Inaugura la temporada de ópera 2019-2020 el Teatro Real con esta obra maestra de Giuseppe Verdi, que no se representaba en este teatro desde junio de 20015. Entonces se ofreció una producción de corte espectacular de Hugo de Ana, corriendo la dirección musical a cargo de Jesús López Cobos. El resultado de la representación que ahora nos ocupa ha sido en buena parte decepcionante. Hay que tener en cuenta que estamos en la inauguración de la temporada y esto trae consigo una carga mediática que no se da en el resto de títulos que componen el programa. No cabe duda de que el propio Teatro Real – como ocurre con todos los teatros de ópera – está interesado en alimentar esta carga mediática, por lo que creo que es preciso que un teatro de primer orden ofrezca en estas inauguraciones un espectáculo importante. No ha sido así en esta ocasión, especialmente en los apartados vocal y escénico, a los que luego me referiré.
A diferencia de la ocasión anterior de 2005 se ha ofrecido ahora la versión de la Scala de Milán, es decir la versión en cinco actos y en italiano, que no es sino la original francesa traducida y eliminando algunas partes, especialmente el famoso ballet de la Peregrina. A mi parecer esta versión no es la deseable entre las que escribiera Verdi, ya que la calidad del acto de Fontainebleau no está a la altura del resto de la ópera y no hace sino alargar innecesariamente la ya de por sí extensa partitura. Creo que Verdi hizo muy bien en revisar nuevamente la partitura y dejarla reducida a los tradicionales 4 actos de la llamada versión de Módena, que es la que se representa con más frecuencia.
Me llamaba poderosamente la atención que para una ocasión tan señalada como es la inauguración de la temporada, el Teatro Real no ofreciera una nueva producción, sino que se hubiera decidido por alquilar una que tiene ya 12 años de edad. Yo mismo tuve oportunidad de verla en Frankfurt hace ya 4 años.
La producción se debe al británico David McVicar, uno de los más prestigiosos directores de escena actuales, aunque su trabajo en esta ocasión no ha tenido la brillantez que suele ofrecer en otras ocasiones. La producción se caracteriza por ofrecer un escenario único para los 5 actos. La escenografía es de Robert Jones y ofrece un escenario a base pilares laterales, siempre imitando ladrillo gris, que también ocupan el suelo, Hay un gran muro al fondo, que se levanta para las escenas de exteriores y se baja para las de interior. Una serie de elementos, siempre en ladrillo, representan ahora una tumba, luego una mesa y otras veces una pura plataforma. A la escena de Yuste se le añade una especie de botafumeiro, mientras que a la de los aposentos de Felipe II se le añade una cortina para dar una sensación de intimidad. La escena de la prisión se resuelve, como tantas veces, con una reja. El Auto da Fe eleva el muro del fondo para ofrecer una gran cruz, que se pondrá en llamas en los acordes finales de la escena. El vestuario de Brigitte Reiffenstuel es adecuado a la época, siempre en tonos oscuros, llamando la atención que el ambiente general de la obra es menos oscuro que en otras producciones. La producción narra la trama de manera adecuada.
La dirección escénica de McVicar define bien a los distintos personajes, siendo el aspecto más discutible el hecho de que Don Carlo muera el final a manos de la guardia de su padre, con lo que se pierde todo el misterio que rodea a la última escena. Otro aspecto criticable es el hecho de que en el Auto da Fe no aparece el pueblo, sino únicamente los miembros de la corte. Conviene recordar que estos espectáculos se hacían para el pueblo y la corte acudía a ellos, pero no eran espectáculos privativos de la corte.
La dirección musical ha corrido a cargo del italiano Nicola Luisotti, principal director invitado del coliseo madrileño y su actuación ha sido correcta, aunque por debajo de lo que yo esperaba. Tras una primera parte algo anodina, su lectura fue ganando en fuerza y dramatismo a partir de la escena de Felipe II y Rodrigo, brillando en el Auto da Fe, Considero a Luisotti como uno de los mejores maestros en óperas verdianas y siempre espero lo mejor de sus lecturas. Siendo buena, esperaba más. Sacó un notable partido de la Orquesta del Teatro Real, que ha vuelto a demostrar que es seguramente la mejor orquesta de foso de España. Correcto, aunque menos brillante de lo que yo esperaba el Coro del Teatro Real.
El otro aspecto más bien decepcionante ha sido el resultado vocal, que ha sido ofrecido por un reparto sin grandes figuras y que no ha estado a la altura que se puede exigir a un teatro que pretende ser – y con razón – uno de los más importantes del mundo.
El personaje de Don Carlo tenía que haber sido interpretado por el tenor italiano Francesco Meli, que es sin duda uno de los mejores cantantes de la actualidad en su cuerda, aunque su voz no sea excepcional. El caso es que el italiano canceló hace ya algún tiempo y en su lugar tuvimos al tenor argentino Marcelo Puente, a quien casi acabábamos de ver como Pinkerton en San Sebastián. Se trata de un tenor de voz atractiva en el centro y adecuada a las exigencias del personaje, aunque su instrumento pierde calidad en las notas altas. Su mayor problema sigue siendo su escasa expresividad cantando, lo que hace que su prestación sea un tanto monótona y con escaso brillo.
Elisabetta fue interpretada por la soprano italiana Maria Agresta, que debutaba el personaje. Su actuación no me ha resultado convincente en términos vocales, ya que a mi parecer su voz resulta más ligera que lo deseable para este personaje. Tengo la impresión de que su instrumento ha perdido amplitud en los últimos tiempos y hoy la cantante tiene menos interés que hace unos años.
Felipe II fue interpretado por el bajo ucraniano Dmitry Belosselskiy, que sigue ofreciendo una voz amplia e importante en el personaje. En mi caso tuvo que luchar con el recuerdo que guardo de las actuaciones que he podido ver en este personaje a René Pape y hay diferencia entre ambos, lo que no va en detrimento de Belosselskiy. Tuvo una buena actuación.
Buena también la prestación de la mezzo soprano Ekaterina Semenchuk como Princesa de Éboli, que ofreció una voz de calidad sin problemas de tesitura, cantando con gusto y moviéndose adecuadamente en escena.
El barítono italiano Luca Salsi dio vida a Rodrigo, el Marqués de Posa, y su actuación vocal no tuvo problemas, ofreciendo una voz de calidad y homogénea a lo largo de la tesitura. Eché en falta mayores dosis de emoción en su canto.
El Gran Inquisidor del finlandés Mika Kares fue claramente decepcionante. A la voz le falta autoridad y amplitud y así no se puede hacer un Inquisidor amenazante.
En los personajes secundarios Fernando Radó lo hizo de manera satisfactoria como Il Fratre. Leonor Bonilla lo hizo bien como Voz del Cielo. Natalia Labourdette fue un Tebaldo de voz reducida, inaudible en más de un momento. Adecuado Moisés Marín como Lerma y Heraldo real. Correctos también los Diputados Flamencos.
El Teatro Real ofrecía una ocupación algo superior al 90 % de su aforo. El público se mostró cálido con los artistas. Hay que señalar la presencia de los Reyes de España en el teatro.
La representación comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración de 3 horas y 57 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 3 horas y 15 minutos. Seis minutos de aplausos.
Al ser función de estreno, los precios son más altos en el Teatro Real. La localidad más cara costaba 398 euros, costando la más barata 37 euros.
José M. Irurzun