UNA CARMEN DE EXCEPCIÓN EN EL TEATRO DE LA MAESTRANZA

El Teatro de la Maestranza cierra su temporada con un interesante montaje de la ópera Carmen de George Bizet, una página lírica que hacía casi treinta años que no se interpretaba en Sevilla, pese a tener con la capital hispalense fuertes lazos argumentales y emocionales. En escena un elenco muy equilibrado y solvente recuperó la producción que en 1999 diseñara Calixto Bieito para el Festival de Peralada, vista con el tiempo con mayor coherencia y menor carácter provocativo; el encargado de la reposición de esta puesta en escena fue Joan Anton Rechi y la dirección musical corrió a cargo de la directora Anu Tali. UNA CARMEN DE EXCEPCIÓN EN EL TEATRO DE LA MAESTRANZA

Un momento de «Carmen» en el Teatro Maestranza de Sevilla © Guillermo Mendo UNA CARMEN DE EXCEPCIÓN EN EL TEATRO DE LA MAESTRANZA

Carmen es una de esas óperas por las que no pasa el tiempo. Desde su estreno en la Opera-Comique de París en 1875 ha sido un claro exponente de la ópera francesa decimonónica, así como del interés creciente que el último romanticismo mostró por lo español como elemento exótico, atracción de la que Bizet no pudo escapar. El personaje protagonista es rebelde y transgresor, foja su propio destino y condiciona sus decisiones en el amor y los negocios a su bienestar y conveniencia. Así, en torno a Carmen giran los demás personajes de este drama de amor, celos y traición de forma inexorable, siendo tanto en lo argumental como en lo musical el nexo de unión de todos ellos. Su reinterpretación moderna resulta, por tanto, creíble y fácil de extrapolar, ya que habla de sentimientos y de relaciones humanas comunes al ser humano a lo largo del tiempo.

De la producción de Calixto Bieito poco se puede añadir que no se haya escrito a lo largo de sus veintidós años de existencia. Se trata de una escenografía de cierta economía de medios, ya que no cuenta con telones ni grandes efectos de tramoya, pero muy poderosa visualmente al situar en escena elementos icónicos fácilmente identificables que sitúan la acción en las últimas décadas del siglo XX. Esta visión extemporánea es, sin embargo, fiel en todo al libreto original, sin distorsiones ni elementos fuera de contexto en líneas generales. Un patio de armas con la sola presencia del mástil donde izar la bandera, un solitario paraje en el que un coche de los setenta transporta a los personajes, un cartel publicitario del toro de Osborne, punto de encuentro de contrabandistas, o el imaginado albero de una plaza de toros son todos los recursos físicos presentes en escena. De este modo, resulta de gran importancia la utilización de la luz diseñada por Alberto Rodríguez, que con haces bien dirigidos describe sombras, resalta acciones y caracteriza psicológicamente a los personajes. También es digno de mencionar el vestuario de Mercè Paloma, necesario para transportarnos al momento temporal escogido por el escenógrafo y para identificar los roles. Todo ello, tratado con coherencia y cuidado, revitalizó esta producción con el agrado del público, facilitando así el abandonarse a la belleza de los múltiples momentos líricos de la partitura. UNA CARMEN DE EXCEPCIÓN EN EL TEATRO DE LA MAESTRANZA

Un momento de «Carmen» en el Teatro Maestranza de Sevilla © Guillermo Mendo

Así pues, dedicaremos la atención de esta crítica a las cuestiones musicales y técnicas del elenco participante. Sin lugar a dudas, la Carmen de Ketevan Kemoklidze fue espléndida en muchos aspectos, destacando sus grandes dotes como actriz. En lo vocal la mezzosoprano desplegó un amplio abanico de recursos técnicos y expresivos para construir su papel, que lo hacían más creíble y dramático si cabe. La sutil belleza de su timbre en el registro agudo contrasta con la fuerza y naturalidad de sus parlamentos más graves, basculando entre unos y otros sin aparente dificultad gracias a una cuidada técnica interpretativa. El resultado fue impecable, haciendo grandes los múltiples momentos en los que, ya fuera en solitario o en dúos y números de conjunto, aparece en escena. Si embelesó con la famosa habanera “L’amour est un oiseau rebelle” del primer acto, su juego de flirteos y sensual coqueteo del segundo acto, con el cínico “La, la, la…” por ejemplo, no quedó atrás, acompañando a su bondad como cantante de una dotes escénicas singulares. La evolución del personaje fue acompañado en lo vocal con un carácter más profundo y sombrío de sus intervenciones, muy a propósito con el rechazo y rencor que crece en la cigarrera, conocedora de su fatal destino; “En vain pour éviter” es el preludio psicológico del fatal dúo final, en el que Carmen proclama que nació libre y libre morirá poco antes de abandonarse al enfermizo amor de Don José.

Un momento de «Carmen» en el Teatro Maestranza de Sevilla © Guillermo Mendo

Su compañero de reparto, el tenor Sébastien Guèze, defendió con solvencia su personaje, si bien no llegó a la altura dramática de Ketevan Kemoklidze. Sus intervenciones fueron oportunas, pero su personaje fue bastante plano, sin mostrar la necesaria evolución demandada por el libreto. A nivel técnico su timbre, bello y rico en la zona media, no terminó de adaptarse a la parte diseñada por Bizet, con alguna carencia en la dicción y por momentos falto de potencia. Aun así, defendió este difícil personaje con coherencia y buen hacer.

El resto del cartel de cantantes fue muy apropiado, completando el cuadro artístico de la ópera con altas cotas de calidad y bondad canora. María José Moreno interpretó una magnífica Micaela, cosechando una larga ovación por su emotiva intervención del tercer acto, particularmente en el aria “Je dis que rien ne m’épouvante”. También son dignos de una mención especial las dos parejas de secundarios formados por Frasquita y Mercedes y por el Dancairo y el Remendado. Las compañeras de Carmen, genialmente interpretadas por Laura Brasó y Anna Gomà, toman especial relevancia en los actos centrales; a la versatilidad actoral de ambas cantantes se unió una perfecta dicción y una técnica depurada que dotó a sus personajes de presencia y ductilidad, engrandeciendo las escenas de conjunto en las que aparecían. Por su parte los contrabandistas fueron interpretados por Manel Esteve y Moisés Marín muy acertadamente; sendas voces, poderosas en escena y expresivas, desplegaron una riqueza tímbrica que dignificó a sus personajes y los destacaron del conjunto.

Completó el cuadro de cantantes el barítono Simón Orfila, muy oportuno como Escamillo en sus dos intervenciones, demostrando el dominio vocal y la presencia escénica a la que nos tiene acostumbrado. Roles menores fueron los de César Méndez como Morales y Felipe Bou como Zúñiga, así como Fernando Estrella en el ron de Lillas Pastia, con breves pero adecuadas intervenciones. En la figuración destacó David Sigüenza como el torero espontáneo que abre el tercer acto, en un elegante guiño a Bigas Luna.

Un momento de "Carmen" en el Teatro Maestranza de Sevilla © Guillermo Mendo
Un momento de «Carmen» en el Teatro Maestranza de Sevilla  © Guillermo Mendo

Quedarían dos elementos musicales de gran importancia por mencionar, de gran desarrollo en la ópera de Bizet. En primer lugar el coro, personaje colectivo presente en toda la trama con diferentes intenciones y propósitos; pese a cantar con mascarilla, como marcan las medidas de prevención todavía vigentes, el Coro de la Maestranza y la Escolanía de Los Palacios completaron el cuadro vocal con maestría y dinamismo, siendo un elemento escénico bien aprovechado por los responsables de la producción. Hay que destacar la bondad de las voces corales en todo momento, así como el meritorio trabajo de los directores de sendas formaciones Íñigo Sampil y Aurora Galán. En lo orquestal, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla estuvo dirigida por Anu Tali, que dotó a la interpretación de gran dinamismo y agilidad desde la obertura, aprovechando al máximo la cualidad tímbrica del conjunto para subrayar la acción dramática.

Con las pequeñas salvedades ya comentadas, se puede decir que el Teatro de la Maestranza puso un broche de oro a su programación de este año. La Carmen representada es, por tanto, digna de recibir una buena clasificación global, a la que es necesario unir una especial felicitación para todo el personal del teatro, que ha trabajado incesantemente en estos tiempos de incertidumbre y limitaciones para mantener la actividad de esta meca de la lírica andaluza con las más altas cotas de calidad y profesionalidad. Valga para todos ellos parte de la prolongada ovación con la que se cerró la representación, en la esperanza de seguir disfrutando de su labor por muchos años.

Gonzalo Roldán Herencia