Es estimable que en la temporada de Ibermúsica se haya dado a conocer al público de Madrid a la Orquesta de la Tonhalle de Zurich que llegaba bajo la dirección de su actual titular, el joven maestro francés Lionel Bringuier (Niza, 1986) dentro de su gira de conciertos por España. Los espectadores han podido descubrir el sonido de una orquesta de gran nivel que cumple este año siglo y medio de vida y que, sin ser de las mejores del mundo, hay que tener muy cuenta en el momento presente, máxime desde que años atrás el gran David Zinman la situara en una notable posición en el ránking internacional. En el primero de los dos programas ofrecidos en el Auditorio Nacional de Música se congregaban dos obras netamente románticas y de ambiciones iconoclastas en su época: el Concierto para piano nº 2 de Franz Liszt y la Sinfonía Fantástica de Hector Berlioz.
El pianista macedonio Simon Trpčeski fue el encargado de interpretar la segunda incursión concertística del compositor y director húngaro, una obra que destaca por su absoluta libertad formal y su carácter rapsódico, como si de una continua improvisación se tratase, y que genera ciertas complicaciones al solista, sobre todo en su continua superposición a los tuttis orquestales, que suelen sobreponerse al ejecutante. Con todo, el pianista fue capaz de lucirse dentro de las posibilidades que la pieza le permitía, exhibiendo técnica y virtuosismo con detalles musicales y personales en la digitación. Empastó satisfactoriamente con los distintos instrumentos que Liszt incluye a modo de solos por la partitura, como el lírico diálogo con el violonchelo, exquisitamente delineado por Rafael Rosenfeld. Como propina, el pianista macedonio hizo las veces de acompañante de la concertino de la orquesta, Julia Becker, en una danza folclórica típica de su país de origen.
La celebrada y bastante programada Sinfonía Fantástica acaparaba toda la segunda parte del concierto, y es en esta partitura de gran aparato de Berlioz donde se pudo apreciar más en profundidad la compacta sonoridad de la orquesta suiza. Bringuier optó en términos generales por tempi equilibrados aunque en ocasiones propensos a la rapidez en una lectura en la que se definieron nítidamente las líneas melódicas del en muchos casos complejo entramado orquestal de Berlioz y donde se prestó atención al contraste en el manejo de las dinámicas.
En los “Ensueños, pasiones” no se escuchó, sin embargo, esa evanescencia inicial, subrayándose más el empuje y el vigor y lo que iba a ser la marca de la casa de toda la interpretación: el efectismo, la mayor parte de las veces bien planteado y por otra parte esencial en Berlioz (como también se demostró en el bis: una vertiginosa Marcha húngara de La condenación de Fausto). El tempo de vals de “Un baile” sonó elegante, distinguido y muy marcado en notas staccato precediendo a una “Escena en el campo” donde se pudo sentir en las cuerdas cierta fragancia beethoveniana, pese a que la tormenta conclusiva se quedó más bien corta en las aportaciones de los timbales, con un muy buen empeño del solista de corno en su diálogo con el oboe externo a la sala.
La apresurada “Marcha al suplicio” convocó a una atronadora sección de metales liderada por la tuba que emborronó el conjunto general en el tema principal, y finalmente el sugestivo “Sueño de una noche de sabbat” resultó un pleno éxtasis de acordes histriónicos y sardónicos, revestidos de gran virtuosismo. Las incisivas burlas de los instrumentos en sintonía con los severos y poderosos acordes del Dies irae en el metal condujeron la obra a una grandilocuente conclusión que despuntó como lo mejor de toda la lectura de este “Episodio de la vida de un artista”, y que entusiasmó sobremanera al público en la primera cita madrileña con la Tonhalle de Zurich.
Germán García Tomás