El Liceu da paso al impasse navideño con la buena estrella del montaje de Vittorio Borrelli de esta ópera bufa de Gioaquino Rossini. Cargada de un humor esperpéntico, esta última función animó los vientres de la sala al son de un primer reparto que hizo lo propio con los aplausos en el 150 aniversario de la muerte del compositor.
El director, la escenógrafa Claudia Boasso y el vestuario de Santuzza Calì arman un montaje visualmente hermoso, con ágiles dinámicas corales, escénicas y dramatúrgicas proclives al gag y al esperpento que sostienen el ánimo cómico a lo largo de casi tres horas de función. Los recursos de movimiento, si en ocasiones rozan lo exagerado, tampoco resultan impertinentes dado el carácter cómico e hiperbólico de la ópera, donde situaciones como estar prisionero en Argel o ser asaltada y desvalijada por piratas se narran en un tono bufo sostenido que perdura en una joie de vivre sin rastro de amargura.
El maestro Riccardo Frizza brinda una orquesta nítida y acompasada con delicadeza, pausa y nervio a los recodos de la partitura de Rossini, con unos tiempos dilatados pero hermosos desde la obertura y un acompañamiento afín a los volúmenes de las voces. En pie de igualdad la prestación del coro de Conxita García.
Gran debut liceísta de Varduhi Abrahamyan en el rol de Isabella, la italiana capturada por los piratas del Bey, y queuna vez entregada a él debe amilanar al hombre que se jacta de amilanar a su harén para conseguir escapar con su amado Lindoro, preso como criado en el palacio. En toda la tesitura de su penetrante voz Abrahamyan rebosa el carisma que necesita el personaje ante una sala que le dedicó varias ovaciones. Luca Pisaroni agarra de raíz un Mustafá que sabe oscilar entre su omnipotencia y el atolondramiento que le causa Isabella. Aun que necesitó relajar la velocidad en su dueto de silabattos con Lenoro, plantó un personaje del todo pujante; desde la glorificada entrada caminando sobre las aguas hasta la sumisión total como pappataci (come y calla) ante su italiana dominatrix. Maxim Mironov interpretó al cautivo Lindoro que, por su parte, cautivó el primer aplauso del público con su aria «Languir per una bella». Con una desenvuelta actuación dio la impresión, sin embargo, de diluir paulatinamente su brillo vocal en relación a sus compañeros de escena. Grande Giorgio Coaduro como Taddeo; supo llevarse el gato al agua con este mondo, voluble y coqueto personaje. Correcta Sara Blanch como la cariacontecida, casi entrañable, mujer de Mustafá y los secundarios Toni Marsol y Lidia Vinyes-Curtis como el capitán de los piratas del Bey y la esclava de Elvira.
El escenario contribuye enormemente al ritmo de la obra. Surcada por motivos geométricos y atauriques, una gran sala marmórea abierta al mar con arcos califales aloja todas las escenas. Cada una individualiza el escenario a través de enormes celosías paralelas que descuelgan o abaten sus planos calados de turquesa y travertino. Entre ellas se desenvuelven pequeñas arquitecturas móviles acarreadas por los criados del Bey de Argel, Mustafá: una fuente octogonal, el murete con ventanas interiores a modo de baño, dos medios arcos separados con asientos a modo de boudoir para la estéril seducción de Mustafá a Isabella, un enorme puf a modo de trono y cojines para la corte, pedestales sobre los que posan de costado los personajes… estas pequeñas arquitecturas suelen cambiar en súbitos movimientos de sorpresa que redoblan un platillo cómico perfectamente engranado con la interpretación de los personajes y la orquesta.
Félix de la Fuente