El Teatro de la Maestranza inaugura un año más su temporada apostando por un clásico de la ópera romántica: Lucia di Lammermoor en la adaptación que de este libreto realizó Gaetano Donizetti. La espléndida voz de la soprano Leonor Bonilla brilló por encima de todo el elenco, haciéndose profeta en su tierra y cautivando con sus momentos de máximo desarrollo expresivo a la audiencia. Junto a ella estuvieron José Bros y Vitaliy Bilyy, y en papeles de menor peso los cantantesManuel de Diego, Marcos Palazzi, María José Suárez y Gerardo López. La oportuna dirección de Renato Balsadonna sacó el máximo partido del coro de la Maestranza y la siempre refinada y precisa Orquesta Sinfónica de Sevilla.
Hablar de Lucia di Lammermoores sumergirse en el más puro romanticismo y arrebato de los sentimientos: una historia de amor pasional, traición, intereses creados y fatal desenlace. Uno de los papeles más exigentes y perseguidos de la lírica, que en la música de Donizetti adquiere un particular desarrollo belcantista. En este sentido, la versión de Leonor Bonilla en la Maestranza fue espléndida, salvando con su brillo y naturalidad las posibles carencias de la producción. Su voz es clara y potente, y su técnica espectacular, puesta al servicio de la partitura con buen gusto y solvente capacidad expresiva pero sin caer en la sobreactuación que tradicionalmente ha acompañado a este papel. Sevillana de nacimiento, triunfó en la Maestranza con gran éxito merecido y cosechó los mayores aplausos de la noche en varias de sus intervenciones, particularmente en la escena de la locura en la que solventó la dificultad de los agudos con una cuidada preparación, a lo que se añade sus dotes innatas y una versátil actuación aparentemente carente de dificultad.
Como compañero de reparto y amante incondicional le acompañóen la escena José Bros, quien también desplegó un poderoso personaje, muy en el papel a nivel vocal desde el primer acto; sus arias fueron del gusto del público desde el primer acto con una más que correcta interpretación, y demostró gran profesionalidad cuando su voz se quebró en la escena final, solventando la difícil situación con recursos técnicos que le permitieron terminar su intervención.
El tercero en discordia fue Vitaliy Bilyy, el mezquino hermano de Lucia y enemigo de su amado Edgardo. El barítono desplegó una poderosa voz, oportuna en la mayoría de los casos al dramatismo y sobriedad de su papel, aunque por momentos descompensada. El resto de voces fueron correctas en su intervención aunque no destacaron al lado de la de los protagonistas; sólo en el sexteto final del primer acto hicieron justicia a la concepción coral de dicho número al situarse al mismo nivel que los protagonistas.
La escenografía tampoco fue especialmente deslumbrante. Su responsable, Filippo Sanjust, mantuvo una concepción espacial estructurada en planos verticales en los que los telones pintados eran su principal armazón. Si bien fue ganando importancia y brillantez a lo largo de la ópera al incluir elementos de atrezzo tales como las mesas del banquete o las tumbas del final, el efecto general dejó indiferente al público, sobre todo en la pobre recreación de los paisajes escoceses. Quizás el efecto visual más llamativo fue el telón de tránsito entre escenas dentro de un mismo acto, con el espíritu de Lucia.
Finalmente, hay que destacar por su grandiosidad y sorprendente riqueza al coro escénico en los numerosos momentos grupales, preparados por Íñigo Sampil al frente del Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza. La guardia del castillo, encarnada por la sección masculina, estuvo magnífica en sus intervenciones, a las que se unió las voces agudas como séquito del palacio en las escenas más festivas. A ello se une, como comentábamos al principio, la siempre precisa y musical dirección de Renato Balsadonna al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, un instrumento perfecto en las manos adecuadas, que llevó el peso de la producción con una impecable interpretación de la partitura de Donizetti, siendo un valor añadido a una puesta en escena con sus luces y sus sombras.
Gonzalo Roldán Herencia