicio del concierto número uno de Brahms, en el que intervino como solista Rudolf Buchbinder. De inmediato, uno cayó en la cuenta que de que no había marcado a seis como prescribe la partitura sino a dos, para librar de tensión a esas primeras frases del Maestoso, con el fin de enlazar con la melodía de las siguientes que dan entrada al piano, que respondió a la trompa de María Rubio con perlada y refinada pulsación. El maestro valenciano, como suele ser habitual, estuvo pendiente del solista para dejarle frasear a placer con su articulación precisa y llena de embeleso, lo cual no es extraño porque el director, además, conoce muy bien la obra desde el teclado, en su condición de pianista, habiéndola interpretado en alguna ocasión. El movimiento fue creciendo en intensidad, con arrobamiento romántico, pasando a un segundo tiempo con una orquesta suntuosa, de aterciopelado sonido, que dio acogida a un piano inspirado y lírico en el cantábile, desgranando cada nota. Oboe, clarinete y trompa cantaron sobre un mórbido plumón de sonoridades. Muy contrastado el tiempo final, en forma rondó-sonata. Buchbinder aristocrático muy pendiente del fraseo, pesando cada nota con balanza de orfebre. Tebar era señor de la sonoridad orquestal, llevando a cabo una versión intensa con la transparencia que demandaba el pianismo del austriaco (aunque en verdad nació en Checoeslovaquia). Tensión e intensidad al servicio de un planteamiento emocional, como también lo fue la breve cadencia con sonoridades etéreas, que sirvió de contrastada diferenciación con los últimos compases de la coda.

Hubo fervientes aplausos del público y también de los componentes de la orquesta para el solista, (que quiso compartir con el director) pero que no obstante, dejó a la asistencia con la miel en la boca al no ofrecer ningún bis.

Ajustaba muy bien la obra de la segunda parte con el concierto de la primera, porque Dvorak tuvo una fecunda relación con Brahms, al extremo que, pese a su acusado acento paisano, la octava sinfonía del checo, que se ofreció en la audición del valenciano Palau de la Música, tiene débitos en el criterio instrumental del autor del «Réquiem alemán».

En el primer movimiento los cellos ofrecieron un acento procesional, que contrastaba con los briosos tuttis de una intensidad montaraz. El maestro, muy idiomático y perceptivo, cuidando la intención y el fraseo, con momentos rotundos frente a otros de bucólica ambientalidad, mantuvo siempre, con inspirada autoridad, los cambios de pulso pero muy en particular el significativo tema de los pájaros, que tanto sugestionaba al autor y el coral conclusivo.

Una sensitiva atmósfera inicial abrió el segundo tiempo. El embriagador solo de oboe y flauta sobre el rítmico pizzicato de la cuerda grave, no pudo ser más sugestivo. Grandeza y matiz desde los fanfares de trompetas a la respuesta de arcos y maderas, que llevaban de la intensidad al idilio en un derroche de sentimientos perceptivos. ¡Con qué gentileza expresaron, casi al final, los arcos el sugestivo tema del oboe!.

Tebar dirige a un inspirado Buchbinder en el primer concierto de Brahms
Tebar dirige a un inspirado Buchbinder en el primer concierto de Brahms

El vals fue refinado y sensual con brisa de paisaje y sentimiento bohemio, enlazando en el mismo compás ternario, con un segundo tema también adjudicado al oboe. Fue un placer ver atacar a la batuta las anacrusas a contratiempo, desde abajo, en los contrastes rítmicos de los últimos compases del movimiento.

La armonización del inicial tema de los cellos con el siguiente danzable, iniciando la serie de variaciones que significan, a ritmo de perpetuo baile eslavo, todo el movimiento final fue conmovedora. En su viveza, Tebar concedió a las siete variaciones una intensa unidad ambiental, que tras recuperar el perpetuo tema de los cellos inicial, desemboca en un furiant frenético que aumentó gradualmente su velocidad (en un ejercicio de virtuosismo orquestal) hasta llegar al breve e intenso paroxismo de las dos últimas corcheas.