Una Alcina en Ginebra poco purista pero efectiva

Una Alcina en Ginebra poco purista pero efectiva
Una Alcina en Ginebra poco purista pero efectiva. Foto: Malai Dougados

Esta noche todo ha sido nuevo. El Grand Théâtre de Ginebra está en obras de renovación y han construído un coqueto edificio, llamado Opéra des Nations, para albergar provisionalmente algunos de los espectáculos de la temporada. La primera producción operística que allí se ha presentado también es nueva. Y esta Alcina en Ginebra también lo es en cierta forma porque es una versión, hecha al alimón por el director de escena y el director musical, que de tantos requiebros y lustres parece una obra nueva. Y es que la “opera seria” parece que es el campo de experimentación ideal de creadores escénicos y musicales. Esto aporta, sin duda, interés y permite releer una misma pieza hasta el infinito. La que aquí nos ocupa ha quedado, tras podar recitativos y algunos “da capo”, eliminar un personaje (Oberto) y colocar en diferente orden los números musicales, en dos horas con veinte minutos de espectáculo, a lo que sumándole una pausa de treinta minutos nos deja en dos horas con cincuenta minutos. Todo un record para una Alcina. Definitivamente esta version no será del agrado de los puristas. El final es presentado con la protagonista interpretando “Mi restano le lagrime”. Sin embargo la dramaturgia fue trabajada con inteligencia y la trama ha sido contada al completo, claro está que desde un punto de vista diferente. La puesta en escena de David Bösch utiliza una preciosa escenografía (Falko Herold) con elementos que se repiten en varias otras producciones de este título (animales disecados, cortinajes y puertas que nos hacen pensar en el teatro dentro del teatro), iluminada magníficamente (Michael Bauer) y con un vestuario (Bettina Walter) ecléctico, desde lo más fastuoso y sofisticado hasta lo más sencillo y común. El componente mágico de la historia fue casi eliminado y se favoreció los sentimientos más viscerales.

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Una Alcina en Ginebra poco purista pero efectiva. Foto: Malai Dougados

Alcina es una malvada seductora que terminará siendo castigada hasta el linchamiento y abandonada por todos. La vigorosa narración visual fue acompañana por una lectura muscical semejante. Leonardo García Alarcón reunió, con muy buen tino, a la Orquesta de la Suisse Romande, con intrumentos modernos, y a la Capella Mediterranea, una agrupación especializada en música barroca. De la primera obtuvo un sonido homogéneo y de volumen adecuado mientras que se apoyo en los cinco músicos de la segunda como un bajo continuo de lujo. La articulación de ambos grupos con el elenco vocal fue magnífico. Nicole Cabell, magnífica actriz y muy buena cantante, se regodeó en la estupenda caracterización de diva en la primera parte y nos ofreció una imagen completamente diferente en la segunda. Una voz con carácter, rica en colores y buena emisión, capaz de convencer como la maga supermujer llamada Alcina. La mezzosoprano Monica Bacelli (Ruggiero) construyó su personaje con una voz bien trabajada, buscando efectos en las palabras. No siempre lo consiguió pero en conjunto sus prestaciones tienen muy buen nivel. Muy bello el Bradamante de Kristina Hammarström, coloraturas limpias bien servidas por un timbre personal. La joven Siobhan Stagg presentó a una Morgana de voz anodina compensada por una presencia escénica notable. Su aria “Credete al mio dolore” fue transformada en esta versión en un dúo con Oronte, interpretado por el tenor Anicio Zorzi Giustiniani con encanto. La voz de este cantante ha ganado en calidad y potencia. El barítono Michael Adams (Melisso) auna presencia y voz. En resumen, una representación con muy buenos mimbres y una propuesta difertente e interesante. El público aplaudió con efusividad esta Alcina en Ginebra.

Federico Figueroa