Acertada decisión la inclusión de un espectáculo de estas características en el programa pedagógico del Teatro de la Zarzuela, en coproducción con la Fundación Juan March, con el que es posible hacer eso, pedagogía, a un público de todas las edades. La tonadilla escénica es un género representativo de un momento y unas circunstancias dadas en España. Nació de la música popular, evolucionó y bebió de las tendencias estéticas del siglo XVIII y, cómo no, de los gustos del público de su época. Los variopintos temas tratados en estas breves obras de teatro musical dieciochesco casi siempre se enmarcan dentro de la bufonada, salpicado de moralejas y en un ambiente español. Los intérpretes, reducidísimos en número, debían tener buenas cualidades histriónicas y gracia suficiente en el canto para que el resultado fuese redondo. En esta trilogía de tonadillas de Blas de Laserna (1751-1816) los tres cantantes, notables cada uno de ellos, también nos mostraron sus sobresalientes habilidades actorales. El espectáculo, con dirección escénica de Pablo Viar, arrancó con La España antigua, continuó con El sochantre y su hija y finalizó con La España moderna. La escenografía única diseñada por Ricardo Sánchez Cuerda sirve cómodamente al desarrollo de las tres tonadillas. Una funcional y algo simple iluminación (Pablo Viar y Fer Lázaro) y el cuidado vestuario (Gabriela Salavarri) acorde con la propuesta de Viar, logran su objetivo: situar la primera de ellas en la época del compositor y avanzar temporalmente en la segunda de las tonadillas hasta llegar a nuestros días en la tercera, todo ello sólo sugerido por el vestuario de los cantantes, que se mueven con desparpajo y buen tino.
Habría sido más efectivo exhibir el díptico de las dos Españas, de cantante única, sin poner por medio la tonadilla a tres. La inclusión de música de Vicente Basset y Carl Friedrich Abel, contemporáneos de Laserna, utilizadas como obertura y puente musical, pudo servir también para permitir a la soprano Ruth Iniesta el oportuno cambio de vestuario. La cantante zaragozana, una lírico-ligera de voz luminosa, certeros y pimpantes agudos, con un centro sonoro, fue una expresiva España (antigua y después, al final, moderna) y también a la pizpireta hija del sochantre. Mostró su flexibilidad canora y sus amplios recursos escénicos. Fue la triunfadora de la representación. El barítono Manuel Mas se encargó, con sobrado caudal sonoro, que a mi juicio debió modular, del personaje del padre en la tonadilla titulada El sochantre y su hija y el tenor Juan Manuel Padrón, de voz clara, línea elegante y dicción precisa, no tuvo problemas con la parte del barbero enamorado y “atrapado” en matrimonio por padre e hija, actuado con la comicidad justa y necesaria. Aaron Zapico, al frente de su formación Forma Antiqva desde el clave, aportó la frescura que se espera de obras como las que aquí se trataron, con un control cabal de cada uno de los estupendos músicos de la formación. El salón de actos de la Fundación March estaba completo. El público aplaudió con genuino entusiasmo a todos los artistas.
Federico Figueroa
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