Con la reposición de su puesta de Tosca el Teatro Colón de Buenos Aires rindió un merecido homenaje al regisseur Roberto Oswald a la par que recibió a Marcelo Álvarez tras larga ausencia en su país.
Tosca es uno de los títulos más representados en el mundo y, desde luego, también en Buenos Aires. El fervor que despierta en el público la vuelven siempre una garantía de salas llenas y así la heroína pucciniana y su trágico amante mueren una y otra vez entre nosotros…
La obra tiene méritos sobrados como para despertar la fidelidad del «respetable». Pocas veces un compositor tan eficiente como Puccini logró un equilibrio tan preciso, incluso anticipatorio de ciertos recursos cinematográficos, como en esta partitura y para ello cuenta con un sólido libreto de Illica y Giacosa inspirado en Sardou que tiene el valor de volver verosímil una historia nacida de la fantasía del dramaturgo que con pocas referencias ciertas crea una trama de una historicidad impactante.
La frecuencia de su programación nos permitió verla en puestas del más diverso formato y con la más diversa fortuna… pero entre ellas la que repone en esta ocasión el Teatro Colón resulta de un valor extraordinario por su belleza plástica.
En 1992 Roberto Oswald diseñó esta Tosca ciñéndose a la tradición pero dotándola de una escenografía y un vestuario – diseñado este último por Aníbal Lápiz– que nos trae a la memoria dos nombre ya míticos en la materia: Visconti y Zeffirelli.
De su vasta producción para el Colón se eligió esta para rendirle el homenaje que un artista de su talla merece a tres años de su fallecimiento.
En esta ocasión la reposición estuvo a cargo de su compañero Aníbal Lápiz – con Christian Prego como escenógrafo asociado- y se mantuvo fiel a los senderos marcados por el autor incluyendo alguna mínima variante, particularmente al resolver el suicidio de la protagonista – a mi gusto, más interesante en la versión original-.
Las imágenes son elocuentes en lo referente a la belleza de la escenografía y del vestuario, muy bien iluminados por Rubén Conde.
La marcación actoral fue correcta, aunque con pocas novedades en su concepción. Bien movidas las masas del final del 1° Acto, aunque con un ingreso un tanto prematuro, lo que le quitó intimidad a la primer confrontación entre Tosca y Scarpia.
En lo referente a los solistas, la mayor expectativa la despertó la presentación de Marcelo Álvarez quien retornaba a su país tras más de quince años de ausencia y llegaba precedido de los triunfos que lo transformaron en uno de los mejores intérpretes de su cuerda en la actualidad. No deja de resultar extraño que para tal ocasión se haya pensado en Tosca, que es una ópera más para soprano que para tenor, y nos deja con la esperanza de poder disfrutarlo en un título donde pueda desenvolverse más su talento.
En cualquier caso, Cavaradossi es un rol que maneja con soltura y al que sabe hacer justicia. Su versión no resultará memorable, pero, indudablemente, es de calidad.
Tal vez se desearía una mayor riqueza de matices, y un carácter más profundamente dramático en el último acto. Por otra parte, cierta tendencia a empujar el sonido resta belleza a la línea aquí y allí.
Como Tosca, Eva-María Westbroek, cumplió un destacable papel. Cuenta con un caudal considerable de bello timbre pero que tiende a desestabilizarse en el extremo agudo del registro. Tal vez a la necesidad de controlar esta tendencia, se le deba cierto exceso en el control dramático perceptible, por ej. en la célebre «Vissi D´arte».
En cualquier caso, más allá de estos reparos, convenció y dio cuenta de su calidad.
Carlos Álvarez fue un buen Scarpia. Su caudal más limitado que el de la protagonista lo puso a prueba, pero salió airoso del desafío con una interpretación elegante y medida. Poco desborde, cosa por demás aceptable en un rol tan proclive a generar un verismo de brocha gorda; pero, tal vez, un poquito más de introspección hubiera dado una versión de mayor envergadura.
Su voz, por otra parte, mostró bello timbre y buen fraseo.
Luis Gaeta compuso un interesante y gracioso sacristán cuidando de hacer una caricatura.
Mario De Salvo fue un muy buen Angelotti y otro tanto puede decirse de Sergio Spina como Spoletta.
El Mtro. Carlos Vieu dirigió con oficio esta rica partitura en la que tanto la orquesta como el coro estables tuvieron una destacada labor.
El público premió con cerrados aplausos la tarea de los intérpretes y la velada culminó con un perfume a satisfacción digno de la historia de nuestro primer coliseo.
Prof. Christian Lauria