Tebar huye del tópico en la programación del concierto institucional del Nueve de Octubre en Valencia

Tebar trató de huir del tópico en la programación del concierto institucional del Nueve de Octubre en Valencia
Tebar huye del tópico en la programación del concierto institucional del Nueve de Octubre en Valencia

El maestro Tebar trató de huir del tópico en la programación del concierto institucional del Nueve de Octubre en Valencia, que es la fiesta de la Comunidad, conmemorando la victoria de Jaime I sobre las tropas del emir Zeit Abu Zeit. Tal vez es un programa que había que justificar, aunque no ante el aficionado de carnet y por ello me permití en las notas al programa que la dirección del Palau de la Música tuvo la gentileza de encomendarme,  señalar que el maestro que es un gran aficionado a la historia, apostó por un repertorio en el que abundaba la música arrogada de exotismo, con guiños fabulosos a las orgias, la alucinación, las hechicerías, aquelarres y hasta las diablerías. Un programa, original, que, poseía un carácter de crónica arcaica y que nos lleva al hecho señalado de que en el siglo XIII, fecha de la conquista de Valencia, se observan dos procesos paralelos y relacionados entre sí: por un lado una eclosión mágico-astrológica provocada por el aumento del interés y conocimiento por parte de las élites del caudal ocultista y, por otro lado, una creciente preocupación por la magia y por la presencia del demonio perceptible en los escritos teológicos y filosóficos. De esta manera entramos en este concierto popular, en la evocación de la historia, a través de la música, pero por una puerta muy distinta de la que habitualmente utilizamos de música de rumbo y vistosa, para, por el contrario embebernos en do, re mí, fa, sol de  las crónicas de los arcanos.

Pese a las muchas dificultades que tuvieron que afrontar orquesta y director, la verdad es que salieron airosos del brete y complacieron a la numerosa asistencia que abarrotaba el auditorio del Palau de les Arts. Sí, ha interpretado bien el lector, dado que hubo que pedir el favor de actuar allí dado que el techo de las dos salas de audición del Palau de la Música, presenta graves deterioros que obligan a tener cerrado el local por una temporada amplia que tal vez se prolongue a más de un año.

Ello obliga a instrumentistas y batuta a trabajar de un modo incómodo e intranquilo, ensayando habitualmente en el Conservatorio y llevando a cabo solo un ensayo general, que es poco más que una prueba acústica en el auditorio de la última planta del teatro de ópera de Calatrava, que, por cierto, tiene una acústica bastante reprensible. Tebar y sus músicos no están acostumbrados a esta sonoridad y tuvieron de lidiar, haciendo de la necesidad virtud, con ese grave inconveniente. El maestro, con buen criterio, puso unos amplios escalones a derecha e izquierda del escenario, ubicando a los arcos sobre ellos, con lo cual acrecentó la sonoridad de las cuerdas, dejando los vientos en un nivel de altura  inferior, resolviendo muy mucho el inconveniente de las diferencias de sonoridades y cacofonías que normalmente se perciben en los conciertos habituales del local. Con todo, este parece el mal menor, por lo que conocemos, los habrá de peores. El director valenciano y los profesores van a pasar un año incómodo y enojoso.

En cuanto al repertorio, como hemos dicho al principio de este comentario, abundó el descriptivismo de las orgías, los espectrales aquelarres y las fantasmagorías y ello permitió a Tebar y a sus huestes lucirse en una estimable propiedad de alucinada fantasía, sugestión y ensueño, que puso a la música en un ambiente de relato sensorial y fantasmagórico. Sonoridades muy diversas, amplia riqueza de matices, en el conjunto, fraseos de los solistas que deambulaban del sortilegio y el lirismo al arrojo. Fueron correctas las obras de Chapí y Asencio que ocuparon la primera parte, singularmente la segunda con débitos de Falla y una riqueza de instrumentación a la que la batuta le sacó partido. El primer vals Mefisto de Liszt hizo percibir acústicamente el sortilegio de la obra de Goethe, con una precisión instrumental que recordaba la pulsación pianística (pese a que la obra se escribió originariamente para orquesta) en su intenso sinfonismo. «Una noche en el monte pelado» de Mussorgsky, tuvo sonoridades instrumentales de ensalmo de aquelarre del autor del «Boris», más que de la instrumentación que se interpretó que fue la de Rimsky. Sonó a Mussorgsky más que nunca.  La «Danza macabra» de Saint Saëns abundó en onomatopeyas cadavéricas de la percusión, soliviantándose con un creciente y embriagador vals con una intervención del concertino Enrique Palomares de refulgente cristal y efusiva incitación que instigó a toda la orquesta, y la bacanal de «Sansón y Dalila», del mismo autor, que se acrecentó en intensidad excitable, después de escuchar el tema de la seducción declarada por los arcos en estado de gracia.

El maestro, como es acostumbrado en este concierto institucional, dirigió con prodigalidad de matices el Himno Regional de Serrano que el público cantó con fervor, puesto en pie.

Antonio Gascó