
Fue especialmente grato en ocasión de un viaje profesional a Viena, poder asistir a la primera representación en la Staapsoper de «Don Pasquale» de Donizetti y más teniendo a un compatriota en el podio. Por lo que he podido saber, el maestro Ramón Tebar en estos dos años ha actuado en el templo austriaco de la ópera en tres ocasiones, con «L’elisir d’amore», «La bohème» el susodicho «Don Pasquale» y tiene firmado un «Turandot», para el próximo febrero. Fue una satisfacción ver el éxito que alcanzó con sus compañeros del excelente elenco, que se manifestaron en rotundas ovaciones al concluir la representación que hicieron, en reiteradas ocasiones, aparecer a cantantes y director en las tablas cuando ya, incluso, los músicos de la orquesta habían abandonado el foso.
La puesta en escena de Irina Brook, divertida y jocosa como lo es el argumento de Ruffini, que en realidad no hace sino recrear el texto de Angelo Anelli, de una ópera anterior de Stefano Pavesi que era «Ser Marcantonio», tuvo un carácter vodevilesco con mucha mojiganga, colorido y contrastes (hoy lo llamaríamos kistch) intención que intensifica la comicidad bufonesca de una comedia de enredo. Hasta, incluso, hubo su punto de sensualidad para calificar el carácter astuto y vivo, de la ocurrente Norina.
El cuarteto, formado por habituales del coliseo de la Opernring, fue excepcional. Sin duda el gran protagonista de la velada fue el barítono Ambrogio Maestri, un Falstaff (personaje que borda, incluso por fisonomía) que une a su excelente y amplia voz, fácil en todo el registro, una comicidad que no solo está en las inflexiones vocales llenas de intención teatral, sino en la caracterización del personaje. Ya conocía su Don Pasquale de una grabación en DVD de Alla Scala, con Chailly a la batuta, que me apresuro a recomendar. Sin duda patentiza el tipo bordeando el histrionismo pero sin caer nunca en él, denotando una comicidad innata. Vocalmente espléndido y musicalmente impecable, desembarazado e hilarante, sobre todo en los momentos métricamente más comprometidos, que no son pocos, como el dúo con Ernesto, los dos con Malatesta o su aria del primer acto. Maestri hizo honor, al asumir con tanta propiedad, el protagonista a que la ópera lleve su nombre.
La soprano Valentina Nafornita hizo hace algunos años, cuando era una lírico ligera, una estupenda Norina. Quien escribe tuvo la oportunidad de deleitarse con su aria en Paris hará poco más de un lustro. Pero hoy su voz hermosa, cristalina y generosa se ha ensanchado convirtiéndola en una lírica pura, lo que le resta posibilidades de fraseo a un papel que exige un timbre más ligero y desembarazado. Con todo, hizo una protagonista femenina de interés, por su presencia actoral y por su indudable musicalidad y también adecuación física con el tipo. Al margen del aria, el vals de la moralina, casi con propósito de rondó que cierra la obra, los dúos con Pasquale y con Ernesto del tercer acto fueron un modelo de determinaciones. Su enamorado lo encarnó Dmitry Korchak un tenor con timbre intenso y facilidad arriba, factores que le gustaba prodigar, para lucir sus facultades. Ello le llevó a componer un Ernesto vehemente y efusivo que trataba de huir de la habitual candidez que suelen otorgar al sobrino de Don Pasquale. Orhan Yildiz se hizo cargo de Malatesta, el auténtico embrollón junto con Norina del artificio engañoso para lograr la unión de los dos enamorados. Solvente en la emisión, siempre con una emisión bien timbrada sin zonas oscuras y ágil en el fraseo, hecho importante en su papel. La cuadratura de los cuatro en el complejo y contrapuntado cuarteto del final del segundo acto, fue de referencia.
Matemático, preciso, matizado y solvente el coro en sus escasas intervenciones y singularmente en el de criados y camareras, estuvo parejo a una orquesta de grandísimo nivel que tocó con elasticidad, sutileza, contrastes, con una calidad de fraseo y capacidad de matices que no pudo ser más sugestiva. Es cierto que el maestro Tebar se hizo entender muy bien otorgando a la obra ese postulado de jocosidad que la caracteriza. Estuvo pendiente del acompañamiento a las voces sobre todo en los fragmentos, que son abundantes, llenos de contrapuntos, contratiempos y fugatos, logrando que todos se sintieran albergados con su batuta precisa, pero sobre todo clara, inspirada y sobre todo sugerente y ello desde el seductor preludio con el solo de cello con el tema de la serenata del tenor y el tema del aria de Norina que se sigue. Es curioso el director valenciano llegó a fascinarse con el aire del 3/4 que los vieneses imprimen al vals y ello hay que resaltarlo, porque no son pocos los que aparecen en la partitura de Donizetti en esta obra. La volatilidad liviana del contratiempo en la segunda parte del compás, para acentuar el tercero y animar la caída del siguiente, fue realmente deliciosa. No todos los directores del Neujahrskonzert, (y llevo 40 años viéndolo) logran asumir esa particular idiosincrasia de la danza patria austriaca. La excelente versión de Tebar me permitió unir mis ovaciones a las del público vienés, con la satisfacción, además, de aplaudir a un compatriota, que estaba triunfando (como dice el pasodoble de Concha Piquer) «en tierra extraña» aunque cada vez lo es menos para él.
Rodrigo Vélez