Una excelente representación de Tristan e Isolda, perjudicada por una producción caprichosa

Una excelente representación de Tristan e Isolda, perjudicada por una producción caprichosa
Una excelente representación de Tristan e Isolda, perjudicada por una producción caprichosa. Fotos: M. Horn 

No cabe la menor duda de que Berlín es uno de los más importantes centros musicales y operísticos del mundo. La posibilidad de venir a esta ciudad y disfrutar de espléndidos espectáculos musicales en un corto e intenso periodo de tiempo es un hecho que se repite varias veces cada temporada. Esto es lo que ocurre una vez más en estos días y de ahí mi presencia en la capital alemana. 

La visita se inicia con esta representación de Tristán und Isolde, a la que sigue una vez más Tosca, pero con la presencia de nada menos que de Anja Harteros y Marcelo Álvarez. En la Unter den Linden podré asistir a una Frau Ohne Schatten y terminaré con una nueva producción de la Medea de Cherubini, que dirige Daniel Barenboim. En medio todavía podré asistir a la Komische Oper, para una representación de La Ciudad Muerta, que es una nueva producción de Robert Carsen. 

La producción de Tristán que abre la serie ha tenido un buen resultado, con una notable versión musical y un adecuado y hasta brillante reparto vocal, aunque la producción sigue siendo tan caprichosa y gratuita como las dos veces anteriores que he tenido la oportunidad de verla. 

Se reponía la producción del británico Graham Vick que se estrenó aquí en Marzo de 2011 y fue recibida – y con razón – con una lluvia de abucheos. Hoy estamos acostumbrados a que el director de escena se tome enormes grados de libertad, lo que me parece perfectamente adecuado, ya que su labor no es otra que la de narrar la historia desde su propia visión y con la intención – en muchos casos loable – de hacer la trama más comprensible para el público de hoy. Lo que un director de escena debería tener siempre presente es que hay dos elementos intocables en una ópera, que son el libreto y la música, a los cuales tiene que servir su labor. Cuando un director de escena no se pone al servicio de la ópera, sino que prescinde de ella, está asumiendo un rol protagonista que no le corresponde. Y esto es exactamente lo que ocurre en los últimos tiempos con el británico Graham Vick. 

Graham Vick se basa en una escenografía de Paul Brown, que ofrece una gran sala dividida por una pared, con un gran ventanal en el centro y habitaciones a los lados. En cada uno de los actos no cambia sino la disposición de la pared divisoria. En la parte próxima al espectador tenemos una gran sala en los tres actos, con la presencia permanente de un ataúd. En la parte que podemos llamar exterior deambulan personajes que nada tiene que ver con la ópera. El vestuario se debe al mismo Paul Brown y está traído a tiempos actuales, aunque no se habrá roto la cabeza para diseñar el “no vestuario” de algunos figurantes. 

En el primer acto Graham Vick no tiene mejor idea que tener siempre en escena a Tristán, aunque no canta hasta el final, y también al Rey Marke, éste sentado en una butaca, de la que se levantará en los últimos compases para recibir a la Princesa de Irlanda. ¿Qué significado tiene una joven desnuda deambulando por la sala? ¿Por qué hay un ataúd siempre en escena? ¿Qué significa un niño haciendo barcos de papel, a quien se lo lleva fuera la joven en porretas? ¿Qué pinta una joven ataviada con velo y portando una maleta, que se esconde tras el sofá de Tristán? ¿Quién es la viuda de negro que coloca flores en el ataúd? ¿Qué aporta a la historia que la pareja protagonista se inyecte heroína en vena en lugar de beber el filtro de amor? ¿Qué significa en el segundo acto un joven desnudo cavando una fosa? ¿Y la joven desnuda que se pasea por la escena para sentarse en una butaca a ver a los enamorados para retirarse a continuación? ¿Y la misma joven y con el mismo atuendo, pero apoyada en el quicio de la puerta de la habitación, durante la última media hora del segundo acto? ¿Es un hallazgo que Tristán este recluido en el último acto en una especie de asilo de ancianos, con signos evidentes de Parkinson? ¿Y que Tristán no muera en brazos de Isolde, sino que simplemente se vaya, hasta el punto de cantar su última frase, no en brazos de Isolde sino en interno? ¿Qué profunda idea hay detrás de que aparentemente Isolde no llegue a Kareol, sino que también parece vivir en el asilo? Siempre he creído que Isolde muere de amor ante el cadáver de su amado. Aquí no. Simplemente, Isolde se va, aunque no puedo descartar que quienes le acompañan no sean sino La Santa Compaña. 

Como en las dos ocasiones anteriores, estaba al frente de la dirección musical el titular de la Deutsche Oper, el escocés Donald Runnicles, a quien siempre veo con placer en el foso del este teatro. Su lectura de Tristán ha sido muy buena. No será Runnicles un director mediático, pero su solvencia es indudable y siempre es una garantía que dirija en este teatro. Como digo, su interpretación fue digna de destacarse, especialmente un segundo acto magnífico, cargado de inspiración, donde hemos podido disfrutar de la extraordinaria música que compusiera Richard Wagner como pocas veces lo podemos hacer. A sus órdenes estuvo una estupenda Orquesta de la Deutsche Oper Berlín, así como el Coro de la Deutsche Oper en sus breves intervenciones del primer acto. 

La parte de Tristán fue interpretada por el tenor alemán Peter Seiffert y llama la atención el poderío y musicalidad de este cantante que está próximo a cumplir los 65 años de edad. Mantiene perfectamente la calidad de su timbre y sigue siendo un excelente cantante, que, por cierto, actuó sin reservas durante el segundo acto, para superar con suficiencia todas las dificultades de su monólogo del tercer acto. Casi me atrevo a decir que es un milagro de la naturaleza. 

Isolde fue su compatriota, la soprano Ricarda Merbeth, bien conocida de todos los aficionados y que no se había enfrentado al personaje hasta que lo debutara hace algo más de 2 años en Hamburgo. No es Ricarda Merbeth una Isolde poderosa, como ocurre con otras colegas suyas, como es el caso de Nina Stemme, pero resulta una intérprete convincente, cantando con gusto, especialmente en el Liebestod final. 

Hasta en las sustituciones funciona bien Berlín. Efectivamente, como Rey Marke estaba anunciado el bajo Albert Pessendorfer, pero enfermó y a última hora hubo de ser sustituido. Y lo fue por nada menos que Georg Zeppenfeld, auténtico lujo en las circunstancias. Su interpretación fue convincente tanto vocal como escénicamente, cantando y expresando magníficamente sus dos monólogos. 

A destacar también la actuación de la mezzo soprano Daniela Sindram como Brangaene, con voz amplia y atractiva y expresando de manera notable. Sus avisos del segundo acto fueron intachables. 

Samuel Youn fue un adecuado Kurwenal, con voz bien emitida, aunque se excediera en algunos momentos del inicio del tercer acto. 

La parte de Melot fue bien cubierta por el tenor Thomas Blondelle, al que podríamos considerar como un lujo para este personaje secundario. El veterano Peter Maus lo hizo bien como Pastor. Correcto también el Timonel de Bryan Murray, así como Matthew Newlin como Joven Marinero. 

El teatro ofrecía una ocupación algo superior al 80 % de su aforo, con oferta de entradas en el exterior. El público se mostró muy cálido con los artistas, y hubo ovaciones y bravos para todos ellos, especialmente para Zeppenfeld y Seiffert. 

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 4 horas y 42 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 3 horas y 36 minutos, es decir 14 minutos menos que hace dos años y prácticamente igual que hace 5 años. Ocho minutos de aplausos. 

El precio de la localidad más cara era de 136 euros, habiendo butacas de platea desde 72 euros. La localidad más barata costaba 44 euros. 

José M. Irurzun