Un Mahler bien llevado a cabo

Tebar y Montile. Foto: Live Music Valencia
Tebar y Montile. Foto: Live Music Valencia

Nunca me he tenido por crítico de música. No soy más que un y entusiasta aficionado, con estudios musicales y de canto no concluidos, que ha pisado muchas veces el escenario como intérprete y puede hacer bueno el refrán, de que quien ha sido cocinero antes que fraile, sabe lo que hacen los frailes en la cocina. Soy catedrático de Historia del Arte, y me gusta pensar como tal, es decir haciendo exégesis de la situación y del ambiente en que se produce el hecho artístico. En otras palabras, soy un comentarista hauseriano, que le gusta valorar la sociología del proceso.  Viene a cuento todo este proemio, respecto de la versión de la tercera sinfonía de Mahler que audicionamos el pasado martes en el Palau de les Arts y que interpretó la orquesta de Valencia bajo la rectoría de Ramón Tebar. Pongamos los puntos sobre las íes: Desde que tuvimos el infortunio de que el techo de las salas de audición del Palau de la Música se desescombrara, las audiciones de la orquesta, se han tenido que llevar a cabo de un modo atrabiliario (por no decir penoso). Ensayos en el salón de actos del conservatorio valenciano, con una prueba de sonido y uno solo en el auditorio de les Arts, un lugar con una acústica deficiente y con mal remedio, por no decir ninguno, como ayer me confesaba en una conversación particular, al concluir el concierto el director de la institución Jesús Iglesias.

Qué algunos directores le han podido sacar partido a la sala, es innegable pero habían ensayado el repertorio desde el minuto uno en ella  y habían podido efectuar todos los tanteos pertinentes. No era este el caso y más con una obra de la envergadura de la tercera sinfonía de Mahler con la que se abrió la temporada de conciertos del Palau de la Música.

La primera apreciación es muy clara, la versión fue digna y de ello es muestra la acogida, con no pocos bravos incluidos, con que la acogió el público al finalizar. La segunda no lo es menos, Tebar demostró ser un director con mucho sentido común, criterio y recursos y la orquesta capaz de dar una respuesta inmejorable a sus prescripciones y demostrar una calidad innegable.  Se podrá decir que hay momentos en que se variaron las prescripciones de la partitura (quien esto escribe la tuvo en la mano todo el concierto, siguiéndola, obviamente) y que tiempos y dinámicas, sobre todo en los pasajes más enardecidos se atenuaron; pero a este cronista le pareció un recurso conveniente para que aquello no se convirtiera en el Patio de Monipodio. La tercera apreciación, es que hubo momentos de una emotividad estremecedora, como la marcha jovial que inician las maderas en el primer tiempo, para contrastarla con la briosa respuesta del tutti; el primoroso solo del oboe exponiendo el tema del segundo tiempo, en un aire vienés de grácil minueto; la claridad de concepto del bucólico tercer tiempo con pulso de scherzo danzable primoroso de exquisitez ambiental, con un solo de postillón para ponerle cirios; un aria operística con una voz mórbida de María José Montiel que corría fascinante por la sala en el cuarto movimiento; unas voces enternecedoras, y  angelicales de los coros en el quinto tiempo y  unos arcos seductores de sonido sedoso siguiendo la persuasiva elegancia de la batuta en el final.

Si las trompas anduvieron algo inseguras en los primeros compases, tiempo tuvieron a lo largo de la sinfonía de resarcirse y dar una muestra de su indiscutible nivel. Los tres solos de trombón con el tema cardinal fueron de una rotundidad estremecedora. La versión fue más paisajística que telúrica y ello no hizo más que seguir la prescripción de Mahler quien en una visita a los Alpes del norte de le dijo a Bruno Walter: «no busques el paisaje, está todo en mi sinfonía». Lo orogénico estuvo en los briosos sforzandi con los redobles de los dos timbales  y bombo que el octeto de trompas recoge con el tema cardinal. El extenso movimiento supuso una visión brahmsiana de concepto unitario en la diversidad, especialmente patente en la competencia entre arcos y vientos en la marcha que casi cierra el movimiento.

Una visión muy contemplativa ensoñada e íntima por unos arcos sugestivos ofreció el segundo tiempo. El tercero fue un scherzo jovial de concepto bucólico y aire danzable, con definición ambiental. ¡Olé por el flügelhorn!. La voz llena, aterciopelada y el fraseo emocional e intimista de María José Montiel, cuajó un nocturno primaveral de refinada seducción vivida, en el cuarto tiempo, que se unió con su emisión suntuosa, a las voces angélicas de la Escolanía de la Virgen de los Desamparados y las voces blancas del Orfeó Català en el siguiente. La batuta cuajó un diálogo celestial entre las nobles trompas y la sedosa cuerda, en el sexto tiempo, valorando muy bien el opulento crescendo central y la grandiosa y procesional conclusión.

Antonio Gascó