Un viaje a París no necesita grandes justificaciones ni siquiera explicaciones, pero en esta ocasión me van a permitir que lo haga, ya que el viaje giraba alrededor de la ópera. El motivo fundamental era asistir a la representación de Meistersinger, que ofrecía grandes atractivos, entre los que destacaba la dirección de Philippe Jordan, la producción escénica de Stefan Herheim y un reparto de altura, encabezado por ese gran artista que es Gerald Finley. A eso se añadía dos días más tarde una Iolanta con la presencia de la estrella emergente Sonia Yoncheva En medio había un Trovatore, que venía a ser como un buen complemento para dos espectáculos muy deseables.
El viaje parece haber nacido sotto maligna stella, como dice Otello respecto de Desdémona. Efectivamente, la representación de Meistersinger del día 9 de Marzo se suspendió, a causa de una huelga general. Sin entrar en los motivos de la huelga, les diré que no había ningún problema para trasladarse del aeropuerto a la ciudad ni en tren, ni en metro, ni en autobús ni en taxi. También les diré que la ciudad, aparte de alguna manifestación que supongo habría tenido lugar, ofrecía un aspecto normal, con todas las tiendas abiertas. No obstante, la función se suspendió, lo que me lleva a pensar que la huelga general no fue tal, sino que los empleados de la Bastilla se sumaron a ella en cuerpo y alma. Algunos de mis amigos saben que viajo bastante viendo óperas por Europa y que, por tanto, alguna experiencia debo de tener sobre cancelaciones de óperas. Déjenme que les diga que únicamente he sufrido tres cancelaciones a lo largo de mi vida y las tres han sido en Francia, dos de ellas en la Bastilla. Al menos significa que en este país hay una gran facilidad para suspender representaciones, lo que no existe en ningún otro país.
Dicho esto, pasemos a habla de Il Trovatore, cuyas representaciones comenzaron a fines de Enero con la presencia de Anna Netreko como Leonora, aunque solo cantó las dos primeras funciones, con el consiguiente escándalo del público, que se enteró de la cancelación de la diva dentro del teatro. Por supuesto, eso no impidió que su marido cantara las funciones programadas durante el mes de Marzo. Para la segunda tanda de representaciones se reunió un reparto vocal de menos atractivo, pero suficientemente sólido sobre el papel. La verdad es que el resultado ha dejado que desear, con una producción escénica deficiente, una dirección musical rutinaria y un reparto en el que no sé si decir que hubo enfermedad o mandanga.
Se trataba de una nueva producción de La Fura dels Baus con dirección escénica de Alex Ollé, que me ha resultado claramente decepcionante. La acción se traslada a un ambiente bélico en el siglo pasado, en el que las tropas del Conde Luna parecen ser las de un ejército regular, mientras que las de Manrico responden más bien al concepto de guerrilleros. No hay nada de original, salvo el toque final por parte de Azucena, que arrebata la pistola al Conde para pegarse ella misma un tiro. Por todo lo demás, como dicen los americanos: you see one, you see them all.
La escenografía y el vestuario son obra de Alfons Flores, ofreciendo poco interés el segundo de ellos. En cuanto al primero, se nos ofrece un escenario desnudo, con un espejo al fondo, que sirve para dar la sensación de doblar masas y elementos escénicos.
Estos no consisten sino en una serie de bloques sólidos, que salen del suelo, de modo que unas veces tenemos agujeros, que sirven de trincheras, otras, bloques bajos y otras, estos mismos elevados. No hay más que eso. Lo mejor de la producción es la labor de iluminación de Urs Schönebaum, que juega con imaginación con los bloques de referencia. Muchas veces me he referido a que las producciones son de dos tipos: buenas y malas. Ésta pertenece a la segunda categoría.
Al frente de la dirección estaba el italiano Daniele Callegari, rutinario donde los haya y que ha confirmado su calidad de tal en esta ocasión. Más que un director parece un auténtico funcionario, que se pone al servicio de los artistas para no molestarles. Su lectura fue blanda y aburrida, haciendo además que la Orquesta de la Opera National de París sonara como si le hubieran puesto sordina, Los tiempos fueron vivos, aunque no siempre, y no tuvo inconveniente en que se cortaran todos los segundos versos de las cabalettas para así no molestar a los cantantes. Tampoco me resultó particularmente convincente la prestación de Coro.
En el reparto destacaba la presencia del tenor argentino Marcelo Álvarez en la parte de Manrico. Cada vez que tengo oportunidad de ver a este cantante en escena, no hago sino lamentarme de que sus intereses personales y no artísticos le hayan hecho seguir la carrera que ha seguido. Su voz es de las más bellas que circulan por el mundo y podía haber sido un tenor histórico, pero ha decidido seguir un camino equivocado en lo artístico y satisfactorio en lo económico. Tras una primera mitad, en la que nada podía observarse de problemas vocales, más allá de su adecuación al personaje, en el descanso apareció un representante del teatro para decirnos que Marcelo Álvarez no se encontraba bien, pero que `por respeto al público, bla, bla, bla. Esta supuesta enfermedad podría ser diagnosticada por cualquier aficionado como “piritis” o “mandanga”y es de las que se pasan en cuanto termina el tercer acto con la siempre temida Pira. La voz de Marcelo Álvarez no dio ningún signo de enfermedad ni nada parecido, aunque nos dedicó un remedo de Pira, que pudo sonrojarle a él mismo, si es que es capaz de hacerlo. Por supuesto, en el último acto la enfermedad no existía.
La soprano china Hui He fue Leonora, como lo tuvo que ser sustituyendo a Anna Netrebko en Febrero y teniendo que soportar entonces las iras del público que había pagado por ver a la estrella rusa. La actuación de Hui He no me resultó convincente. Su voz y su canto funcionan bien en el centro, que tiene calidad y amplitud suficiente, pero sus graves son muy débiles y está limitada en las notas altas. De hecho se escapó de cuantos agudos pudo, estuvieran o no escritos, pero que otras importante colega suyas nunca los rehuyen.
La mezzo soprano Luciana D’Intino lo hizo bien en Azucena, aunque tengo que decir que pocas veces he visto una gitana que no se lleva el gato al agua del triunfo en esta ópera. Hoy la D’Intino ofrece dos voces muy distintas, un registro grave amplio y que ella ahueca todo lo que puede, y una voz más reseca en la parte alta, que ha perdido armónicos, comparada con la que conocíamos hace una década.
El barítono ucraniano Vitally Bilyy fue un Conde Luna, en el que prima más sacar volumen que cantar. La voz es importante, pero hace falta otro tipo de canto para ser un barítono importante. Su entrada en escena en el último acto fue de las de no olvidar. Pocas veces he escuchado desafinar tanto. Más vale que no fue a más.
El bajo chino Liang Li lo hizo bien en Ferrando, con voz adecuada al personaje, aunque sin brillo especial.
En los personajes secundarios Marion Lebègue lo hizo bien en Inés. Oleksy Palchykov fue un Ruiz de voz amplia y de escasa calidad.
La Bastilla ofrecía una entrada que no pasaría del 90 % de su aforo. El público se mostró poco entusiasmado durante y al final de la representación, recibiendo los únicos bravos Luciana D’Intino.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 37 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 3 minutos. Nueve minutos de aplausos, en los que no hubo entusiasmo.
El precio de la entrada más cara costaba 210 euros, habiendo butacas de platea al precio de 160 euros .La entrada más barata costaba 35 euros.
José M. Irurzun