Tosca, el título más representado de la historia de la Ópera de Oviedo, vuelve al Teatro Campoamor en una producción firmada por Arnaud Bernard, con un destacado reparto encabezado por Ekaterina Metlova, Arturo Chacón–Cruz y Ángel Ódena, bajo la dirección musical de Pablo González.
Bernard propone trasladar la acción a la Alemania dominada por la Stasi, en un clima de terror, inseguridad, medias verdades y ausencia total de libertades o privacidad. Este ambiente de espías, la idea en sí de hipertrofiar el mal y la crueldad de la policía en manos del despreciable Scarpia, es atractiva. Incluso las pantomimas que dan inicio a los dos primeros actos funcionan (más la primera que la segunda) a modo de prólogo que sitúa al espectador en el tono adecuado para enfrentarse a esta Tosca. El problema llega al descontextualizar ciertos pasajes, desvirtuando el conjunto e incluso perjudicando a las voces.
Es lo que ocurre en el Te Deum. De repente la acción nos aleja de la Basílica de Sant’Andrea para desarrollar toda la escena en el trasunto del Palacio Farnese, convertido en sala de detención e interrogatorios de todos los sospechosos. Este cambio de escenario obliga a ‘tocar’ la partitura, alargando los toques de campana para permitir preparar la nueva ubicación, y desnaturaliza toda la idea del final, con el Coro de la Ópera de Oviedo ciertamente perjudicado al cantar en medio de una innecesaria agitación de la figuración. Se pierde el sentido de la introducción del texto en latín, que si se quiere abre una vía para el subtexto de pueblo oprimido que reza por su libertad, pero tampoco los gritos y vaivenes de los personajes ayudan a crear esa sensación.
Por lo demás, la idea de Bernard mejora, por lo adecuado del texto original, en un segundo acto en el que el Scarpia de Ángel Ódena (ciertamente amenazante, potente en su emisión y con un color cargado de crueldad que ayuda mucho a la caracterización del personaje) y la Tosca de Ekaterina Metlova (que alcanzó en esta parte central su cénit vocal, con un bello timbre, algo débil en el grave, pero brillante y con cuerpo en los clímax vocales, a la vez que tierno y delicado en su “Vissi d’arte”, si bien mostró sus debilidades en el apartado actoral) ofrecen lo mejor del espectáculo.
Por su parte Arturo Chacón-Cruz presentó un Cavaradossi de timbre incisivo y muy estable, sobrado de volumen y brillante en los agudos. Sin embargo también fue perjudicado escénicamente en su “Recondita armonía” por su situación en escena, que no permitía un correcto empaste con la orquesta, y se rehízo triunfal en “E lucevan le stelle”, ambas intervenciones premiadas con sonoras ovaciones.
Un problema vocal de última hora dejó a Josep Fadó (Spoletta) casi sin voz sin tiempo para buscar un cover, mientras que el resto de secundarios (Cristian Díaz como el sacerdote, Gerard Farreras como Sciarrone, Juan Salvador Trupia como el carcelero y Helena Orcoyen como el pastor) rayaron a gran altura.
Además del coro de la Ópera de Oviedo, es justo destacar la intervención –tanto escénica con papeles de figuración como vocal– del Coro Infantil Divertimento, que desde hace años se ha convertido en un garante de calidad siempre que ha sido necesaria su intervención en títulos tanto de la temporada de ópera como de zarzuela.
En el foso Pablo González –quien había sido anunciado como nuevo director de la Orquesta de RTVE tan solo unas horas antes del estreno– consigue extraer de la Oviedo Filarmonía una extensa paleta de colores, dejando que los solistas se luzcan en la aparición de los leitmotives, surgiendo del foso para abrazar las voces del escenario y conseguir un conjunto que destacó por su fluidez y homogeneidad.
Alejandro G. Villalibre