Una Cenerentola empoderada en el Teatro Real

Una  Cenerentola  empoderada  en  el  Teatro  Real                               Por María Pardo

El Teatro Real abre su temporada número 100 sin limitaciones de aforo y La Cenerentola de Gioachino Rossini es la obra escogida para celebrarlo y romper con los tiempos del desconcierto, las cuarentenas, las restricciones y toda la complejidad que nos ha acompañado estos casi dos últimos años. Un título muy bien escogido por su frescura, su dinamismo, el humor y su mensaje de mirar para adelante y pagar con amor y perdón los malos tiempos que dejamos atrás. Una Cenerentola empoderada en el Teatro Real

Una Cenerentola empoderada en el Teatro Real
Una Cenerentola empoderada en el Teatro Real

Del argumento de esta ópera poco puede contarse de nuevo si uno tiene en la cabeza el cuento de La Cenicienta de Charles Perrault, salvo que no tendremos la magia de las hadas madrinas, ni madrastra, ni zapatitos de cristal. Sí quedan, además de Angelina (nuestra Cenerentola), el príncipe, las hermanastras y una carroza peculiar y estrambótica que servirá de nexo entre el mundo real y la fantasía del cuento. Angelina es esa mujer invisible e insignificante que está al servicio de los demás soñando con que llegue su momento y a quien la realidad le golpea con su indiferencia, pero que sabe escapar dejando que la bondad, la compasión y el amor hablen por ella.

La propuesta inicial del director de escena, Stefan Herheim, es presentarnos sobre el escenario una joven limpiadora de hoy en día cuya imaginación traspasa el hueco de una chimenea para entrar en la fantasía del cuento. A partir de ese momento se sucede la magia ante nuestros ojos por la buena dirección y el buen hacer de los artistas. La mímica y el movimiento constante en una coreografía que no deja nada al azar están presentes en cada escena, y en cada una de ellas hay trucos escénicos a la vista que deleitan al espectador. Verdaderamente, cada instante está lleno de humor, intención y significado. La escenografía muy cuidada y elaborada por el mismo Stefan Herheim junto a Daniel Unger pone en valor la versatilidad de los mismos elementos para conducirnos por las distintas escenas. Torge Møller (fettFilm) completa el decorado con un diseño de vídeo exquisito y delicado. La iluminación de Andreas Hofer (Phoenix) es dinámica y precisa, así como la labor de la figurinista Esther Bialas, cuyo trabajo ya es conocido en el Teatro Real por su colaboración en Die Zauberflöte (2016, 2020).

Una Cenerentola empoderada en el Teatro Real
Una Cenerentola empoderada en el Teatro Real

El director musical, Riccardo Frizza, se mostró resuelto, conocedor y cómplice de la música y la escena. Su dirección fue orgánica y ágil, fácil de entender en sus gestos y entradas. Se adivina la influencia del recientemente desaparecido Gianluigi Gelmetti. La orquesta titular del Teatro Real ejecutó con precisión su dirección. A veces, tapando a los cantantes donde claramente comenzaban un piano para llevar su frase al forte, pero acompañándolos con musicalidad y gracia.

En cuanto a los cantantes, todos ellos conformaron una compacta amalgama expresiva ocupando con propiedad su rol en el espectáculo: coreografías, gestos, humor, actitudes y empaste vocal. Todo un deleite incluso para el que no frecuenta o desconoce la ópera.

Karine Deshayes (Angelina) se mostró ágil física y vocalmente, pizpireta, descarada, lejos de la Cenicienta víctima y sumisa que podemos imaginar, haciendo alarde de una voz de color aterciopelado que enfrenta las agilidades con verdadera maestría.

Las hermanastras, Rocío Pérez (Clorinda) y Carol García (Tisbe) hicieron un trabajo excelente, dando una réplica a la altura artística de su compañera Karine Deshayes. El príncipe, interpretado por Dmitry Korchak (Don Ramiro) fue correcto. Dulzura y musicalidad en la ejecución de sus agudos, pero daba la sensación de que aún hubiera podido dar más de sí en sus intervenciones vocales. Renato Girolami (Don Magnifico), el padrastro avaro y egoísta con aspecto de perro komondor que solo ve en sus hijas el negocio para asegurar su posición, se mostró divertido y profundamente conocedor de su personaje. El sandunguero criado que se hace pasar por el príncipe correspondió a Florian Sempey (Dandini), quien brilló, además de por su traje, por sí mismo, tanto en el aspecto vocal como en el dramático, interpretando su papel con picardía y solvencia. El ya “casi habitual” del Teatro Real, Roberto Tagliavini (Alidoro), el mendigo, el hombre letrado, maestro de ceremonias, embajador de Dios que viene a repartir justicia y recompensar las virtudes de Angelina, fue especialmente aplaudido por el público. Impecable vocalmente y con una voz que pasaba con facilidad la orquesta.

El coro masculino, a cargo de Andrés Máspero, hizo un trabajo magnífico a modo de querubines, cómplices y testigos espectrales conformando un solo personaje.

Una Cenerentola empoderada en el Teatro Real
Una Cenerentola empoderada en el Teatro Real

En su conjunto, un espectáculo redondo que se pasó en un suspiro por la agilidad de sus escenas y que mantuvo al público con una sonrisa constante, interrumpida por más de una carcajada, algo muy necesario en estos tiempos en los que tenemos que aprender a continuar con bondad y pragmatismo, al igual que nuestra trocada sirvienta, trascendiendo (que no olvidando) los tiempos difíciles que venimos sobreviviendo. Con los aplausos finales y una sonrisa perenne, me invadía una agradable satisfacción: ¡He tenido el privilegio de presenciar un espectáculo brillante!


Teatro Real de Madrid. Función del 27 de septiembre de 2021. La Cenerentola, música de Gioachino Rossini y libreto de Jacopo Ferretti. Riccardo Frizza, director musical. Stefan Herheim, director de escena. Stefan Herheim y Daniel Unger, escenógrafos. Dmitry Korchak (Don Ramiro), Florian Sempey (Dandini), Renato Girolami (Don Magnifico), Rocío Pérez (Clorinda), Carol García (Tisbe), Karine Deshayes (Angelina), Roberto Tagliavini (Alidoro). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Andrés Máspero, director del coro.