Una dama de picas en Ámsterdam convertida en un sueño de Chaikovski

La dama de picas en Ámsterdam. Foto: Monika Forster
La dama de picas en Ámsterdam. Foto: Monika Forster

La nueva producción de esta ópera de Pitr Ilych Chaikovski ofrecida por la Ópera Nacional de Holanda (en coproducción con la Royal Opera House de Londres) lleva el inconfundible sello del noruego Stefan Herheim. Este creador escénico suele buscar en los entresijos de los argumentos originales tramas paralelas para contarnos la misma historia desde un nuevo punto de vista. Así lo ha hecho, con más o menos fortuna como he podido constatar, en Der Rosenkavalier (Stuttgart) , Serse (Berlín y Dusseldorf), Rusalka (Bruselas y Barcelona) y Der Meistersinger von Nürnberg (Salzburgo). En esta ocasión el hilo conductor de lo que ocurre sobre el escenario es la atormentada vida del propio compositor. Al abrirse el telón y en forma de prólogo, nos encontramos en una elegante sala de estar. Piotr Ilych y un militar en una inequívoca situación sexual, con dinero de por medio y risotadas burlonas del militar que no es otro que Hermann. Arranca la música y Pitr Ilych se sienta al piano para continuar la composición de su ópera La dama de picas. Me parece el trabajo major resuelto de Herheim, de los cuatro que he podido ver, porque la historia paralela que nos cuenta se nutre de los supuestos de la vida de Chaikovski, como el tema del suicidio inducido por la sentencia de muerto por un “tribunal de honor”. El final de la obertura, el coro masculino que son clones de Chaikovski le ofrecerán un vaso con agua y le obligan a beberlo. De esta manera une la teoría de la muerte por cólera y la del suicidio. En los últimos compases de este inicio teatral, con mucho gancho, un Chaikovski agonizante ve a su ángel salvador (su esposa, aquí Lisa; escucha voces celestiales, aquí el coro infantil). En la escena siguiente nos revelará que Yeletski es el mismo Chaikovski. El ritmo visual-narrativo es ágil y envuelto en una escenografía práctica y atractiva, aderezada con un vestuario de época (ambos diseñados por Philipp Fürhofer) y una inspirada iluminación (Bernd Purkrabe) otorgan al espectáculo una refinada elegancia. Como lectura teatral opcional esta version de La dama de picas un espectáculo altamente recomendable.

La dama de picas en Ámsterdam. Foto: Monika Forster
La dama de picas en Ámsterdam. Foto: Monika Forster

La memorable lectura musical que ofreció Mariss Jansons, al frente de una brillantísima Orquesta del Concertgebouw, se convirtió en el más poderoso motor de la representación. Inteligencia en los contrastes y en la dinámica, aunado a un bruñido y maravilloso balance en el sonido, sin ir por rebuscados caminos, nos ofreció un destilado de romanticismo. El elenco estuvo encabezado por el tenor Misha Didyk con una potente interpretación de Hermann. Luminosos agudos, timbre oscuro y centro robusto. No es un artesano de filigranas, cosa que tampoco hace falta en este personaje que aborda con descaro y suficiencia canora y actoralmente. La soprano Svetlana Aksenova nos ofreció una apasionada Lisa, de bello timbre y generoso caudal sonoro. Su ajustada en el registro agudo no es meollo para apreciar las buenas condiciones del resto de su registro. El barítono Vladimir Stoyanov parece que ha recobrado su precioso instrumento. Cantó con sensibilidad el personaje de Yeletski, aquí sobredimensionado en la escena (con el uso de un actor para los largos momentos en que no cantaba) hasta convertirse en ariete principal de la dramaturgia. El Tomsky de Alexey Markov cosechó grandes aplausos del público. Un barítono maleable, con graves rotundos y seguro agudos. Su tosco canto no me impresiona pero debo reconocer que es un valor seguro en este repertorio. Clase y edecuación a la escena encontré en la Condesa de la veterana mezzosoprano Larissa Diadkova. La deliciosa Polina de Anna Goryachova dio perfecta cuenta de su cometido. El resto del numeroso elenco secundario estuvo a un nivel sobresaliente y el coro excepcional.

Federico Figueroa