Un Don Carlos con sordina en Bilbao

Un Don Carlos con sordina en Bilbao
Un Don Carlos con sordina en Bilbao

Ha inaugurado ABAO su temporada de ópera con la versión original de Don Carlos, uno de los títulos más esperados dentro del Tutto Verdi, en el que se piensan representar todas las óperas verdianas y en todas sus versiones. El tiempo corre y se van acumulando en el apartado de pendientes las versiones menos frecuentes de la operas, por lo que me temo que no se cumplirá el programa previsto. En cualquier caso, siempre es un atractivo para el aficionado poder ver representada la versión francesa y original de Don Carlos, que se ha dado de forma prácticamente integral. Lamentablemente, los fallos en la confección del reparto vocal han sido importantes, lo que ha lastrado en gran medida el resultado de la representación.

Hace ahora 5 años ABAO representó Don Carlo en su versión italiana y en 4 actos. Ahora se hace con la versión original y la producción vuelve a ser la misma que en aquella ocasión. Simplemente, se añade el acto De Fontainebleau, con un escenario muy simple que ofrece una especie de arbolillos y un ciclorama al fondo. En todo lo demás, estamos en la producción de hace 5 años. La producción escénica lleva la firma de Giancarlo del Monaco El trabajo de Del Mónaco es elegante, clásico y muy fiel al libreto, salvo en el desenlace final del drama, que termina con la muerte de Don Carlo a manos de Felipe II, lo que no deja de ser un capricho sin base histórica, musical ni literaria. La figura del emperador Carlos V está presente, como lo está El Escorial, más allá de que parte de la acción se desarrolle en dicho Monasterio. Ya el telón de la producción ofrece un fragmento de un mural de la Batalla de Mühlberg, seguramente reproducción de los de Alba de Tormes. En las escenas de El Escorial está presente la famosa escultura de Carlos V y el Furor, de los Leoni padre e hijo, que se puede ver en el Museo del Prado. Por último, en el Auto Da Fe el pueblo saca en andas una enorme reproducción del famoso Cristo Crucificado de Benvenuto Cellini, que se puede ver en la Basílica del Escorial. A todo esto tendremos que añadir que en los aposentos de Felipe II las paredes representan mapas antiguos de las grandes posesiones imperiales españolas en el mundo. El trabajo de decoración de Carlo Centolavigna resulta un buen complemento a la idea de Del Mónaco sobre el desarrollo escénico del drama. El vestuario de Jesús Ruiz es atractivo y rico, en tonos oscuros para los cortesanos y claros para el pueblo. La iluminación de Wolgang Von Zoubeck, colaborador muy habitual en las producciones de Del Monaco, no esta a la altura de lo que hemos podido disfrutar en otras ocasiones.

No sé si Giancarlo del Mónaco ha estado en Bilbao dirigiendo escénicamente este Don Carlos. Lo que es seguro es que no estaba en el teatro en los saludos finales, sino que saludó como responsable escénica su colaboradora Sarah Schinasi. Ya hace 5 años la dirección escénica me pareció ramplona y casi inexistente y ahora se ha vuelto a repetir la historia. La dirección de actores me ha resultado muy pobre, con la mayor parte de ellos pasando por el escenario sin vivir su rol con la intensidad debida y tampoco el movimiento de figurantes y coro ha sido el que se debe exigir. Como en el chiste de Gila: de color bien, pero no flota.

Más abajo me referiré a los fallos en la confección del reparto, que han tenido consecuencias en la propia dirección musical, que durante la mayor parte de la ópera podemos decir que ha sido una ejecución musical con sordina. La dirección de Massimo Zanetti ha tenido dos partes bastante diferentes. Los tres primeros actos se han caracterizado por una lectura plana y rutinaria, en la que el director parecía siempre dispuesto a controlar el volumen de la orquesta. En los dos últimos actos su lectura ha tenido más consistencia, especialmente en el acto IV. Evidentemente, un director tiene que apoyar a los cantantes controlando el sonido del foso, pero eso exige tener cantantes adecuados. Si las voces en escena no tienen el mínimo exigible de voz, el director hace un buen servicio al cantante y un flaco favor al público. Verdi no es Bellini y su música no está escrita para simplemente acompañar a las voces. Cualquier aficionado sabe que en la versión francesa el protagonista no aparece casi en escena en el mencionado 4o acto. De ahí la diferencia de tratamiento musical. Giuseppe Gipali y ABAO tienen que agradecer a Massimo Zanetti no haber puesto más de relieve la insuficiencia del protagonista. Yo, como simple aficionado, no tengo nada que agradecerle, sino todo lo contrario. A sus órdenes, la Bilbao Orkestra Sinfonikoa tuvo una buena actuación. En cuanto al Coro de Ópera de Bibao, lo hizo razonablemente bien, salvo el lunar espectacular de su actuación en el final de la escena del Auto Da Fe, donde no dieron la talla en absoluto. Como es obligado, se dio el ballet La Peregrina, donde actuó el Malandain Ballet de Biarritz, del que no tengo que decir sino que no hace falta moverse de casa para ofrecer una actuación tan pobre.

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Como Don Carlos tuvimos que soportar al tenor albanés Giuseppe Gipali. Digo que tuvimos que soportar, porque no es un tenor que pueda hacer frente a este personaje en un teatro importante y menos todavía en el Euskalduna. La voz de Gipali es agradable y homogénea, pero de volumen muy reducido. En el momento en que la orquesta llega a dar una única f, Gipali resulta inaudible. Siendo importante su falta de recursos, todavía lo es más su falta absoluta de expresividad cantando. Es la tercera vez que le escucho en vivo en este personaje y debo decir que las anteriores fueron siempre sustituciones de última hora. No ha sido éste el caso de ABAO, donde ha estado anunciado desde el principio. Si no conocían a Gipali, han cometido un error. Si lo conocían, el error todavía es mayor. No hubo Don Carlos y lastró la lectura musical.

Isabel de Valois fue interpretada por la soprano uruguaya María José Siri, que en conjunto ofreció la actuación más completa de todo el reparto. La voz no es excepcional en cantidad ni calidad, pero canta con gusto y resuelve bien su compromiso. No está tampoco sobrada de graves, pero me parece una intérprete muy solvente.

El otro gran personaje del Don Carlo verdiano – en francés o en italiano – es Felipe II, que ha sido el otro lunar importante del reparto. Los Austrias, padre e hijo, no han estado a la altura exigible. El búlgaro Orlin Anastassov es suficientemente conocido en Bilbao, donde ha cantado en otras ocasiones, y es sabido que no tiene la autoridad vocal necesaria para hacer frente al personaje de Felipe II. Su voz no es muy grande y su emisión deja bastante que desear. A eso hay que añadir ahora que se ha abaritonado notablemente, hasta el punto de que en su escena con Posa parecía más barítono el Rey que el Marqués. Siempre es de agradecer que se abra el corte tradicional de la música que luego se convertirá en el Lacrimosa del Requiem, pero hace falta un bajo de verdad y Anastassov no lo es.

Si pongo reparos de consideración a la adecuación de los cantantes a los personajes, no diré lo mismo en el caso de Juan Jesús Rodríguez en su actuación como Marqués de Posa. Su voz es perfectamente adecuada al personaje, pero sufrió de una auténtica falta de dirección de escena, resultando mucho más inexpresivo que habitualmente. En estas condiciones su canto pecó de monotonía en muchas ocasiones, ofreciendo lo mejor con diferencia en la escena de la prisión, donde brilló claramente.

La Princesa de Éboli fue la mezzosoprano Daniela Barcellona, cuya actuación habrá gustado a unos y bastante menos a otros, entre lo que me encuentro. La voz no ha sido nunca muy bella y ofrece cambios de color notables en los diferentes registros. Siempre ha sido así, pero sus defectos pasaban a segundo plano con las exhibiciones de agilidades que hacía en las óperas de Rossini. Aquí, lo más notable fue la Canción del Velo, donde se le vio cómoda precisamente en las agilidades. El siempre esperado O, don faltal, tuvo menos brillantez y se escapó de las notas más comprometidas.

El bajo finlandés Mika Kares dio vida al Gran Inquisidor y lo hizo razonablemente bien, con una voz no excesiva de volumen, pero sí suficiente. No fue él quien falló en el enfrentamiento con Felipe II, sino el Rey.

El Monje era Ugo Rabec y lo hizo de manera solvente. Desenvuelta en escena Ana Nebot como el Paje Tebaldo. Aceptable el Conde de Lerma de Eduardo Ituarte. Sonoro el Heraldo de Giorgi Meladze. Poco adecuada, Irantzu Bartolomé en la Voz Celestial. Los Diputados Flamencos parecían también aplicar sordina a su canto.

El Euskalduna ofrecía una ocupación que no llegaría al 85 % de su aforo. El público no mostró mucho entusiasmo durante la representación. En los saludos finales las mayores ovaciones fueron para María José Siri, Daniela Barcellona y Juan Jesús Rodríguez.

La representación comenzó con 4 minutos de retraso y tuvo una duración total de 4 horas y 56 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 3 horas y 41 minutos. Siete minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 192 euros, costando la más barata – es un eufemismo – 83 euros.

José M. Irurzun

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