Thomas Dausgaard sale al quite de New York Philharmonic tras la cancelación de Zubin Mehta

Thomas Dausgaard sale al quite de New York Philharmonic tras la cancelación de Zubin Mehta
Thomas Dausgaard sale al quite de New York Philharmonic tras la cancelación de Zubin Mehta

La New York Philharmonic ha respondido con rapidez a la esperable cancelación de Zubin Mehta, aquejado aún de sus múltiples operaciones. Así, lo que parecía una recuperación milagrosa se ha convertido en la triste constatación de que al maestro indio le queda tiempo para volver en plenitud al pódium. Confiamos en que sea pronto.

Thomas Dausgaard es bien conocido en Europa por sus conciertos con la BBC Scottish Symphony y la Orquesta de Cámara Sueca, de las que es director artístico; y también en América, con la Seattle Symphony, orquesta que dirigirá a partir de la temporada que viene, sustituyendo en el cargo a Ludovic Morlot. La elegancia y la profundidad de su batuta ya le han granjeado muchos seguidores al director de orquesta danés. Es por ello que son pocos los que devolvieron sus entradas al saber de la cancelación de Mehta.

La inesperada ocasión supuso el debut de Dausgaard con la New York Philharmonic. El programa incluyó la obertura Helios de Carl Nielsen, el concierto para piano Núm. 3 de Beethoven con Stephen Hough y la Sinfonía Núm. 2  de Robert Schumann.

La obertura Helios, con su estilizada partitura, fue toda una declaración de intenciones por parte de Thomas Dausgaard. Expresivo pero contenido, el danés supo mantener la ligazón en la línea orquestal. La Filarmónica desplegaba desenvuelta sus acentos, mientras que Dausgaard se replegaba hasta el susurro cuando era necesario matizar una frase.

Sorprendió gratamente la ductilidad de la orquesta bajo la batuta de Dausgaard en el concierto para piano Núm. 3 de Beethoven. En este caso, la responsabilidad del solista recayó en el profesor de la Julliard School Stephen Hough, un intérprete apreciable aunque un poco aséptico, que dejó destellos de gracia y se supo acoplar sin problemas a la versión de Dausgaard. El piano de Hough sonó académico, puro y limpio de afectaciones innecesarias.  Fino en la ejecución técnica pero algo insípido en la expresión, Hough tocaba con un aire distraído, acaso con cierta introspección, como si no le importara verse rebasado por la Filarmónica, que Dausgaard dirigía con brío y pujanza.

El segundo movimiento, Largo, dio lugar a frases de gran factura. Gracias al trabajo conjunto de los intérpretes, la música de Beethoven respiraba con el hálito de las musas. Dausgaard manejaba con gracia el juego de volúmenes mientras que Hough recogía el guante en frases de cuidada línea y delicada expresión. El allegro que cierra la pieza sonó fresco y actual, más americano que europeo. Los aficionados de Nueva York aplaudieron con fuerza lo que consideraron, con tino, una gran versión de la obra.

Tras el descanso, la Sinfonía Núm. 2 de Schumann puso a prueba las prestaciones de la Filarmónica. Dausgaard no renunció al juego y tentó a las cuerdas para que aportaran un extra de sensualidad. A este requerimiento respondieron los músicos con un sonido empastado y rejuvenecido. El segundo movimiento, Scherzo, sonó más artificial. Se podía escuchar la maniobra tras el sonido, debida a la falta de ensayo, pero el fraseo de las violas y las flautas y la serenidad beatífica los chelos hicieron olvidar cualquier reserva. El tercer movimiento, Adagio, sonó elocuente, casi pictórico, por la gran paleta cromática empleada. Dausgaard exprimió a los músicos hasta obtener la última voluta de sonido. La línea resultaba así saturada, extenuante de tan plena y rica. Así, en algunos pasajes se echó en falta la serenidad y el equilibrio de otras versiones. Pero Dausgaard debutaba en el Lincoln Center, y no quería dejar nada por decir. El cuarto movimiento de la sinfonía se presta más a lo monumental que al detalle. Aun así, Dausgaard no renunció a llevar a la orquesta atada a la batuta, para asegurarse un final equilibrado y palpitante. Por la certidumbre de un sonido que llegaba revelado, sin trampa, el público disfrutó complacido de la presentación de la sinfonía, quizá no totalmente en estilo, pero desde luego estimulante y atractiva.

A partir de ahora, a Thomas Dausgaard se le esperará en Nueva York con la expectación que precede a los grandes, pues a su fama y sus grabaciones el danés ha añadido un éxito apreciable en su debut con la New York Philharmonic.

CARLOS JAVIER LOPEZ