Un Beethoven con autenticidad

Un Beethoven con autenticidad Por Antonio Gascó

Un concierto de enjundia con dos piezas del periodo transicional de Beethoven fue el que ofreció la orquesta de Valencia en el Palau de Les Arts, bajo la dirección de su aún titular, a quien algunos ya casi echamos de menos, y otros, de su propia orquesta, no tardarán en hacerlo. Un programa muy atractivo que se abrió con el concierto número tres (está claro que es de piano) del autor de «Fidelio» y que se resolvió con un concepto de esclarecida eminencia, y primor interpretativo.

Esta partitura tiene un gran interés puesto que es el puente de paso del clasicismo a la intencionalidad romántica y precisamente por ello requiere de intérpretes que tengan muy claras ambas referencias, para ofrecer todo cuanto de creativo y sugestivo tiene su redacción. Una cuestión que llamó la atención del comentarista fue hasta qué punto en la lectura de Tebar y Giltburg transparentó la influencia del concierto 24 para piano de Mozart que Beethoven escuchó admirado en una audición al aire libre conjuntamente con su amigo Cramer. Es evidente que el genial sordo se encontró subyugado por la obra del zalzburgués al extremo de decirle a su acompañante: «Nunca nosotros podremos hacer algo así». Es evidente que no solo lo hizo sino que superó en creatividad los postulados de su referencial K 491. Pero hay Mozart, mucho Mozart en el ideario y ello traslució en la versión que se contrapuntó con la pasión emotiva del músico de Bonn, que ya afloraba en aquel tiempo de manera palmaria. El final del primer movimiento fue perspicuo a este respecto.

Ramón Tebar    Un Beethoven con autenticidad                                                                           Foto Live Music Valencia

Director y pianista unificaron el criterio general de la composición. De hecho las octavas dobles en la reexposición del tema cardinal del primer movimiento surgen de la posibilidad de la ampliación del teclado del piano en aquellos momentos y a fe que ambos tuvieron muy claras las posibilidades de dicción que ese recurso les ofrecía. Se percibieron pálpitos en el relato en Dom de lo que se cuajaría, poco tiempo más tarde, en la quinta sinfonía. El pianista tocó con virtuosismo y elegancia sin duda y la orquesta le agasajó con seductora eficacia. Tuvo nobleza expositiva el buen fraseo del teclado en el relato del primer tema del segundo tiempo y fascinación de su diálogo con la flauta y el fagot con el contrapunto de las cuerdas punteadas. En el último movimiento Tebar dio una lección del dominio de la armonía al jugar con los trasvases entre el sol, el Sol#, la ambientalidad del Mim y finalmente la vuelta a la tónica del DoM en esa coda vertiginosa a 6/8 en forma de rondó.

El público ofrendó aplausos fecundos a instrumentistas, director y pianista quien correspondió con la propina de un preludio de Rachamaninov.

La Sinfonía Heroica es sin duda el inicio del romanticismo y ello por muchos motivos, relacionados con el propósito dedicatario de la obra en la expresión de los ideales libertarios beethovenianos y al tiempo su humanismo de fuerte intención patriótica. Todos estos valores los manifestó muy bien el director valenciano, que en aras de la autenticidad, formó un conjunto de instrumentistas muy adecuado a la época en que se estrenó infinitamente menos numeroso que como habitualmente se interpreta.

El allegro con brío inicial en verdad está muy lejano del de la sinfonía quinta, excepto en los dos primeros acordes que la batuta planteó tan enérgicos como resolutivos. El aire fue festivo, elegante y jovial a un tiempo. No con un postulado de heroísmo, sino más bien de exaltación conmemorativa de homenaje con acordes de palmeo en los nueve compases que interrumpen el valseado. La versión tuvo una indeclinable novedad y uno quiere pensar que hasta de autenticidad con el espíritu beethoveniano. Sin embargo, para este modesto comentarista resultó inexplicable como María Rubio planteó su solo de trompa en el desarrollo, a un tempo más lento que el resto de la orquesta y al que, claramente, batía el maestro. La marcha fúnebre es en la lectura del director de la sinfónica de Florida, un homenaje al deceso del héroe, pero deja de ser bizarra, siendo por cambio contemplativa y reverente, con un evidente postulado de interiorización íntima de la aflicción.

El pianista Boris Giltbug      Un Beethoven con autenticidad                                                          Foto Live Music Valencia

Muy jugoso el scherzo, radiante de festividad popular, como una especie de obsequio memorable, en el que no faltó un talante de algazara con intervenciones de las trompas en el trío, en el que deploramos encontrar errores, trayendo a colación, a más del talante germánico, la ambientalidad territorial y geográfica del paisaje, con evocación de escopeta. Las intensidades anteriores al Poco andante y en el Presto conclusivo, sin duda el momento más heroico de la Heroica, que exigen indudable virtuosismo a los intérpretes, se patentizaron en una diversidad, casi mayoritaria, pocas veces oída, con raptos de jovialidad y talante militar, frente a puntos de impetuosa vehemencia. Escribo mayoritaria porque asimismo, me resultan difícil de entender ciertos golpes del timbal en sus intervenciones más significativas, dando la impresión que el percusionista era el único músico con el freno de mano puesto, al extremo de ralentizar y cargar, innecesariamente, de peso ciertas frases.

Que la versión tuvo carácter, originalidad, inventiva y creatividad lo manifestaron los fervientes aplausos del respetable, a los que se unieron los de los componentes de la orquesta hacia su maestro.