Palacio Euskaduna de Bilbao. 17 Mayo 2014. Temporada de Ópera de ABAO
Termina la temporada de ópera de ABAO en un tono menor, como ha sido toda ella. Habrá quien vea el vaso medio lleno y habrá quien lo vea medio vacío, pero no creo que ni los organizadores estén muy satisfechos.
Volvía a representarse Turandot en el Euskalduna, a cuyo escenario subía por tercera temporada desde su inauguración, honor únicamente reservado a los títulos más populares y taquilleros del repertorio. No deja de ser curioso que este título póstumo de Giacomo Puccini se haya convertido en los últimos años en uno de los preferidos por el gran público, en lo que mucho ha tenido que ver toda la operación comercial montada alrededor de los famosos Conciertos de los Tres Tenores, que siempre terminaban con el Nessum Dorma.
No creo que hayan sido los criterios artísticos los responsables de esta nueva reposición de Turandot, sino más bien los puramente económicos. De hecho, la producción escénica es la misma que la ofrecida en las ocasiones anteriores (2002 y 2008), la dirección musical no podía levantar grandes expectativas y, finalmente, el reparto vocal no hacía presagiar que íbamos a asistir a una interpretación memorable. No hablaré, por tanto, de resultado decepcionante, ya que poco esperaba de estas representaciones.
Como digo más arriba, volvía a subir una vez más al escenario del Euskalduna la conocida producción de Nuria Espert, que se estrenó para la inauguración del Gran Teatre del Liceu de Barcelona en 1999, tras el incendio que lo destruyera cinco años antes. La producción es una colaboración del Liceu de Barcelona y ABAO, a la que de modo sorprendente se unió bastantes años más tarde el Capitole de Toulouse, aunque creo que nunca se ha estrenado en dicho teatro.
Turandot es una ópera que acepta fácilmente la espectacularidad de las puestas en escena y es por este camino por el que optó hace 15 años Nuria Espert, para lo que no dudó en rodearse de un trío de tanta garantía como el formado por Ezio Frigerio (escenografía), Franca Squarciapino (vestuario) y Vinicio Cheli (iluminación), todos ellos auténticas referencias en su especialidad y que aquí lo ponen en evidencia. Los decorados del segundo acto son ciertamente espectaculares y pertenecen a la categoría de los que en muchos teatros arrancan ovaciones, cuando se levanta el telón.
En la labor de Nuria Espert hay elementos positivos y negativos. Entre los primeros está el hecho de que la grandiosidad de la producción no impide el desarrollo del drama interior de los personajes, para lo que ayuda mucho la labor de iluminación. Por otro lado, Nuria Espert quiere decir algo y se le entiende: la androfobia de la Princesa de Hielo, que arranca perfectamente de su presentación en In questa reggia. Lo negativo reside en meter ella misma baza en el libreto, haciendo que la protagonista se suicide al fundirse su recubrimiento de hielo, lo cual puede tener su lógica en la visión de la Espert, pero no deja de ser una licencia gratuita, que ni encaja en el libreto ni mucho menos en la explosión de júbilo del final de la ópera escrito por Franco Alfano. Como hace 6 años, la dirección escénica la ha llevado adelante de nuevo Marco Berriel, que es también autor de la coreografía, que no consiste en otra cosa que en el juego de abanicos, que nadie echaría falta, si desaparecieran. En resumen, una producción atractiva, en la que la dirección de actores y masas deja que desear, y en la que hay que seguir que soportando la “originalidad” de la visión de Nuria Espert, que no tiene cabida en el libreto y mucho menos en la partitura.
Volvía también al podio del Euskalduna el veterano (68) director americano John Mauceri, quien nos había ofrecido en el pasado una decepcionante Susannah (2010) y una irregular lectura de Vísperas Sicilianas (2013). Este director apenas ha dirigido ópera en los últimos años, si hacemos abstracción de sus apariciones en Bilbao, por lo que no resulta fácil de entender la insistencia de ABAO en invitarle una y otra vez. En esta ocasión su dirección me pareció correcta y aseada, corta de vida en más de una ocasión, con fuerte tendencia a ralentizar los tiempos. A sus órdenes estuvo una Orquesta Sinfónica de Navarra, cuya actuación fue mejor que en I Puritani en el mes pasado. El Coro de Ópera de Bilbao va camino de convertirse en un lastre para la temporada de ópera. Hoy esta exigente opera en términos corales le viene grande.
Turandot es uno de los personajes más exigentes que se han escrito. Necesita la voz de una auténtica soprano wagneriana para hacer frente a sus exigencias. Aunque no sea comparable con Carmen, en ambos personajes se dan circunstancias muy similares. Las dos tienen que hacer frente a grandes dificultades y pocas veces el éxito popular les acompaña, que, salvo excepciones, siempre recae en los agradecidos personajes de Micaela y Liú. No ha sido excepción esta representación. La soprano austriaca Martina Serafín fue una más que discutible Turandot en puros términos vocales. A su favor está el hecho de que siempre cantó la partitura, en lugar de gritarla como hacen otras cuantas, pero su voz no tiene la amplitud ni el metal necesario, mostrando además un molesto vibrato en toda la parte superior de la tesitura. Sin duda que ella es una de las mejores Mariscalas de la actualidad, pero a ningún aficionado se le escapa que la protagonista de El Caballero de la Rosa nada tiene en común con la Princesa de Hielo, siendo difícil encontrar dos personajes tan distintos. Uno es todo expresividad y saber decir, mientras que Turandot es todo lo contrario. Me gustó particularmente su manera de cantar en el último acto, que es el que mejor se ajusta a sus características vocales. Marcello Giordani lleva unos años en los que su declive es evidente y así lo volvió a poner de manifiesto una vez más. De sus años de esplendor no quedan sino sus notas altas, en las que encuentra el único refugio que le queda. El centro nunca ha tenido una gran calidad, pero hoy ofrece una falta de brillo evidente. En cuanto a los graves, son simplemente inexistentes. Si a eso añadimos su falta de expresividad, poco nos queda para salvar su Calaf. A sus 51 años es difícil de entender un deterioro vocal tan rápido. Debo decir que su actuación no me ha resultado sorprendente, ya que es una más de las que he tenido ocasión de escucharle en los últimos dos años.
El dulce caramelo de Liú le correspondió a la soprano canaria Davinia Rodríguez. Tenía curiosidad por ver qué es lo que esta soprano podía dar de sí en un personaje tan alejado de los que había tenido ocasión de escucharle hace unos años. Efectivamente, su voz ha ensanchado, pero no tanto como podían hacer pensar sus apariciones en personajes como Amelia Grimaldi, Lucrezia Contarini o la misma Liú. La voz es atractiva, reducida de volumen, y un tanto engolada en el centro, lo que suele pasar factura en un recinto como el Euskalduna, ya que tenía problemas para que su voz llegara al auditorio, cuando el sonido del foso subía de decibelios. Cantó con gustó y afinación, pero su voz es más adecuada para el Arriaga que para el Euskalduna. Para ella fueron las mayores ovaciones de la noche, pero eso casi podemos decir que forma parte del guión de la ópera Turandot.
El Timur de Alessandro Guerzoni fue de lo peor que hemos escuchado en Bilbao en los últimos años. Su presencia en este reparto es inaceptable. El trío de máscaras lo hizo francamente bien. Eran David Menéndez (Ping), con voz amplia y no sobrada de calidad, Jon Plazaola (Pang), siempre musical y agradable, y Vicenç Esteve (Pong), intachable en su cometido.
Alberto Nuñez resultó un Emperador Altoum tan inaudible como todos los que le han precedido en el personaje en esta producción. Desde aquella altura no es fácil que la voz llegue a la sala. Fernando Latorre fue un sonoro Mandarín, al que se le atragantaron las notas más altas en su intervención inicial.
El Euskalduna ofrecía una entrada de alrededor del 95% de su aforo. El público no pareció entusiasmado con la representación, siendo los únicos bravos los dirigidos a Davinia Rodríguez.
La representación comenzó con 6 minutos de retraso, cosa poco habitual en Bibao, en lo que seguramente influyó el mal funcionamiento del control de localidades a la entrada del teatro. La duración del espectáculo fue de 2 horas y 57 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 2 horas y 1 minuto, es decir 14 y 8 minutos, respectivamente, más lenta que las últimas que he visto (Munich y Londres). Los aplausos finales se prolongaron durante 7 minutos, pero tengo que decir que nunca he asistido a unos aplausos tan arrastrados como en esta ocasión. Cuando todo parecía indicar que el telón bajaría, alguien tuvo la idea de hacer que de nuevo se adelantaran a saludar uno a uno todos solistas.
El precio de la localidad más cara era de 211 euros, costando la más “barata” 87 euros.
Habrá quien no estará de acuerdo con mi opinión, pero yo defiendo que el nivel de exigencia del espectador tiene que partir del precio que pone el teatro a las localidades. La relación precio-calidad resulta poco aceptable en este caso.
José M. Irurzun