The Turn of the Screw. Britten. Londres

Holland Park de Londres. 12 Julio 2014.

En Inglaterra los veranos ofrecen una inusual actividad operística, organizada por empresas privadas y que varias de ellas se desarrollan más o menos al aire libre, con los consiguientes riesgos. De estos tipos de festivales veraniegos el más conocido es el de Glyndebourne, que a su vez es el más chic y uno de los pocos que se desarrolla en un teatro normal. Hay bastantes más, generalmente ofreciendo cantantes de escaso relumbrón, pero que tienen su larga tradición y siguen contando con el favor del público. Entre ellos habría que destacar los de Garsington, Grange Park, Ilford, Longborough y el que ahora nos ocupa de Holland Park, que se desarrolla en el parque homónimo de la capita británica en una gran carpa, que ofrece un aforo de alrededor de 1.000 butacas. El espacio escénico es muy largo y no ofrece muchas posibilidades, ya que el backstage es extraordinariamente limitado. Tampoco tiene foso y, debido al hecho de ser una carpa de gran anchura, la acústica deja que desear. Los ruidos exteriores apenas molestan, salvo que pase algún helicóptero por los alrededores, aunque me imagino el sufrimiento que tiene que traer consigo asistir a una ópera en esta carpa en una noche de lluvia. Los espectadores no se mojan, pero el ruido del agua golpeando la carpa tiene que ser muy molesto.

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En la programación de este año se ofrecen 6 óperas distintas en los meses de Junio y Julio y entre ellos destacaba esta obra maestra de Benjamín Britten, que nunca había tenido ocasión de ver en Inglaterra. Mi primera impresión es que esta ópera es muy poco adecuada a las características de Holland Park. En primer lugar el escenario es muy grande y esto resulta muy poco adecuado para una ópera tan especial como la que nos ocupa, en la que la visión no debería nunca dispersarse, si uno se quiere concentrar en la acción dramática. Por otro lado – y para mí más importante – es el hecho de que una ópera como ésta soporta muy mal ser ofrecida con luz natural. De hecho, no oscureció en Londres hasta que apenas quedaba media hora de la ópera. Ese ambiente diurno no casa bien con esta ópera de Britten, donde la verdad es que dramáticamente mejoró en la segunda parte, una vez que la noche cayó sobre Holland Park.

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La producción lleva la firma de Annilese Miskimmon y su trabajo no resulta especialmente convincente, en lo que sin duda influyen las características del escenario de Holland Park. La cosa arranca con cierto interés, ya que la escenografía de Leslie Travers nos ofrece un aula de un colegio con sus pupitres, haciendo que la acción se desarrolle en un internado, siendo el Prólogo cantado por el profesor, que sale a escena con sus alumnos en repetidas ocasiones en los distintos interludios orquestales. El vestuario se debe a la misma Leslie Travers y resulta adecuado y fiel a la trama, que parece desarrollarse a principios del siglo pasado. La iluminación corre a cargo de Mark Jonathan y debería haber tenido mucho más relieve, ya que las dimensiones del escenario exigían que un inteligente uso de luces centrara más la atención en los personajes. Es verdad que la luz diurna tampoco ayudaba nada y, únicamente, tuvo interés lo que hizo en la última parte de la ópera, cuando ya era de noche. La dirección escénica de Annilese Miskimmon me pareció poco imaginativa, aunque tuvo algunos momentos de interés, especialmente la aparición de los fantasmas de Miss Jessel y Peter Quint a través de los cristales de unos armarios, Creo que esta producción podría ganar bastante retrasando la hora de comienzo del espectáculo y usando proyecciones que podrían romper con los inconveniente del escenario.

Lo mejor de la representación fue la parte musical, que se desarrolló bajo la batuta del veterano (74) Steuart Bedford, cuya lectura me pareció muy adecuada, sacando un excelente partido de la City of London Sinfonia. Sin duda que en un teatro normal y en un escenario más reducido podríamos haber disfrutado más de esta prestación musical.

El reparto vocal estaba formado en su mayor parte por jóvenes cantantes, que dominaban sus personajes escénica y vocalmente, aunque no siempre la adecuación vocal fuera la deseable.

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La protagonista de esta ópera es la nueva Institutriz, que fue interpretada por la joven soprano Ellie Laugharne, cuya actuación resultó buena, aunque encuentro que el personaje requiere una voz de soprano lírica plena y esta joven británica es todavía una soprano ligera y de volumen un tanto reducido, a la que tampoco ayudaba la acústica del lugar.

Muy adecuado el tenor americano Brendel Gunnell en la parte de Peter Quint. Es una voz un tanto blanquecina, pero que corre bien. Interesante la soprano galesa Elín Pritchard en la parte de Miss Jessel, con un centro amplio, aunque resulta apretada en la parte alta. La más conocida Diana Montague dio vida a Mrs. Grose y lo hizo francamente bien. La voz ha pedido frescura, pero tiene amplitud y es una intérprete de todo respeto. El tenor Robin Pritschler me produjo una buena impresión en el Prólogo.

Todos los aficionados saben de la importancia de los niños (Miles y Flora) en esta ópera. Su actuación me resultó menos espectacular que en otras ocasiones, especialmente en los que se refiere a Miles. La producción hizo uso de la soprano Rosie Lomas y no de una niña en la parte de Fora y tuvo algunos problemas para hacerse oír. Miles fue interpretado por el niño Dominic Lynch, que lo hizo bien, pero recuerdo otras interpretaciones más espectaculares de este personaje fundamental en la ópera.

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La carpa de Holland Park ofrecía una entrada de alrededor del 85 % de su aforo. El público dedicó una cálida recepción a los artistas, aunque no hubo exceso de entusiasmo.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración 2 horas y 15 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 45 minutos. Cuatro minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 75 euros. Las entradas más baratas eran las más laterales y costaban 15 euros.

José M. Irurzun