Un Don Giovanni en Berlín condenado a los caprichos del regista

Un Don Giovanni en Berlín condenado a los caprichos del regista
Un Don Giovanni en Berlín condenado a los caprichos del regista. Foto: Bettina Stöss

Vuelvo a Berlín para una interesante semana de ópera, que ofrece el atractivo de una Manón Lescaut con Sondra Radvanovsky, un Tannhäuser con Stephen Gould, un Holandés con Michael Volle y una nueva producción de Nozze di Figaro, dirigida por Gustavo Dudamel. Terminará el periplo con una versión de concierto de Betly, una auténtica rareza de Donizetti. Como aperitivo, este Don Giovanni en Berlín para olvidar. Estoy seguro de que la cosa va a mejorar.

La producción escénica ofrecida es la conocida de Roland Schwab, que se estrenara aquí en el año 2010 y que se pudo ver en el Festival de Peralada hace tres años Es una de esas producciones que a uno le dejan totalmente perplejo, ya que se pone libreto y música por montera y – lo que es más grave – al público alemán le ha gustado. Roland Schwab presenta un Don Giovanni como cabecilla de una cuadrilla urbana de violentos, que recuerdan en alguna medida a los La Naranja Mecánica, y cuyo único afán es la violencia. Esto hace que el personaje del Burlador pierda todo atractivo, lo que le quita cualquier credibilidad a sus conquistas, agravado por el hecho de que sus permanentes acompañantes (unos 25) están en movimiento permanente en escena, molestando en muchos momentos. Hasta aquí todo sería más o menos aceptable y discutible, si no fuera por el hecho de que Roland Schwab decide cambiar la ópera, que de ser un Drama Giocoso, la convierte en una ópera bufa, donde hay que hacer en el escenario todas las tonterías posibles para arrancar la risa fácil del espectador. Me resulta difícil de entender que toda la cantidad de tonterías que se hacen en el escenario puedan resultar risibles, porque a mi me resultan simplemente patéticas.

No voy a entrar en más detalles, porque no merece la pena. Si hay alguna idea detrás de lo que ofrece Roland Schwab, habrá que preguntárselo a él. No consigo entender qué hace en la fiesta de Don Giovanni una señora en topless y con pierna ortopédica paseándose por la pasarela delante del foso de la orquesta. Tampoco entiendo el significado en la misma fiesta de un individuo dando pedales como loco en una bicicleta estática. Incomprensible y de mal gusto el hecho de que nos ofrezca una especie de parodia de la Última Cena, sacada del famoso cuadro de de Leonardo da Vinci. A todo ello habrá que añadir los cortes que hace en recitativos, la eliminación de la segunda aria de Don Ottavio, así como de la moraleja final. Esto último es lo único que entiendo, porque la producción no admite moralejas.

La escenografía es prácticamente inexistente, salvo una especie de tiovivos con luces que saca en algunos momentos y es obra de Piero Vinciguerra. El vestuario de tiempos actuales es de Renée Listerdal. No sé quien es el autor de toda la basura que llena el escenario en la segunda parte de la ópera.

La dirección musical estuvo encomendada a Daniel Cohen, ayudante hasta hace poco de Gustavo Dudamel en Los Ángeles, y actualmente residente en la Deutsche Oper de Berlín. No tiene que ser nada fácil dirigir Don Giovanni teniendo delante de los ojos de uno todo lo que a la dirección de escena se le ocurre hacer en este caso. La impresión es positiva, un tanto rutinaria su dirección en el primer acto y notablemente mejor en la última parte de la ópera. Su propia dirección me lleva a creer que tampoco Daniel Cohen está de acuerdo con la visión (¿) de Roland Schwab. Buena la prestación de la Orquesta de la Deutsche Oper.

En esta producción los artistas están más exigidos como actores que como cantantes y esto es todavía más importante en el caso de Don Giovanni y Leporello.

Un Don Giovanni en Berlín condenado a los caprichos del regista. Foto: Bettina Stöss
Un Don Giovanni en Berlín condenado a los caprichos del regista. Foto: Bettina Stöss

El joven barítono italiano Davide Luciano dio vida a este extraño Don Giovanni y mostró cualidades de actor y una voz de barítono lírico de cierta calidad, como ya lo hiciera también en el Teatro Real como Fígaro el año pasado. El problema es que el personaje de Don Giovanni requiere otras cosas, además de voz, y ahí Davide Luciano no está a la misma altura. Los recitativos son parte fundamental del personaje por no hablar de sus ariosos, donde su interpretación vocal no me convenció, particularmente en Deh, vieni alla finestra.

El caso de Seth Carico es más curioso. Su Leporello tiene que hacer de todo en escena y se convierte en el protagonista de la ópera. Vocalmente, su timbre no se diferencia apenas del de Don Giovanni y no me resultó particularmente convincente en su canto, aunque entiendo que es muy difícil convencer cuando uno tiene que hacer tantas tonterías para contentar al director de escena. Al actor no se le puede poner ninguna pega.

La soprano rumana Aurelia Florian fue una Donna Anna de voz más ancha que lo que suele ser habitual en el personaje, lo que a mi me parece perfectamente adecuado. Lo hizo bien, con cierta monotonía y pasó notables apuros en las agilidades de Non mi dir.

Donna Elvira era la mezzo soprano eslovaca Jana Kurocova, que fue una solvente intérprete en escena, pero lejos de resultarme convincente en términos vocales. El timbre no es particularmente atractivo, resultando un tanto agrio en la parte superior. El que tenia que haber sido su momento de gloria, el aria Mi tradí, se convirtió en un fracaso. En un concurso de canto yo no le habría dejado pasar a la siguiente eliminatoria.

Vocalmente, lo mejor de la noche fue el Don Ottavio del tenor americano Matthew Newlin, que ofreció una voz de calidad y una notable línea de canto en Dalla sua Pace. Lamentablemente, la producción no tuvo mejor idea que cortar su segunda aria.

Alexandra Hutton fue una Zerlina adecuada, con una voz de soprano ligera no particularmente bella, pero resolviendo sin mayores problema sus arias.

Sonoro y bien cantado el personaje del Comendador por parte de Tobias Kehrer. Andrew Harris fue un Masetto bastante basto.

El teatro ofrecía una entrada de alrededor de 2/3 de su aforo, con notable presencia de gente joven y más proclive a disfrutar con la escena que con la música a juzgar por sus reacciones. Déjenme decirles que la víspera no se había vendido la mitad del teatro, habiendo colas para conseguir entradas para jóvenes en taquilla de última hora y a precios muy reducidos. El público pareció disfrutar con lo que veía, dedicando bravos sonoros especialmente a Leporello y también a Donna Elvira. Señor, señor…

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 3 horas y 22 minutos, incluyendo un descanso. Duración musical de 2 horas y 40 minutos. Siete minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 97 euros, costando 31 euros la más barata, precio por el que se podían ocupar localidades de las últimas filas de platea.

Jose M. Irurzun