Tras La revoltosa de Chapí, la Compañía Lírica Ibérica ha proseguido su andadura en el Teatro Reina Victoria de Madrid con la puesta en escena de un segundo título de género chico, en este su audaz y valeroso proyecto denominado La Corrala del Reina Victoria. Ha sido El bateo de Federico Chueca la zarzuela elegida, una obra que, si mal no recordamos, no se veía en la capital desde que el Teatro de la Zarzuela la programara en 2008 en su etapa dirigida por Luis Olmos en programa doble junto a De Madrid a París del propio compositor madrileño. Precisamente el coliseo de la calle Jovellanos acogió el estreno en 1901 de este delicioso sainete lírico madrileño con libreto de Antonio Paso y Antonio Domínguez, el último gran éxito de Chueca.
En ese afán por modernizar y acercar la zarzuela a un nuevo público, que se está materializando en cada uno de los cuatro títulos de género chico que la Compañía que lidera Estrella Blanco lleva a escena en las tablas del Reina Victoria durante estos meses de verano, se le da de nuevo una vuelta a la obra original. Si en La revoltosa era un prólogo donde los vecinos de una corrala madrileña de nuestros días se rebelaban contra el inminente desahucio, la idea para El bateo difiere sustancialmente. Se adivina que la propuesta escénica se diseña esta vez partiendo de la figura del revolucionario anarquista Wamba, personaje central de la trama y el gancho muy oportuno que permite llevar la obra a un nuevo contexto histórico, pues se traslada la acción justo 30 años más tarde, en los albores de la, en origen, progresista (“¡arriba los socialistas!”) II República Española, añadiendo al texto original de Paso y Domínguez, que se respeta escrupulosamente, una nueva dramaturgia cuyo protagonismo recae en la figura del poeta de la Generación del 27 Antonio Machado. Es el escritor sevillano el que a través de sus diálogos con el anarquista Wamba, padrino del bautizo de la propia zarzuela, nos muestra la difícil realidad política y social del momento, así como los anhelos y esperanzas del poeta de conseguir la paz, la concordia y el entendimiento entre los españoles, una sentida y emocionada proclama que produce cierta desazón en el espectador al conocer cómo concluiría en 1936 el tan ansiado régimen republicano, y cuál sería el fatal destino de todos los españoles. Deseos que tienen plena vigencia, pues se pueden trazar paralelismos con la situación actual, con lo que se consigue aportar a la zarzuela por entero una pátina de modernidad y sentido imperecedero.
Lo cierto es que funcionan francamente bien estos diálogos intercalados al desarrollo de la trama entre Machado y Wamba, personajes interpretados por Rafa Casette y José Luis Gago, que se yerguen como lo más granado de la interpretación actoral. Unos parlamentos sumamente originales y entretenidos, y no poco divertidos, que no obstruyen en absoluto el fluir de la acción de El bateo, ni afectan a su continuidad, y que sirven, asimismo, para conocer interesantes datos del momento histórico en relación con la cultura, como las reuniones que Machado afirma que mantendrá con algunos miembros de su grupo literario, que el poeta estrenaría nada más proclamada la República, en 1931, su obra de teatro La prima Fernanda en las tablas de este mismo escenario (Teatro Victoria, -sin Reina-, en palabras del antimonárquico Wamba), o la importantísima labor en pro de la zarzuela y de la construcción del propio Teatro del genial empresario teatral, y también poeta y libretista, José Juan Cadenas. Se disfruta además de una pequeña muestra del arte poético de Machado, pues escuchamos su hermoso poema “Mi juventud sin amor”, imbuido de nostálgicas evocaciones.
Como icono del periodo histórico, la bandera tricolor republicana inunda toda la escena, donde se mantiene el mismo patio de vecinos de la anterior zarzuela, La revoltosa, aunque se percibe un uso quizá reiterativo de la enseña, pues se hace especialmente evidente en el famoso popurrí de los organilleros, donde éstos agitan la bandera para exigir sus reivindicaciones en el llamamiento a la huelga. Ante este detalle, no sabemos si la Compañía ha querido realizar una apología política del periodo republicano, o ha querido explotar la simbología republicana (supervisado por Wamba se escucha al inicio de la representación el himno de Riego por los 11 instrumentistas de la jovencísima orquesta) para añadirle aún mayor carga semántica, por el mero hecho de su traslado de época histórica, a las consignas obreras y proletarias que, en cierta medida, hallamos en el libreto de El bateo. En todo caso, el entero conocimiento, y sobre todo el respeto hacia nuestro género lírico, transpiran en esta nueva puesta en escena, llevada a cabo con la profesionalidad, rigor y buen gusto que la Compañía ha sabido demostrar desde el principio.
Todos y cada uno de los integrantes del reparto ayudan a dignificar este “bautizo del rorro”. Como actor, José Luis Gago sigue siendo, y aún mucho más en esta obra, el elemento nuclear sobre el que gira todo, haciendo de Wamba otra caracterización ejemplar. En ella encontramos todo el carácter anarquista y petardista que el personaje demanda, ya que el genial actor aprovecha al máximo todo lo que el jugoso texto le permite, explotado con una carismática vis cómica. Su tono de campechanía lo destina para las conversaciones con Antonio Machado, al que Rafa Casette consigue revivir no sólo físicamente, sino por medio de una recreación de gran nobleza y elocuencia. A estos dos personajes hay que añadir la consistencia del resto del equipo, que contribuye a entretejer el enredo de este sainete: la soprano Mariana Isaza como una sólida Visita (personaje que le permite aportar más frescura y garbo que su anterior Mari Pepa), el toque amanerado y exageradamente histriónico del Virginio de Víctor Trueba o la chulería madrileña de Alejandro Rull como Pamplinas. Justo es destacar igualmente las correctas aportaciones de María José Garrido en una enervada Nieves, Natalia Jara como la señora Valeriana y el Lolo de Diego Pizarro. Mención especial para las diez voces del coro de la Compañía, asombrosamente empastadas, que realizan un trabajo encomiable en cada uno de los números corales de la partitura, aunque no hayan cantado en escena el brevísimo número “Bateo pelao”, a los que se ha añadido oportunamente como complemento final el pasacalle de El año pasado por agua, una “revista de actualidad” que está pidiendo a gritos ser representada. De nuevo, los jóvenes de la Orquesta Camerata Villa de Madrid se muestra disciplinada bajo la atenta supervisión al piano de Fran Fernández Benito.
Una vez más, hay que felicitar a la Compañía Lírica Ibérica por su incansable y entusiasmada labor en la defensa de la zarzuela, máxime desde los medios modestos que disponen, una meritoria labor no exenta de riesgo en los tiempos que corren, por lo aventurado que supone representar nuestro género de forma privada y sin ningún tipo de ayuda pública. La buena noticia es que el magnífico resultado compensa todo lo demás. Aún restan dos sainetes por llevarse a escena en el Reina Victoria, la ineludible La verbena de la Paloma y el también obligado pasillo veraniego Agua, azucarillos y aguardiente. Queda en el aire la intriga de la adaptación. En cuanto al disfrute, está garantizado.
Germán García Tomás