Teodor Currentzis es un director con fama de excéntrico que levanta pasiones y ampollas a partes iguales. Unos lo aclaman por sus criterios interpretativos poco ortodoxos, mientras otros le achacan su osadía y sus grandilocuencias propias de un ególatra presuntuoso. Lo cierto es que la personalidad del joven director de orquesta griego formado en Rusia resulta poderosamente llamativa, y no sólo por su espigada figura, envuelta en negros ropajes, y sus aires pomposos, casi de corte dieciochesca, que le convierten en una especie de maestro de capilla redivido. También por su manera de dirigir sin batuta, con gestos ampulosos, su facha de líder carismático y su magnetismo con el que hace partícipes de un misamo impulso a todos sus músicos.
Currentzis no empezó ayer. Con la creación en 2004 de su orquesta, MusicAeterna, viene interpretando un diverso repertorio, en muchas ocasiones de forma exitosa, conformado en su gran mayoría por títulos operísticos, debido a su estrecha vinculación a la Ópera de Perm, a la que pertenece su formación. No hay que olvidar su reto de haber llevado al disco la trilogía Da Ponte de Mozart con resultados realmente sorprendentes, y es Gustav Mahler el compositor al que últimamente está dedicando sus mayores esfuerzos, como lo atestigua el reciente lanzamiento de su grabación de la Sexta Sinfonía para el sello Sony.
También en sus conciertos, porque precisamente venía a interpretar Mahler al Auditorio Nacional de Música de Madrid en su presentación propia y la de su orquesta dentro del ciclo Ibermúsica, con una obra muy distinta a la Trágica, la Cuarta, precedida de una selección de canciones de Des Knaben Wunderhorn. En la primera parte no se manifestó el Currentzis más personalista, sino que las canciones se mostraron tal cual son, con toda su expresión popular, frescura, sinceridad y la tragedia interior que late en gran parte de ellas, a las que tanto la soprano Anna Lucia Richter como el barítono Florian Boesch sirvieron si no con excelsa belleza sí con absoluto rigor, alternándose en cada una a excepción de dos, que cantaron juntos por estrofas, Lied des Verfolgten im Turf (Canción del perseguido en la torre) y Wo die schönen Trompeten blasen (Donde suenan las trompetas gloriosas), en las que ambos se esforzaron por conseguir un elevado nivel de encanto poético.
A lo largo y ancho nos halagaban la irresistible extroversión y el sentido teatral de la jovencísima soprano de pequeño pero muy bien manejado instrumento, hasta llegar al histrionismo casi de género de opereta en canciones como Verlorne Müh (¡Esfuerzo en vano!) y Lob des hohen Verstandes (Alabanza al elevado entendimiento), así como la exquisita matización expresiva, entre medias voces, emisión afalsetada y rotundos fortes, según el texto lo requería, de un gran actor-cantante como es Boesch, que brindó una estremecedora Der tambourg’sell (El chico del tambor) o una aguerrida Revelge (Toque de diana). Se da la circunstancia de que en uno de los recitales de la pasada temporada del Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, Richter tuvo que cancelar su debut, siendo sustituida precisamente por Boesch, y en esta ocasión, casualidades o no, nos encontrábamos con ambos.
Últimamente, la Cuarta de Mahler se ha programado con bastante frecuencia en el Auditorio. Dos semanas antes que Currentzis, Gustavo Gimeno, y otro Gustavo, Dudamel, un poco más lejos, el pasado 20 de septiembre, han elegido la misma obra en sus respectivos conciertos. Y en contraste con lo anterior, aquí sí se manifestó mucho de lo que Currentzis entiende cómo debe ser su heterodoxa visión de Mahler, un criterio que algunos no compartirán pero que tiene un poderoso poder de convicción. Y eso el espectador lo percibe. Porque le va metiendo progresivamente en el bolsillo de su Mahler. Currentzis, un músico completo que trabaja minuciosamente el acercamiento a cada obra que interpreta, sabe lo que hace y lo que tiene entre manos y su orquesta le sigue en todo convencida, respondiendo como un solo hombre. Para ello hace colocar a todos los instrumentistas de pie, excepto los violonchelos, como es lógico, decisión que entra a formar parte de su propia parafernalia neobarroca. Pero no hay problema, todos se lo creen y no existen fisuras. El conjunto suena afinado y empastado. Hay algún exceso, como quizá ese timbal del tercer movimiento antes de la coda, por ejemplo, que resulta ensordecedor y hasta agresivo, pero un autor como Mahler lo digiere todo fácilmente, y no empaña el paisaje, porque la evanescente lectura del tiempo lento es sencillamente magistral, ejecutada de una sola pieza. Ahí se luce la disciplinada sección de cuerda en todos sus atriles, para dotar de una profunda serenidad y seriedad al conjunto, que Currentzis se afana en conseguir reclamando con severo gesto tocar aún más piano a sus cuerdas.
Hay infinidad de detalles en timbres y ritmos (como el juego que saca a esas filigranas del chistoso segundo movimiento), en contraposición a un concepto general, porque Currentzis es un constructor del detalle, que pule, alquímico y preciso, más que un arquitecto de edificios mahlerianos. Prueba de ello es el transcurso del primer tiempo, que el heleno convierte en un lúdico y locuaz, enteramente flexible, festival de sonidos y colores momentáneos, un auténtico despertar de la naturaleza. Desvanecida del todo la última nota en el silencio de la sala, el público sólo estalló en aplausos y bravos cuando el director griego bajó sus brazos. Tras compartir saludos, ceremonioso, con cada uno de sus atriles, contra todo pronóstico regaló al público una pieza de frenético y obsesivo ritmo: Dhb/Tanzaggregat de Marko Nikodijevic, una nueva prueba de fuego para el lucimiento de su MusicAeterna. Tras conquistar la plaza de Madrid, bien se puede decir que Currentzis ha ganado una legión de nuevos seguidores.
Germán García Tomás