Doña Francisquita en Les Arts Por Pedro Valbuena
A los felices años veinte la zarzuela había llegado convertida ya en un género ligero, popular y con escasa ambición literaria o musical. Los modismos, los chistes picantones y los personajes castizos eran ingredientes habituales. Sin embargo, aparecieron algunos títulos con entidad suficiente como para hablar de un intento serio de revisión del género. Entre ellos, encontramos Doña Francisquita, del maestro Vives, que vino a representarse por primera vez en el teatro Apolo de Madird en 1923.
Se trata de un excelente ejemplo del llamado Género Grande, es decir, dividido en dos o más actos, en contraposición al que se representaba en uno solo. La música de Vives es un tanto ecléctica. En la partitura se puede apreciar la influencia del sinfonismo centroeuropeo, ya perceptible desde la parte introductoria, y también cierto aire clásico, como en la primera intervención del coro. No obstante, el tono general de la obra es fundamentalmente popular, casi folclórico, podría decirse. Más allá de la conocida romanza “Por el humo se sabe” o del trepidante fandango del tercer acto, la obra está repleta de momentos hermosos. La orquestación es meticulosa y colorista, y el tratamiento de la voz demuestra un profundo conocimiento de la técnica del canto, aunque la acentuación de las palabras no sea siempre la correcta, como se evidencia, por ejemplo, en la Canción del ruiseñor.
Al igual que ocurría con los recitativos de la ópera clásica, las partes habladas de la zarzuela se consideraban un mal necesario. Eran un elemento inevitable para hacer avanzar el argumento, pero el público las aceptaba a regañadientes. En la versión que nos propone Lluís Pascual se ha intentado esquivar esto mediante un recurso que no es nuevo en absoluto: el teatro dentro del teatro. El resultado creo que, lejos de suavizar el frenazo de los párrafos recitados, contribuye al desconcierto del público, que está intentando seguir una historia a través de otra.
Respecto a las intervenciones solistas, la Francisquita de Ruth Iniesta estuvo bien traída a la escena. Sus movimientos altaneros son los de una criatura consciente del interés que suscita. Cantó sin problemas de afinación y sus agilidades fueron aceptables. Quizá el registro agudo fue algo estridente en algún momento, pero resultó convincente. Ismael Jordi fue un Fernando correcto, su voz estaba algo engolada y no se proyectó demasiado, pero tiene un timbre bonito. Aurora, un personaje ya en segundo plano, fue interpretado por la mezzo Ana Ibarra, y junto a Albert Casals, complementaron oportunamente a los protagonistas. Ambos estuvieron metidos en el papel y sonaron afinados. Amparo Navarro tuvo el difícil papel de ser la señora graciosa del reparto. Su Doña Francisca cantó mejor que declamó, aunque colocó con gracia un par de ocurrencias facilitadas por el guión. Miguel Sola encarnó a un Don Matías cómicamente solemne y muy seguro en sus intervenciones. El celoso Lorenzo fue cantado por Isaac Galán que colocó la voz correctamente y se movió por las tablas con decisión.
La expectación aumentó cuando fue anunciada -a la manera de los antiguos mantenedores de variedades- la presencia de Lucero Tena, una leyenda viva. Apareció, en su aparente fragilidad, correspondiendo cariñosamente a la ovación que había suscitado y, sin demasiada ceremonia, atacó el fandango con una precisión y una velocidad verdaderamente pasmosas. Quizá la puesta en escena debería haberla arropado algo más. Yo quedé sobrecogido cuando se la abandonó en mitad del escenario, aunque pronto comprendí que la señora Tena no necesita nada más que sus castañuelas.
La escenografía aprovechó los infinitos recursos técnicos que ofrece el Palau de Les Arts. Los trenes, las luces, las pantallas, los carros y todo lo que sirve para estimular la vista del respetable fue puesto en funcionamiento, el problema es que no parecía guardar ningún paralelismo con la trama y todo acabó por recordar una ajetreada zona de carga y descarga.
Jordi Bernàcer dirigió de una forma un tanto conservadora y apostó por una versión confiada a los cantantes que, obstinadamente, insistían en salirse del tempo. Señaló bien las entradas, pero reguló tímidamente las dinámicas, lo que propició una atmósfera, en ocasiones, anodina.
La Orquesta de la Comunitat Valenciana hizo una lectura sin más. El arranque, algo frío y corto de volumen, se intensificó solamente a partir del segundo acto, y llegó al grado de energía necesario hacia el final de la representación. En general, estuvo muy exacta y con todas las secciones bien equilibradas. Sólo se percibió un momento de roce en la parte de las maderas. La arriesgada inserción de un grupo de instrumentos de plectro en la textura orquestal se solventó perfectamente, y no hubo problemas de afinación, ni de tempo. La Rondalla de “El Micalet” interpretó su parte sin sobresaltos, si bien es cierto que no entrañaba una dificultad extrema.
Igualmente acertado estuvo el Coro de la Generalitat, con las voces bien empastadas y todos sus integrantes metidos suficientemente en el papel, aunque la puesta en escena les relegó a una incomprensible posición estática que hubieron de mantener durante todo el primer acto. Los coristas que tuvieron papeles a solo se defendieron con profesionalidad, aunque con desigual resultado.
El cuerpo de baile intervino con cierta descoordinación respecto a la orquesta, y los zapateados estuvieron más cerca de la estampida que del compás. Suponemos que en las sucesivas representaciones esto se ajustará convenientemente. El vestuario propuesto por Alejandro Andújar recorrió el camino contrario al resto de la representación. Los diseños de la primera parte eran vistosos y aparentes, pero conforme el guión se iba acercando a nuestro tiempo, se fueron desdibujando hasta llegar al estilo de andar por casa. La gama de colores, dominada por los rosa pálido y los morados, no fue la mejor idea para animar una embocadura de escena tan enorme como la de Les Arts.
Es posible que también convenga regular la cadencia de los saludos, porque después de tres horas de representación y dada la provecta edad del público, se corre el riesgo de que la sala se vacíe antes de lo previsto.
Fue, en general, una velada entretenida, la zarzuela es eso. Para trascender habrá que buscar otras vías.
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Valencia. 3 de noviembre de 2021. Palau de Les Arts. Dirección musical, Jordi Bernácer. Dirección de escena, Lluís Pascual. Escenografía y vestuario, Alejandro Andújar. Francisquita, Ruth Iniesta. Fernando, Ismael Jordi. Aurora, Ana Ibarra. Cardona, Albert Casals. Doña Francisca, Amparo Navarro. Don Matías, Miguel Sola. Lorenzo, Isaac Galán. Rondalla Orquesta de Plectro “El Micalet” Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Colaboración especial, Lucero Tena. Doña Francisquita en Les Arts