Hacer un viaje a Londres para asistir a representaciones de ópera en la Royal Opera House nunca puede ser una ocasión meramente rutinaria. Por tradición, prestigio y, por supuesto, por los precios de las localidades, uno siempre espera lo mejor en este teatro. Se habían programado dos distintos repartos en estas funciones de Il Trovatore, que no pueden ser sino alternativos, teniendo en cuenta la categoría de los cantantes. No sé qué ocurrirá con el segundo reparto en términos cronológicos, pero el primero no ha estado a la altura exigible a una institución como el Covent Garden. Una nueva producción de muy poco interés, una dirección musical por debajo de lo esperado y un reparto vocal aceptable, pero nada excepcional. Vamos, un Trovador de los que pueden verse en muchos teatros de ópera, incluso sin salir de España.
La nueva producción es del director de escena alemán David Bösch, de quien había tenido buenas experiencias anteriores en Munich, con imaginativas y atractivas producciones escénicas en títulos como Meistersinger, L’Elisir, L’Orfeo o Mitridate. No ha sido así en esta ocasión, donde su trabajo no me ha resultado de interés. David Bösch parece trasladar la acción a tiempos recientes, sobre todo a juzgar por la aparición en un momento dado de teléfonos móviles. La escenografía de Patrick Bannwart ofrece un espacio bélico, con la presencia de un gran tanque en varias de las escenas, convirtiéndose en una especie de campo de concentración para el último acto, incluidas alambradas. En las escenas del campamento gitano se sustituye el tanque por una caravana y algunos restos de coches desguazados. El vestuario de Meentje Nielsen es uniformemente gris para las tropas del Conde Luna, mientras que Leonora e Inés visten largos vestidos blancos, siendo todo más colorista para los gitanos, que también parecen estar en guerra. La iluminación de Olaf Winter no tiene mayor relieve.
No hay relecturas por parte de David Bösch, más allá del cambio de época, y tampoco la dirección escénica ofrece mayor interés. Ni la dirección de masas ni la de actores sale de lo que podríamos considerar rutina. Simplemente, se limita a narrar la historia y puedo decir que he visto otras producciones de esta ópera más interesante dramáticamente y con mayor aportación escénica por parte de sus intérpretes.
Mis amigos conocen la importancia que yo siempre doy a la dirección musical, que considero como el elemento más importante en una ópera, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Sin duda que uno de lo grandes atractivos de estos Trovadores era la presencia en el podio de Gianandrea Noseda, de quien guardo en mi memoria magnificas actuaciones, la última de ellas en La Donna Serpente de Turín. Su dirección me ha resultado un tanto decepcionante por el hecho de no responder plenamente a las grandes expectativas que yo albergaba. Todo ha estado en su sitio, los tiempos han sido correctos, ha apoyado a los cantantes y ha sacado un excelente partido de la Orquesta de la Royal Opera House, así como del Royal Opera Chorus. Sin embargo, ha faltado ese algo más que hace que una buena dirección se convierta en una dirección excepcional.
Manrico era el tenor italiano Francesco Meli, cuya actuación no me ha resultado excesivamente convincente. El mejor activo de este tenor es el de ser un excelente cantante, ya que su línea de canto es siempre digna de alabanza. No obstante, creo que el personaje de Manrico le crea algunos problemas, especialmente porque quiere dar una visión heroica del mismo. Su voz no es de las más bellas que uno puede escuchar, pero resulta atractiva en el centro, con el inconveniente de que se estrecha en el tercio superior y está limitado por arriba, donde pasa apuros. La siempre esperada Pira, cantada aquí con sus dos versos y bajada de tono, no pasó de la discreción, ya que su final resultaba casi inaudible. En su interpretación del aria Ah, si ben mio hubo buen gusto, pero también esperaba mas de él.
La soprano armenia Lianna Haroutounian fue Leonora y su actuación me pareció no más que correcta. Estamos ante una soprano solvente siempre, pero no es una cantante excepcional. En todas las ocasiones en que la he visto en escena he apreciado la calidad de su voz en el centro y su notable facilidad par abrir sonidos en la parte alta, que es lo mejor de toda la tesitura. Al mismo tiempo – y también en esta ocasión – siempre he echado en falta mayor consistencia en graves y una falta de matices en su canto. Una soprano que no es capaz de ofrecer piani – mucho menos filados – en su gran escena del cuarto acto me resulta monótona, que es lo que me ha parecido nuevamente, reconociendo sus virtudes.
La mezzo soprano rusa Ekaterina Semenchuk ofreció lo mejor de la representación en la parte de Azucena. Esta cantante se ha convertido en una auténtica garantía en el repertorio verdiano y lo ha vuelto a demostrar, cantando con voz amplia y buen sentido musical. Hubo alguna nota demasiado apretada en el segundo acto, aunque no volvió a repetirse, ni siquiera en el final de la ópera.
El barítono serbio Zeljko Lucic fue un buen Conte di Luna, aunque me dio la impresión de no encontrarse demasiado cómodo durante la primera parte de la ópera. No cabe duda de que estamos ante una de las mejores voces de barítono de la actualidad, pero me ha dado la impresión de que no está en su mejor momento.
Maurizio Muraro cumplió bien en la parte de Ferrando, con su conocida voz sonora y su exceso de vibrato por la parte alta.
En los personajes de contorno Jennifer Davis lo hizo de manera satisfactoria como Inés, mientras que David Junghoon Kim lo hizo de manera destacable como Ruiz.
El Covent Garden ofrecía una ocupación algo superior al 90 % de su aforo. El público dedicó una acogida cálida, sin mucho entusiasmo, a los artistas.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 47 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 10 minutos. Cinco minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 190 libras, habiendo butacas de platea desde 170 libras. La localidad más barata con visibilidad plena era de 30 libras.
José M. Irurzun