Un verano de ópera Por Majo Pérez
El final del verano es una época propensa a la nostalgia, en la que la felicidad es igual a la tristeza. Ello no tiene por qué estar relacionado con la vuelta al trabajo. Regresar a casa tras dos semanas con la familia política y que los niños retomen sus clases puede representar para muchos un alivio. E incluso hay quien está deseando recuperar su rutina diaria de madrugones y estrés. Lo que ocurre, pues, es que con el final del verano se acaba un ciclo de expansión personal en el que todos, en mayor o menor medida, habíamos depositado anhelos e ilusiones, y tanto si estos se han hecho realidad como si no, tenemos un motivo para estar de capa caída.
Es fácil dejarse llevar por la publicidad y las películas de Hollywood, que han convertido a esta estación estival en el summum del hedonismo, en la época más especial del año junto a las navidades. Son momentos para creer a pies juntillas en que los sueños que albergamos solo nos harán felices. Ciertamente se agradece dejar por un tiempo de ser esclavos de un sistema productivo que siempre quiere más y mejor, pero en la era de la happycracia las vacaciones tienen algo de acrobacia mortal sin red. Tanto aspirar a la felicidad conlleva peligros. Y genera estrés, pues, rizando el rizo, terminamos sustituyendo la autoexigencia de excelencia en el trabajo por la autoexigencia de excelencia en el ocio.
Estas reflexiones me han llevado a imaginar cómo sería el Instagram de algunos protagonistas de ópera durante este verano. Julieta Capuleto acaba de cumplir 15 años y a su macrofiesta se han colado algunos chamacos del cártel de los Montesco. Surge un amor prohibido. La chica se siente una estrella y plaga su Instagram de fotos sexis llenas de colorido en espera de que su crush le dé likes. Romeo no se hace rogar. Sus familias les descubren por andar dando más información de la necesaria en las redes sociales. Lo típico.
Pero qué más da. La vida está para ser vivida. Fiesta, fiesta. Esta noche voy de botellón a la playa con mis amigas. Te espero en el espigón. ¿Quién no se ha sentido alguna vez como la Juliette Capulet de Gounod en el primer acto, primaveral, animoso, ávido de carpe diem?
Quiero vivir en este sueño que me embriaga. Aun hoy, dulce llama, ¡te guardo en mi alma como un tesoro! (···) Lejos del triste invierno, déjame, déjame descansar y respirar la rosa, antes de que se marchite.
Ah, ah, ah, dulce llama, dulce tesoro, ¡quédate en mi pecho por mucho tiempo aún!
Si ustedes ya están creciditos, quizá se sientan más identificados con La Traviata a la hora de darle portazo al gris invierno. Violeta acaba de organizar una fiesta en su casa con ocasión del solsticio de verano, a la que acuden algunos peces gordos. El champán corre a gogó. Su Instagram no difiere mucho del de Julieta, a pesar de la diferencia de edad. La bouche en coeur, la mirada seductora, el brilli-brilli. Para el primer acto, la gran mayoría de puestas en escena prefieren a una Violeta impecable: lujosamente vestida y como recién salida de la peluquería desde el inicio al final de la velada. A mí me interesa más el concepto del director Richard Eyre, mucho más realista. Fíjense en cómo su Violeta, magistralmente interpretada por Renée Fleming, tiene, una vez que ya se han marchado los invitados, el aspecto de alguien que se ha pasado toda la noche de juerga y está aún bajo los efectos de las sustancias. Hasta se permite darle un cómplice azote en las nalgas a Cupido, mientras canta aquello de…
Sí, debo, siempre libre
gozar de fiesta en fiesta.
Quiero que mi vida transite
por los caminos del placer.
Ya nazca el día o muera, Que siempre dichosa me halle Que mi mente siempre vuele En busca de nuevos placeres.
Sin embargo, algunos veranos no son aptos para sopranos ligeras, por mucha coloratura (o séase, gorgorito) que prometiera la partitura. Este, para mí, ha sido especialmente duro. Nos habían prometido la nueva normalidad gracias a la inmunidad de rebaño, pero en nuestro país, a día de hoy, siguen muriendo más de cien personas al día por covid. A esto hay que sumar el horror de las inundaciones que asolaron el norte de Europa, el infierno de los incendios que han arrasado el sur, el terremoto en Haití, la victoria de los talibanes en Afganistán, los naufragios de pateras… Creo que no hace falta que siga.
El rol de Juliette Capulet es mucho más que un ‘Je veux vivre’. Si en el primer acto ella es una chiquilla inconsciente que acaba de descubrir el amor y que no está dispuesta a que nada ni nadie se interponga entre ella y su amado, en el cuarto comprobamos cómo ya ha madurado a fuerza de golpes y decepciones. Gounod refleja esta metamorfosis en la música, exigiendo del personaje una voz más ancha y robusta. Escuchemos, por ejemplo, a Ana Netrebko interpretando la conocida como ‘Aria del veneno’:
Por su parte, Verdi pedía para la Traviata una « soprano di tutta forza », es decir, con la capacidad de cambiar de registro a lo largo de la función. Podemos afirmar, en efecto, que el papel de Violetta Valéry requiere un tipo de voz diferente para cada acto. La soprano lírico ligera del primero corresponde a la joven alocada y sensual. En el segundo, cuando ya ha dejado atrás su soltería, su voz se va ensanchando, hasta desembocar en la tesitura de soprano lírico pura del tercero. Así lo demuestra Angela Gheorghiu en el ‘Parigi, o cara’ del final de la obra:
Me entusiasman estas óperas en las que la vocalidad de los personajes principales evoluciona en función de sus vivencias y de su estado de ánimo. Al fin y al cabo, la vida real es eso, un constante fluir que nos obliga a adaptarnos a escenarios inciertos, por mucho que nos empeñemos en mostrar solo lo bueno en nuestras redes sociales. De ahí la importancia de ‘llevarse unos cuantos buenos libros a la playa’ para no perder perspectiva de lo que somos realmente, para contrarrestar el constante bombardeo publicitario que nos promete un éxito que no existe. La literatura y el arte en general siempre estarán ahí para consolarnos e indicarnos el camino si nuestro verano, por el motivo que sea, termina torciéndose.
Pronto tocará replegar velas. El final del verano es una época propensa a la nostalgia de lo que pudo ser y no fue. Pero, de vuelta a la ciudad, los amantes de la lírica buscaremos refugio en el teatro. Son los Amigos de la Ópera de A Coruña quienes dan el pistoletazo de salida el 4 de septiembre con I puritani de Bellini. El 6 de septiembre, la Fundación Ópera de Oviedo reabre con Nabucco de Verdi. El 10 de septiembre llega el turno del Teatro de la Zarzuela de Madrid, que recupera Circe, una ópera de Ruperto Chapí. El 20 de septiembre, el Teatro Real de Madrid inaugura su temporada con La Cenerentola de Rossini (si bien el 12 tiene programado un concierto con Juan Diego Flórez). Y el 22 de septiembre, el Liceu de Barcelona lo hace con Ariadne Auf Naxos de R. Strauss. El último día de septiembre, el Palau de Les Arts de Valencia acoge un Réquiem de Mozart escenificado por Romeo Castellucci. El 2 de octubre llega el turno del Teatro Villamarta de Jerez de la Frontera con La Casa de Bernarda Alba de Miquel Ortega, obra que también inaugura la temporada de la Ópera de Tenerife el 19. El 3 de octubre se viste de gala el Teatro de la Maestranza de Sevilla con Madame Butterfly (Puccini). Y el 23 de octubre, la ABAO Bilbao Ópera hace lo propio con Les contes d’Hoffmann, de J. Offenbach. Pueden consultar la web de Ópera XXI para más información. Un verano de ópera