El director ruso Valeri Gergiev, con la orquesta titular del Teatro Mariinsky decepcionó en una dirección musical y artística de su propuesta de la ópera wagneriana Tristán e Isolda en el Liceu
En música no podemos hablar de la Ley de Murphy pero si de expectativas no cumplidas. Muchos aficionados de la lírica, wagnerianos de pro y admiradores del director ruso llenaban el coliseo de las Ramblas esperando escuchar una de las mejores veladas de la temporada.
Si bien también había quien ya desde hacía semanas tenía la mosca detrás de la oreja con esta propuesta wagneriana en concierto ya que en la web del teatro no aparecía prácticamente ningún solista, ni tan sólo los cantantes de los roles de Tristán e Isolda. Esto es algo inaudito en un teatro serio y en una propuesta que se anuncia como de lo mejor de la temporada. Sería algo más comprensible en un concierto sinfónico no saber el programa entero, pero en una ópera no anunciar los cantantes hasta el último momento y no dar la posibilidad de devolver las entradas al ver que no cumplían las expectativas dice poco de la organización del evento y sobretodo del director ruso que a modo de tiempos pasados se convierte en el factótum de algo que es una labor de equipo.
Todo esto se hubiera olvidado si el resultado hubiera sido satisfactorio pero nada más alejado de la realidad. El sentir común de los presentes era que más que una función de gala y una velada para recordar, las huestes del Mariinsky habían venido a hacer un bolo a una ciudad de tercera donde no importaba mucho el resultado sino más bien los emolumentos recibidos.
Una verdadera lástima teniendo en cuenta el éxito alcanzado hace dos temporadas con su anterior visita con la ópera Iolanta en concierto.
Ya desde la obertura se notó una dirección un tanto errática y poco implicada que se tradujo en un sonido tenso, poco dúctil y en absoluto con el empaste que necesita la partitura wagneriana, y con algunas notas falsas en las trompas y no ajustes en las cuerdas.
Pero el problema más grave comenzó al escuchar a los dos protagonistas.
Nadie pone en duda el currículum de los protagonistas pero evidentemente su elección para cantar estos dos roles es inadmisible en la actualidad. Ninguno de los dos era el adecuado y esto se podía hacer extensible a alguno de los comprimarios.
Es aquí donde Valeri Gergiev tiene una responsabilidad mayor, ya que no dudamos de su calidad musical, pero sí en este caso de su nulo criterio para escoger a estos cantantes que levantaron los colores y a más de uno del asiento en la velada.
La soprano Larisa Gogolevskaya fue un verdadero ejemplo de lo que no ha de ser una Isolda, una voz estridente, nada matizada, con diversos colores según el registro y nada expresiva en su línea de canto. Todo lo más alejado a la ductilidad y matices que ha de poseer este gran rol wagneriano. Su presencia y presentación escénica no ayudó a ganarse al público con una seriedad que se acercaba más a la prepotencia que a quien se hace su debut en un teatro. Tras cinco horas en que se mezclaba el sopor del aburrimiento y la desesperación ante tan bochornable interpretación llegó la sublime página del “Libestod” que en esta ocasión no tuvo nada de sublime sino más tensión y decibelios desmesurados.
La intervención del tenor americano Robert Gambill se puede resumir en dos palabras inadecuada e inaudible. Por lo que se puede averiguar en internet sus compromisos son muy escasos y su último Tristán fue hace dos años en Oslo. No tenemos constancias de cómo fue pero evidentemente su interpretación en el Liceu fue algo inaudito. Cualquier aficionado a la ópera sabe que Tristán es un papel muy duro y para el cual hay que estar en forma y son pocos los que llegan a buen puerto en el último acto, pero el problema del señor Gambill es que no se le escuchaba ya ni desde el principio. Tal vez por eso otra de las características de la dirección de Gergiev fue no dar prácticamente ninguna entrada a los solistas dando la impresión de haber dos lecturas paralelas de la obra y de obviar lo que escuchaba a pocos centímetros de donde se encontraba.
Por el contrario podemos destacar la labor mucho más pulida musicalmente hablando y con mejor calidad de instrumento vocal de los intérpretes del Rey Marke por el bajo Mikhail Petrenko en su gran monólogo del acto segundo y tercero. Igual podríamos hablar del barítono Evgeny Nikitin en su magnífica interpretación de Kurnewal. Pero si una voz fue aplaudida por su gran aportación a una velada para olvidar fue la Brängane de Yulia Matochkina.
El Coro del Liceo con varios miembros de refuerzo y cuyo primer contacto con el director fue el momento de la representación cumplieron con una gran profesionalidad su corta intervención.
Esperemos que los abucheos de parte del público que se dieron a lo largo de la representación hagan pensar a las partes implicadas que salir a un escenario implica una profesionalidad que se ha de demostrar cada día y en cada contrato que se firma. Es cruel pero forma parte del sueldo que se recibe por este maravilloso trabajo que es ofrecer belleza a través de la música a nuestros semejantes, ya que muchos de ellos hacen unos grandes esfuerzos económicos para venir a estos acontecimientos líricos.
Robert Benito