Tórtola, en Naves del Español Por Cristina Marinero
18 de febrero. Naves del Español. Matadero.– No hay duda de que la bailarina e influencer (fue modelo de Myrurgia y musa de intelectuales), como hoy se le llamaría, Tórtola Valencia (Sevilla, 1882-Barcelona, 1955) era toda una personalidad carismática, una artista que seducía con su movimiento e ingenio, y, muy importante, que derrochaba sensualidad a través de sus danzas por los escenarios de un mundo dominado por los hombres (aunque menos, aún sigue así).
Se compara su eco con el de Isadora Duncan y con el de Anna Pavlova, por compartir época y fama, aunque sin duda su arte estuviese más del lado de la norteamericana, diva de la danza libre, sin corsé, con túnicas transparentes en un mundo donde las mujeres iban cubiertas desde el cuello a los pies. No hay más que añadir si en el contraplano está la mirada masculina. Y que los hombres eran los que escribían, dominaban los medios de comunicación, ¡el mundo!, y podían repartir su ocio donde, como y cuando quisieran, deleitándose con las atrevidas mujeres de la escena frívola, aunque luego pasasen a estratos dominados por la intelectualidad (a los que también les gustaba mirar). Menos mal que apareció Antonia Mercé La Argentina y por su arte refinado la danza española dejó de ser mera excusa para ver carne y contoneos eróticos. Tórtola, en Naves del Español
En la Europa del primer tercio del siglo XX, el exotismo y querencia por Oriente venía primando desde finales del XVIII con la invasión de Egipto y Siria por Napoleón Bonaparte, y con el protagonismo de Egipto, sus pirámides y la apertura del Canal de Suez (1869). También el romanticismo había podido nutrirse de imágenes en vivo al abaratarse los viajes al norte de Africa, Turquía o la península Arábiga. Todo esto sin olvidarnos de España, a medio camino entre Europa y Africa, parte del grand tour de franceses, alemanes e ingleses, donde el exotismo que veían en nuestras danzas se potenciaba con la falta de preparación académica de muchas pseudo bailarinas que pasaban su no-baile por “racial”, “seductor”, “salvaje”… Era lo que buscaban los viajeros en nuestro primitivismo y temperamento espontáneo. Ni qué decir de Carmen, la ópera de Bizet y Merimée que ya fijó el estereotipo de la española para el resto de las décadas.
Aquel Oriente lleno de misterios y enigmas es el que aportaron artistas como la pionera en Norteamérica Ruth St. Denis y también Martha Graham, en sus inicios; primeras divas del cine mudo, como Theda Bara, y la bailarina-espía Matha Hari, que sumaban al exotismo el añadido de mujer fatal, y que, como nuestra protagonista, proliferaron en la escena y la pantalla del siglo XX. También es el que Oscar Wilde recogió para su Salomé (1902) hecha ópera por Richard Strauss, con su famosa danza de los siete velos como referente. Tórtola, en Naves del Español
Los Ballets Russes de Diaghilev completaron la cuota de exotismo en el inicio del siglo pero, muy importante, desde la estilización académica coreográfica, rodeándose de la gran pléyade de nuevos nombres de la música clásica, la pintura, el diseño de vestuario y, claro, la coreografía, siendo referentes de la alta cultura para la danza y ejemplo que Antonia Mercé recogería para el bien de nuestra danza española escénica.
Begoña Tena ha escrito la obra Tórtola a partir de su investigación sobre la artista, cuya primera chispa le llegó cuando vio una foto suya de La danza de la serpiente, uno de sus más famosos solos. Dirigida por Rafael Calatayud, esta producción del Institut Valencià de Cultura se centra en la vida íntima y política de Carmen Tórtola Valencia (utilizaba sus dos apellidos reales como nombre artístico),interpretada por María José Peris (premiada como mejor actriz por la Asociación de Actrices y Actores de Valencia), iniciando la trama cuando ya ha donado sus pertenencias al Museo del Institut del Teatre de Barcelona, con el personaje de su secretaria-pareja, Angeles Magret Vila (a la que adoptó), iniciando el flashback que cuenta la historia.
Ante todo, Tórtola escribe con negritas la vida sexual y política de la artista que muchos desconocen y cuyo eco nos llega siempre cubierto por oropeles exóticos, una leyenda de diva adorada por intelectuales y poderosos, el morbo de sus actuaciones ligera de ropa, además de su lesbianismo. Tórtola, en Naves del Español
Qué oportunidad perdida de hablar del arte por el que fue tan famosa y mostrar aproximaciones a sus danzas con una revivida puesta en escena. Sobre todo, una de ellas se podía haber reconstruido a partir del documento único que es la pervivencia de parte de la película Pasionaria (1915, José María Codina), restaurada por la Filmoteca de Valencia, en la que se encarnó a sí misma para mayor gloria de su fama. “Danza de rito y de misterio, poema plástico de singular belleza”, se lee en el intertítulo como presentación de esta danza oriental que encontramos muy influenciada en vestuario y movimiento por la famosa coreografía de Michel Fokine, Sheherazade, que los Ballets Russes estrenaron en París en 1910 y que seguro vería Tórtola Valencia.
En esta producción musical, también protagonizada por Resu Belmonte, Marta Chiner, Anna Casas, Anaïs Duperrein, Alejandra García y Adrián Novella, se subraya la militancia catalanista de la artista a la que Rubén Darío llamó “la bailarina de los pies desnudos” y la leyenda de que ella guardó la pequeña urna de plomo que contenía el corazón de Francesc Macià, presidente de la Generalitat desde la implantación de la II República, fallecido en 1933. Todo, aderezado con temas musicales, momentos de movimiento ligero por parte de las tres actrices-bailarinas vestidas con los trajes que más identificaban a Tórtola Valencia, y el tema No pasaran/Ya hemos pasao que hizo famoso Celia Gámez, como momento álgido del tono que la obra pone con mayúsculas coincidiendo con esta actualidad española tan desasosegante.