Me gusta cuando la zarzuela se representa con nivel y dignidad, sobre todo por parte de compañías que van de gira por toda la geografía española, lo que en estos tiempos no es para nada habitual (no el que vayan de gira—qué tampoco— sino que tengan nivel y dignidad). Viene este exordio a cuento de comentar la actuación de la compañía teatral «Clásicos de la Lírica» que actuó en el Auditorio de la ciudad valenciana de Torrent, poniendo en escena una encomiable representación de «La revoltosa». Esta hermosísima zarzuela obra cumbre del «género chico», se vio ampliada con números musicales de otras obras asimismo de ámbito madrileño, que se encajaron con oportunidad, todo hay que decirlo, en los diálogos y entre las que, por su estilo, en exceso belcantista, este comentarista tan solo descabalgaría la «Canción del ruiseñor» de «Doña Francisquita» de Amadeo Vives. Me parecieron oportunas (por más que uno dejaría la obra tal y como la cuajaron Ruperto Chapí, José López Silva y Carlos Fernández Shaw) la polka del fotógrafo y el tanguillo de Wamba de «El bateo», la habanera de «El año pasado por agua» (todas de Federico Chueca) coro de costureras de «El barberillo de Lavapiés» (de Asenjo Barbieri) y el pasodoble de «María Manuela» (de Moreno Torroba), que cerró la representación, en vez del consabido y ochocentista final verbenero de «aquí termina el sainete, perdonad sus muchas faltas». Y no sé si me dejo algún numero más.
Bien, entrando en la producción cabe alabar el cuidado y clásico montaje escénico del patio de vecindad, el vestuario, el atrezzo, la iluminación y hasta los detalles del cambio de decorado en el segundo cuadro o que la guitarra que toca Atenedoro era de clavijas, como era usual en la época, hecho muy poco corrientes También la dirección y ubicación de los actuantes sobre las tablas de Luis Roquero merece albricias por su pluralidad de acción y movimiento ambiental. La orquesta, reducida en número y también en la instrumentación que prescribe la partitura (los vientos, salvo el fagot, van doblados) cumplió con corrección, sin desajustes, aunque no siempre pulcramente afinada. Pero, vamos, para lo que se suele ver, su prestación puede elogiarse, así como el esmero de la batuta de Enrique G. Requena que, en el inicio del preludio, ralentizó en exceso el tiempo que pide Allegro Animato. Excelente el coro, por cuadratura y afinación y los bailarines que animaron el inicio del tercer cuadro.
Sin duda la triunfadora de la noche fue la contralto Ana María Ramos, y ello por cuajo postinero, carácter, resolución, belleza, garbo, temperamento, propiedad intencional en el fraseo, empeño cautivador y persuasión en el gesto, sin mengua en ocasiones de acentos dramáticos y con una voz idónea para dar vida musical a la alegre y al tiempo honesta protagonista. Creo que es de las mejores Mari Pepas que uno, en sus más de siete décadas de vida, ha podido ver y escuchar, y no han sido pocas. Marta Moreno y Pedro Javier, dos históricos de la escena, como puede atestiguar quien esto escribe, estuvieron de lo más propios e intencionales en el jacarandoso matrimonio de Cándido y Gorgonia, con un divertidísimo y jocoso diálogo del segundo cuadro que se aplaudió con justeza. Excelente en Candelas en hijo del siempre recordado Enrique del Portal, por más que si bien estuvo excepcional en la mímica, debería darle mayor enjundia y entraña al relato. Cumplieron, con gran dignidad, no solo como actores sino también como cantantes Elvira Padrino, Margarita Marbán, Miguel Ferrer y Darío Gallego.
Dejo para el final al barítono Andrés Mundo que dotado de una voz central de indudables quilates, pocas veces bajó del «mezzo forte» como queriendo presumir de la calidad y el poder de su instrumento, obviando la musicalidad y la partitura que, singularmente en el dúo, le reclama en muchas ocasiones P y PP y eso desde la primera frase. Por otra parte no le siguió el juego como actor a una llamativa e imponente Ana Ramos, componiendo un personaje que parecía no creerse, más bien anodino y fundamentalmente soso que iba de extremo a extremo. Lástima, porque, como se ha dicho, la voz tiene condiciones.
Antonio Gascó